35. Sobre Uniformes Y Cosas Peores

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En los 80, los centros comerciales eran ecosistemas juveniles en sí mismos: maravillosos lugares dónde los adolescentes podían caminar horas y horas, comprando basura innecesaria, o quizá en su primer empleo vendiendo dicha basura innecesaria.

Era un tiempo mágico, o al menos así lo dictaba la cultura: el cine, la música y la televisión.

Pero los 80 terminaron hace mucho tiempo ya (no importa cuánto Hollywood desee lo contrario), y hoy en día los centros comerciales son lugares en decadencia más cercano a ser refugios contra las invasiones zombies que esos microcosmos económicos.

Aún así, algunos negocios todavía se aferraban valientemente a la vida, como en el caso de los restaurantes y lugares de comida rápida (la gente siempre necesitará comer chatarra grasosa y llena de sodio, después de todo), y venta de ropa, porque, bueno, hay algunos artículos en los cuales no puedes confiar en las fotos del sitio.

—Creo que me quedaría bien un traje de conejita de playboy —Sarah pronunció, caminando a lado de Jake, aquella tarde en un centro comercial del centro de la ciudad.

—¿Vas a usar eso para la fiesta de Noche de Brujas en lo de Heather? —preguntó Jake.

—¿La qué de qué?

—La fiesta.

—¡Oh, eso me recuerda! —la morena se despabiló—. ¡Por aquí hay una tienda de disfraces! ¿Podrías ayudarme a elegir algo?

—Seguro...

Jake contestó con desgano, y solamente a través del agarre energético e hiperactivo de Sarah en su muñeca arrastrándolo pudo hacerlo mover los pies. Y no es como si el muchacho fuera de los que saltan de alegría, —menos aún por eventos sociales—, pero para su amiga, la carencia de energía y ánimos le era palpable.

—¿Qué pasa? —preguntó Sarah, frente a frente al chico.

Jake se liberó con gentileza del contacto de su amiga, y colocó sus manos en sus bolsillos, y su pose se encorvó.

—Nada en especial —él mencionó.

—Cuando alguien dice "nada en especial", muchas veces es que en realidad sí hay algo en especial, pero no tienen el valor para decirlo con todas sus letras.

—¿Y acaso piensas que ese es mi caso?

—No voy a usar un dedo acusatorio con nadie, querido Jake —advirtió Sarah—, pero creo que lo que te pasa tiene nombre, apellido, pelo rubio, ojos violeta, y labial sabor cereza.

—¿Esa es tu manera de presumir que técnicamente tú has besado a Allyson pero yo no?

—¡Y no lo hizo mal, tomando en cuenta que fue su primera vez!

—Bien, si quieres honestidad, la tendrás: sí, es por ella.

Sarah suspiró; quizá esto se trató de un enorme error de cálculo. Pudiera ser que actuó de forma impulsiva, dejando de lado cualquier preocupación por las consecuencias: el amor no es una ecuación, ni tampoco una negociación, así que hacer cálculos al respecto está desprovisto de sentido dentro del sinsentido que son los sentimientos humanos. Solo porque Allyson no parece verlo como Jake desearía ser visto, no significaba que él se encontraba disponible, como una especie de lote vacío listo para ser ocupado al mejor postor, —no importa cuanto la morena desee ofertar—.

Pero por otro lado... la señorita Greenberg seguiría un poco más en esa subasta, solo por si acaso.

—No siento que te esté haciendo bien toda esa mala vibra que tienes —dijo Sarah.

—¿Por qué? ¿Sugieres que lo hago por gusto? ¿Que estoy alicaído porque quiero? ¿Que es solo una cuestión de mentalidad y simplemente intentar estar bien?

Un Club Entre DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora