Parte 1.3

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—Philip, ¿qué te pasó?

Andrea, maestra de Química, le entregó una taza con café sin azúcar mirando el morete que rodeaba el ojo de Philip.

—No es nada —rio él—, me tropecé en casa, y me golpee en el escalón, eso es todo, no es nada.

—Pero te cortaste la ceja.

—Sí, con el filo del escalón, pero no es grave, ni siquiera sangró —mintió, recordando la caja de pañuelos desechables que dejó vacía.

—Se ve tan doloroso.

—Sólo se ve, ya no duele.

—Pero me imagino —sonrió ella— que Vicente debió cuidarte, no?

—No se separó de mí ni un momento.

—Ah, que tiernos son ustedes dos, un día conoceré a alguien como Vicente.

—¿Un maestro de Matemáticas homosexual? —espetó otra maestra, Julia, que daba clases de Historia.

—No seas amargada, Julia, sabes a qué me refiero: alguien lindo, que cuide de ti aunque sólo sea una pequeña cortada.

—Esas son cursilerías.

—Yo soy cursi, me encanta el romance, ¿a ti también, verdad? —miró a Philip, que bebió un sorbo de la amarga bebida que estaba obligado a tomar.

—Sí —respondió—, me gustan las novelas románticas. —Al decir esto, la puerta de abrió. Vicente, y Ramón, de Geografía, entraron.

—Llegué en mal momento —dijo Ramón. Philip bajó la mirada. Vicente se acercó a su esposo, lo tomó por la cintura y lo besó frente a todos. La mayoría los miraba con asco, mientras Andrea suspiraba.

—¿Cómo te sientes? —susurró Vicente.

—Bien, gracias —respondió bajando la mirada, con timidez.

—Basta —insistió el maestro de Deportes, al fondo de la sala de maestros.

El director entró en ese momento, y todos tomaron asiento.

Cada viernes había una reunión para revisar los planes de la siguiente semana; si había permisos para alguna salida, si algún maestro no iría, o si alguna clase se extendería para algún curso o plática, etc.

Al finalizar, cada uno se dirigía a su salón mientras los alumnos llegaban, y la campana sonaba. Philip miró hacia los árboles a su izquierda, allá se alzaba el edificio quemado. En la punta ondeaba una bandera singular.

Vicente pasó a su lado, tomándolo del brazo. Le susurró, pellizcándolo, y soltándolo, se alejó con una mirada severa de advertencia. Philip tuvo un leve estremecimiento.

***

Israel llegó temprano con sus padres, así que a esa hora Augusto aun estaba en su casa. Ese día, Israel observaba la cima del edificio quemado.

—Israel.

El muchacho miró la cerca.

—¿Por qué no dejas de seguirme? —preguntó molesto.

—Vice… Israel, vamos al salón, tienes clases.

—De Historia, no contigo, recuerdas?

—¿Estás fumando?

—Estaba fumando, ya lo apagué.

El muchacho salió quedándose de pie frente a Philip.

—Tienes que dejar de escapar de clases, Israel; a tu padre no le parece bien, y les das un mal ejemplo a tus compañeros.

—¿Acaso crees que eso es importante para mí?

—Debería serlo; ¿qué es lo que te sucede, hijo?

—Sabes que no me gusta que me llames "hijo", no soy nada tuyo.

—Prometo no volver a hacerlo —sonrió—, si tú me prometes dejar de fugarte de clases, ¿tenemos un trato?

Israel miró la mano que se estiró hacia él, y luego vio el cardenal del tablero del auto.

“—Tengo que hacerlo, él se gana cada golpe.”

Bajó la mirada.

—Patético —susurró el muchacho y se alejó, caminando hacia los salones.

A Philip eso no le molestaba, le entristecía, pero estaba acostumbrado.

Es verdad que Israel y Philip no eran nada; cuando Philip tenía 20 años, siete años después de que comenzaran a vivir juntos, Vicente llevó al niño de cuatro años, diciendo que era su hijo, que su madre acababa de fallecer, y ahora vivirían juntos. A Philip le gustó la idea, quería una familia, como la que perdió a la misma edad que el niño.

Lo que no sabía era que Vicente ya había hablado con Israel. Le había dicho que Philip quería que olvidara a su madre, que sólo lo amara a él, y que no era de fiar. Cuando Israel conoció a Philip, el niño ya lo odiaba de una forma tan rencorosa, inimaginable en un niño.

Philip amaba al niño, e intentaba hacerlo sonreír, o jugar con él, de que lo mirara como miraba y abrazaba a Vicente. Pero Israel lo odiaba, se lo gritaba, le arrojaba los juguetes y la comida, y lloraba llamando a su padre y madre.

Nada mejoró con los años; Israel seguía odiándolo, aunque había comenzado a llamarlo "mamá", por petición de su padre, sin que el chico entendiera porqué. Quizá Vicente creía que así podría quererlo, pero eso también le parecía inverosímil; le pedía que llamara "mamá" al hombre que, se supone, quería matar todo recuerdo de su madre biológica. Eran mensajes confusos.

—Uno de los clásicos —explicaba Philip— de la Literatura Universal es “La Novela Experimental” de Emile Zola; él creía que escribir era como ser médico, se debe estudiar más con cada paso que se da.

Israel no ponía atención, no quería ver el rostro de su mamá, de lo contrario huiría del salón en el instante, así que se puso los audífonos. A su lado, Augusto leía un libro ajeno a la lección. Otros compañeros, sentados en los últimos asientos, hablaban en voz baja, o miraban el celular. Israel los miró de soslayo. Su mal ejemplo era un virus que contagiaba a sus compañeros.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora