24. Sueña La Princesa Que Es Princesa

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"Y los sueños, sueños son", escribió alguna vez Calderón de la Barca, porque al final de todo, justamente es cierto: lo inmaterial, lo intangible, en una zona extraña entre lo que se siente real, pero lejos de serlo.

Sin embargo, vaya que nos mueven, que nos impulsan y nos llevan por rumbos por dónde en muchas ocasiones, no esperábamos andar.

En el caso de Allyson, a un día del concurso de talento, acurrucada y descansando en su dormitorio sobre una suave cama de colchas en tonos lilas y patrones de flores, significaba que su cabecita cubierta de largos cabellos dorados estaba cayendo víctima de sus propias ilusiones sin fundamento.

Apenas había acabado su labor en la canción de Ryan horas antes, así que estaba agotada, en lo físico y en lo mental: las tareas creativas pueden ser en un comienzo divertidas, pero el constante acto de corregir y pensar en qué palabras pueden quedar mejor con la métrica, con el ritmo, o simplemente el querer que algo suene bonito es algo que pasa su factura.

—Quedó —susurró en pensamientos, quizá el último antes de caer rendida ante el cansancio.

Sí, estaba lista. Hermosa canción, si ella pudiera pecar de orgullo, a juicio de la propia Allyson. Por supuesto, siempre existía el miedo a la reacción por parte de terceros: oídos frescos y listos para juzgar sin piedad alguna y sin reparo respecto a todo el trabajo, sudor, lágrimas y fluidos misceláneos invertidos en tu obra.

Pero a las críticas, —de amigos, familia, profesores, amigos imaginarios, enemigos imaginarios, y las voces dentro de una—, era algo a lo que estaba habituada.

No era agradable, pero con eso sabía lidiar.

¿Pero el que una obra estuviera empapada de emociones y pasiones muy latentes? Esas eran aguas nuevas y desconocidas.

Y esos pensamientos y sentimientos se los llevó en la aduana hacía el país de los sueños.

Y en ese territorio, la visión de un auditorio bien iluminado, con concursantes vistiendo sus atuendos más atractivos: había magos en lentejuelas, bailarines en mallas, malabaristas en telas tan coloridas como las plumas de un ave tropical, y ella misma usando un vestido corto pero elegante, que le permitía mostrar con toda seguridad sus largas piernas, siempre marchando con clase con unos tacones que lucían tan finos que de solo imaginarlos sentía que se gastaba más plata que un jeque en vacaciones parisinas.

Veía tras bambalinas al acto previo al de Ryan y ella, recibiendo una ovación discreta, y en turno, ese dúo musical que habían conformado tendría la dicha o desdicha de cerrar el concurso. Podían dejar la mejor impresión para los jueces, y tener el apoyo de un público encantado... o podía ser un desastre, pero si le tienes miedo a que las cosas salgan mal por el más mínimo detalle, no tienes nada que hacer en el mundo del espectáculo.

—¿Sabes una cosa, Allyson? —Ryan inquirió, al sentir que la rubia estaba demasiado inmersa en asuntos que realmente no deberían calar.

—¿Disculpa?

—Pase lo que pase, quiero que sepas que ha sido un enorme placer trabajar en esto contigo —el joven músico declaró, buscando el toque de las delicadas manos de la quinceañera—, y que no hubiera podido...

Él se silenció; aquellas palabras parecían haberse atorado en su garganta, no por vergüenza, sino por una conmoción: su voz se había acongojado y entorpecido un poco, y sus ojos adquirieron una tonalidad rojiza.

—¿Estás bien, Ryan?

—Lo estaré —contestó en medio de un agitado respirar—, pero es que, todo lo que soñé... está aquí, finalmente, y no podría ser más feliz.

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