59. El Camino Al Infierno

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Aquellas palabras hacían eco en el interior de la testa de Jake, tan estruendosas como si fueran relámpagos cayendo en campo abierto, y uno justo después del otro, en el mismo lugar.

"¿Cuáles son tus intenciones con mi hija?"

—¿Disculpe, dijo algo? —Jake dijo tras sacudir su cabeza y volviendo al reino de los conscientes.

—¿No me escuchó, joven? —Malcolm insistió, con las manos arrejuntadas sobre la superficie de la mesa y encima de un fino mantel—. ¿Puedo llamarlo Jake, o...?

—S-sí, sí —replicó el adolescente con un nudo en la garganta—. "Jake" está bien. "Sabroso" también para el caso.

—Jake será —el padre acordó—. ¿Y entonces?

El muchacho sintió el ardor en tres miradas: dos de un ex matrimonio que le guste o no, tienen un tipo de poder moral sobre él, pero el más intenso era el que provenía de unos exóticos, amorosos, y muy inseguros ojos purpura.

Tenía que resolver esto, y lo haría de la mejor (y a menudo única) forma en que sabía hacerlo: pretendiendo ser por unos minutos una persona civilizada para engañar a las autoridades.

—Voy a ser honesto con usted, señor, señora —comenzó con un tono más profundo y una expresión de solemnidad merecedora de un Óscar o ya de perdido de un Martín Fierro—. Amo a su hija —declaró, tomando su mano la de Allyson por encima de la rodilla de la rubia, por debajo de la mesa—. Tengo claro que somos muy jóvenes aún; ella tiene 15, cumplirá los 16 en abril, yo ya cumplí los 16 en enero. Nos llevamos muy bien, por decir lo menos, y el tenerla a mi lado, me hace querer ser un mejor hombre en todos los sentidos posibles.

Colleen se mostró escéptica: ella sabía de caras bonitas con lenguas de plata, pero Malcolm asintió.

—¿Un mejor hombre, dice? —el padre inquirió.

—Así es señor.

—Son palabras muy atrevidas y ambiciosas para un muchacho.

—Soy joven, eso lo sé, señor Martin —contestó Jake—. Pero cuando uno sabe lo que quiere, todo lo demás no importa.

—¿Y qué es lo que quiere, Jake?

—A su hija en un traje de conejita playboy —pensó—. Estar con su hija—contestó.

—Sí, pero, ¿hay algo más que desee?

—¿A qué se refiere?

—Con todo respeto, y lo digo para los dos, tanto a usted como un joven muchacho, y a mi hija; Allyson es una chica brillante, ella puede conseguir cualquier cosa que se proponga, desde la calificación más alta en su escuela, hasta romperle la nariz a una fastidiosa.

—Oh, sí —Allyson se dijo—. Ya casi había olvidado ese incidente.

—El caso es que ahora son adolescentes —Malcolm retomó la palabra—. Todavía tienen tiempo y oportunidad de divertirse, de tomar la vida con cierta ligereza, eso lo entiendo. Pero la vida adulta no está tan lejos. Ya empieza a asomarse el futuro, y mi Allye, bueno, ¿qué podría decir? No me queda duda que entrará en una buena universidad, y que sea lo que decida estudiar, estará entre lo mejor de su disciplina.

—¡Papá! —la quinceañera exclamó con un semblante penoso.

—Es la verdad. ¿Y has pensado en qué universidad vas a entrar? ¿Será una escuela de aquí en Canadá? Recuerda que cuando quieras tramitamos el pasaporte estadounidense, y tus calificaciones te podrían meter en NYU. Y si no, conozco a gente en el comité de admisiones a los que podría persuadir de ser necesario.

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