41. Niña De Papá

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La paz, como todo en esta vida, tiene un precio, y si el precio que Allyson debía pagar era laborar en un empleo de mierda sirviendo comida grasosa en un centro comercial moribundo a medio tiempo, era uno que podía aceptar.

Después de todo, a pesar de las ocasionales quejas y quemaduras, ese puesto de hamburguesas era casi un refugio comparado con la tensión sentida en casa y en la escuela. Y los únicos que se le acercaban en ese momento, en lo que trabajaba con un uniforme en rojos y azules que hacían lucir sutiles a los payasos del Cirque du Soleil, eran desconocidos, o conocidos que no la iban a juzgar.

—Te traje algo para tu descanso —Jake le comentó, con una caja bento llena de vegetales cortados, durante el pequeño break del almuerzo de la jovencita, en unas mesas del food court.

—Jake Zabrocki, eres todo un caballero en brillante armadura —la rubia agradeció.

—¿Realmente vas a comer solo eso? —cuestionó el muchacho.

—Oh, amigo: me la paso horas con olor a carne molida y queso: después de todo eso, estos tallos de apio me saben como si fueran ambrosía de Dioses.

—G-gracias —el muchacho se sonrojó.

—De hecho, debo admitirlo: estos saben demasiado bien —la rubia recalcó tras saborear esos vegetales un poco más—. ¿En dónde los compraste?

—De hecho... en ninguna parte.

—¿Los robaste?

—Una aseveración completamente lógica conociendo mis antecedentes —reconoció Jake—, pero si robo algo, sería mucho más valioso que apium graveolens.

—¿Te sabes el nombre científico? Qué cool, y... espera: Jake, ¿tú cultivaste esto?

—¡N-no! —negó el muchacho desde un rostro enrojecido y alterado—. ¿P-por qué dices eso?

—No hay nada por lo cual avergonzarse, ¿qué? ¿Acaso crees que te quitará algo de tu imagen ruda?

—N-no, no precisamente, pero...

—La chica rara está a nada de liderar las animadoras, y yo pasé de la aristocracia a un trabajo de salario mínimo: creo que estos meses nos ha dejado claro que no solo las apariencias no importan, sino que en cualquier momento se pueden venir abajo.

Jake volteó a su alrededor; acercó su rostro cual si estuviera a punto de compartir el santo y seña de un microfilm con secretos nucleares, y reveló la verdad:

—Tengo un jardín en casa...

—¿Fue tan malo confesarlo? —Allyson indicó, imitando el susurrante tono de su amigo—. ¿Por qué lo cuentas como si te fuera a meter en problemas eso? ¿Desde cuándo los apios y las zanahorias son ilegales?

—Esas plantas las cultivo para distraer por si alguien viene a preguntar: lo que sí me puede meter en problemas son mis... pues... otros cultivos.

—¿Otros cultivos?

—Otros "cultivos".

—¡Oh, ya entendí! —Allyson exclamó al finalmente sentir que se le encendió la bombilla—. Eh... vale, ahora veo porque quieres que hablemos en voz baja.

—¿Quedó claro?

—Pero aclaro también que eso no borra la calidad de estas cosas; tienen un buen pulgar verde para esto... y... eh, ¿Jake? ¿Todo bien?

Allyson le notó con una mirada pérdida, pero pérdida en ella: él no sabía que le fascinaba más: que inclusive con ropa de trabajo, esa rubia quinceañera lucía como sacada de un cuento de hadas, o que aquel comentario fue el primer elogio que había recibido desde que su madre le llamó "Buen niño" por borrar evidencia antes de que llegara la policía a su casa.

Un Club Entre DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora