57. Adrenalina

36 4 0
                                    

¿Quién podría haberle advertido que salir de los dormitorios para ir a la tienda en conveniencia terminaría con él en el hospital junto a dos chicos a los que no conocía?

Todo empezó con la fotografía de la luna que le impulso a salir y observar el cielo por sí mismo. Las estrellas decoraban la bóveda negra como pequeñas manchas en una pintura, y la brisa veraniega se colaba por el borde de sus shorts. Esa imagen oscura, pero hermosa, le recordaba a Wooyoung.

Estaba deseoso de ir a visitarlo al día siguiente, y tomó la decisión de saltarse el toque de queda para ir a comprarle unas frituras de miel y mantequilla. Eras las favoritas de Wooyoung, lo sabía porque era lo único extra que le veía comprar durante sus recesos. También le parecía tierno que no dudara en compartirlas con él aun y cuando a todos los demás los rechazaba con un severo "no quiero darte". Iría a su departamento al terminar su típico entrenamiento vespertino, pero pasarse por una tienda cercana era perder un par de minutos que podría pasar mimando los dulces labios de su novio, y no le apetecía.

El establecimiento más cercano estaba a cinco cuadras de los dormitorios, del lado contrario al instituto, y sus fuertes luces frías podían verse desde varios metros atrás. Ahí compró las honey butter chips de Wooyoung, junto a una leche de plátano para él. Se retiró con una bolsa blanca en su mano y una sonrisa en el rostro.

A penas dio un par de pasos cuando el silencio de la noche se volvió pesado. El viento que minutos antes lo había acompañado, se había escondido en algún sitio y le dejó completamente solo. Creyó que no era la gran cosa: no podría ocurrir mucho en el corto camino que le esperaba. Sacó su bebida y encajó los dientes en el aluminio; escuchó la tapa tronar al mismo tiempo en que otro ruido llamó su atención. Era fuerte, seco, y provenía del callejón que debía cruzar para seguir su camino.

Había visto suficientes películas de terror a regañadientes como para saber que la respuesta correcta era ignorarlo y salir corriendo a un lugar seguro, pero igual a todos esos protagonistas a los que llamó idiotas, la curiosidad pudo consigo y echó un vistazo dentro. 

Algún día aprendería a las malas que debía tenerle miedo a los vivos, no a los muertos.

Se trataba de una escena poco agradable y que le trajo una sensación de desesperación impresionante. Cinco personas en el callejón, todos eran hombres. Uno estaba inconsciente y siendo hurtado por otros dos, recibiendo golpes sin un objetivo más allá que causarle daño físico. Los otros dos estaban enfrentados: un castaño luchaba para poder respirar bajo el agarre que un teñido de negro tenía sobre su cuello, levantándolo del suelo y presionando su espalda contra la pared de concreto. Le vio intentar liberarse a punta de empujones y arañazos, pero eran completamente inútiles. Luego lanzó un puñetazo directo a la mandíbula de su atacante, atinando a su objetivo por poco. En retrospectiva, eso pudo ser un error.

El más alto, visiblemente enojado, quitó una de sus manos del agarre y sacó una navaja de quién-sabe-dónde. Se la mostró como un cazador jugando con su presa, y la tensión en el cuerpo del acorralado aumentó. ¿Iba a matarlo? Aterrorizado, empezó a zarandearse de un lado a otro con los ojos llorosos. 

¿Cómo alguien podía enorgullecerse de llevar un arma a una pelea callejera?

Colocó la punta a la altura de su hombro e hizo presión lentamente. La sangre hizo presencia manchando su ropa, pero el chico no podía gritar: a penas tenía aire en sus pulmones, y su vista comenzaba a nublarse.

Para cuando un centímetro de la navaja se introdujo en su piel, el pelinegro fue lanzado lejos suyo por un gancho propinado a su costado izquierdo. El tiempo paró por un momento.

San, que había dejado su bolsa de compras lejos de la pelea y se había adentrado maldiciéndose a sí mismo por no tener el suficiente corazón para ignorar la situación, se encontraba al medio del callejón con su guardia en alto. El otro castaño cayó de rodillas por detrás de él, sosteniéndose el cuello, y su escandalosa tos le hizo saber que estaba recuperando el aire que había perdido. La banda de tres le miró como si se tratara de un maldito loco (que no estaba lejos de la realidad), y el chico inconsciente... seguía inconsciente.

U CAN DO IT   -   woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora