Capitulo 55: La agonía acabo

72 8 0
                                    

La quietud en la cual su razonamiento se hallaba inmerso, solamente podría asemejarse a las oscuras calles de una gélida y lluviosa Londres. El reloj de aquella blanca pared delimitaba las tres y quince de la madrugada, siendo ese tic tac el responsable de mezclarse con el sonido del sensor cardíaco conectado a la endeble figura castaña. Sus ojos débilmente cerrados y sus demacradas facciones en demasía pálidas dieron el punto de una vulnerabilidad total; sin embargo, nada pudo observarse tan dramático como aquel par de vendadas y lastimadas muñecas, mismas acompañadas por un catéter intravenoso que se conectaba al porta suero que permanecía a un lado de la cama.

De pronto, la conciencia empezó a hacer lentamente su llegada, esta se manifestó con un par de quejidos que de una reseca boca salían. Poco a poco, Louis le permitió a sus cielos  inundarse con la claridad que el cuarto de habitación desprendía. Quiso elevar una de sus manos hasta su rostro v una vez allí. Frotar suavemente en un intento por ahuyentar la modorra que reinaba en su sentir; no obstante, la terrible punzada proveniente de los bajos de su puño lo obligó vociferar un audible lamento.

Aquel escenario no hizo otra cosa que conmover aún más los sentimientos de un lívido polaco que reposaba en un sillón ubicado al lado de su mejor amigo. En su mano sostenía una colorida cajita de cartón, mientras sus labios succionaba sin cesar un pequeño sorbete, siendo este el ducto para que un dulce y amanzanado líquido se filtrara a través de su necesitado paladar.

—Vampirín — exclamó con mofa, dejando su labor por seguir ingiriendo la espesa bebida — Me devoraste medio litro de sangre, ¿eh? ¿Sabes?, te confieso que en alguna ocasión tuve la enferma y homosexual fantasía que me dejaras seco. Pero Lou, no me refería a esto. No de esta forma tan catastrófica y hetero.

Louis por su parte, no dijo nada. Ni siquiera le dedicó mirada alguna. Permanecía perdido en la inmensidad de sus recientes recuerdos, aquellos que atestados de un profundo amargor lo llevaron a experimentar un verdadero remordimiento. ¿Qué había hecho? Realmente lo había intentado. Había
tratado de arrebatarse cruelmente la vida.

Poco le importó lo que sus allegados pudieran sentir, esas personas que se preocupaban, que cuidaban de él, aún cuando no cuidó de sí mismo. Esos seres bondadosos que estuvieron al tanto de su decaída emocional... de cada paso en retroceso a su mejoramiento. Puesto que nunca logró avanzar... sólo caía y caía más. Hasta que no pudo más.

Le falló a sus amigos... a Liam, Luke... le falló a Mark. A quienes en realidad lo amaban sin importar qué, e incluso darían la vida por él sin pensarlo.

Era un egoísta, no podía describirse de otra forma. Había mandado al carajo todo, dejando que la oscuridad nublara sus pensamientos, permitiendo que esta lo dañara y lo hundiera en un hueco infernal. Su corazón dolía, pero no tanto como su raciocinio, ese que hacía un par de horas lo había abandonado en su totalidad.

—Lou... —volvió a hablar su amigo—. Tus cortes fueron limpios, pero no muy profundos. Afortunadamente Mark y Liam te encontraron a tiempo.

Pero de nueva cuenta lo ignoró. No
quería verle a la cara... no quería dar explicaciones de sus actos cobardes. Y Luke, siendo una persona deductiva, se enteró al instante de lo que ocurría con ese martirizado hombre. Su rostro se relajó, no quería que una conversación incomodara a su mejor amigo; no obstante, deseaba hacerlo conocedor de la situación que durante su inconsciencia se vivió.

—Estuviste a unos cuantos minutos de morir, Lou Lou —informó con un tono de voz demasiado suave, sin embargo, rozó el reproche —. Tuviste suerte. La ambulancia llegó rápido, y yo llegué a tiempo a la clínica para donarte sangre.

El enmudecimiento en Louis era una realidad. Ni una sola palabra salió de su boca.

—Entiendo cómo te sientes —expresó apacible a la vez que su cuerpo se incorporaba de aquel cómodo asiento—. Y créeme que no voy a juzgarte ni mucho menos a regañarte — hizo una pausa, al mismo tiempo que sus movimientos hicieron su descenso en la suave y nítida cama. — De juzgarte, se encargará Dios; y de regañarte, Mark.

Sobre Hielo [ Larry stylinson] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora