Parte 6.3

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Víctor entró a la habitación donde tenían a Philip, y donde Felicia le hacía compañía. La operación no había durado tanto tiempo, aunque ya era de noche cuando Philip despertó.

Ambos lo miraron.

—Israel está muy mal —se sentó en una silla al lado de Philip, mirándolo—: desnutrición, golpes; tiene algunos días vomitando sin comer,…

“—¿Tienes hambre, Philip? —gritaba Vicente— Primero tienes que vaciarte; saca todo! ¡Vomítalo, Philip!”

—…tiene marcas de ataduras en las muñecas, cinturonazos en la espalda, y varias lesiones en la entrepierna, además no habla, no parece escuchar, y si lo hace nos ignora… Está mal; —miró su celular y luego a su mujer— Félix quiere saber si iremos a cenar.

—Yo no iré, me quedaré a cuidar a mi hermano y mi sobrino.

—No es tu sobrino.

—Es —interrumpió Philip sin mirarlos— tu sobrino, y el mío también.

El matrimonio lo miró.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—Vicente… Él me dijo… que mamá era amante de papá… que los dejó a él y a su madre porque yo nací… ¿Tú sabes algo? — la miró— ¿Sabes si es verdad?

Felicia tomó la mano de su hermano. Víctor se acomodó en su asiento. Conocía la historia.

—Es verdad; mamá y papá tenían un amorío a espaldas de la señora Alana, su mujer, yo no conocía el nombre hasta que mi tía me lo contó todo; papá no se quedaba, iba y venía, aunque a mí me decían que viajaba, así que nunca me pareció extraño, y siempre llegaba con regalos;

“un día, mamá le dijo que esperaba un bebé, y eso hizo que papá cambiara de trabajo, y se quedó en definitivo en casa, y días después se casaron; en ese momento yo no lo sabía, pero se volvieron más unidos, más felices, más enamorados, besándose y bailando por toda la casa, y luego naciste tú, y papá parecía loco de alegría.

“Nos amaba, jugaba con nosotros, me llevaba a la escuela, y cuando llegaba del trabajo, sin importar que cansado estuviera, siempre tenía tiempo para nosotros, y tú —presionó su mano, sonriendo—, tú siempre sonreías, corriendo por la casa con él, con mamá, conmigo, tú… —una lágrima se deslizó por su rostro sonriente— Yo destruí al Felipe que conocí en esos años tan lejanos…”

—Te desvías, cariño —dijo Víctor.

—Sí, verdad —se limpió otra lágrima y lo miró—; cuando cumpliste tres años, una tarde de otoño, tú jugabas sólo en el pasillo, cerca de la puerta al jardín cuando tocaron el timbre y golpearon la puerta. Era la señora Alana, que entró a la casa empujando a mamá, gritándole —bajó la mirada—, llevaba a un niño de mi edad, atrapado por la muñeca, pero él estaba tan asustado; yo, que estaba en la sala, puede mirarlo escondida.

“esa mujer, me dijo mi madre en ese momento, era la primera mujer de mi padre, a la que había dejado por nosotros; mamá me pidió que no le contara a papá, y yo lo callé, pero… luego sucedió el accidente, y yo… —lo miró— Yo te culpé, hermanito, por eso te abandoné, nunca te lo dije, pero te culpé… Salía de la casa, buscaba algo con que callar el dolor que sentía, hasta que tuve a Félix.

—Feliz… —susurró Philip.

—Felipe, me fui porque aunque una parte de mí te culpaba, era una parte más fuerte la que te amaba y que me detenida de decir una tontería; prometí volver por ti, y te entregué la pulsera porque no quería que creyeras que te mentía, pero nació Félix, y él se volvió lo más importante, y luego conocí a Víctor; ¿me entiendes?

Philip soltó su mano y bajó la mirada.

—Vicente tenía razón —dijo—, tú te fuiste por culpa mía, y me odiabas… pero —sonrió, tocando su pulsera— yo sabía que me querías, que me extrañabas como yo a ti.

Felicia lo abrazó, siendo correspondida.

—Te desviaste de la historia —dijo Víctor mirando su celular—, ¿qué escritor hace eso?

Los hermanos rieron.

—¿Sabes, Feliz? —dijo Philip— Siendo sincero, siempre hubo una parte de mí que sabía que todo terminaría mal.

—¿De verdad?

—Cuando tenía 12 años, meses después de conocer a Vicente, él decidió que me acompañaría a la secundaria todos los días; esa mañana me llamó y yo debía salir al instante, pero mi tía no me permitió salir, tenía una visita y me quería con ellos, y cuando por fin salí, Vicente ya no estaba, se había adelantado dos calles cuando lo alcancé. Le pedí una disculpa, pero la única respuesta que recibí fue una bofetada que me golpeó contra la pared y me dejó en el suelo. Me miró unos segundos y luego, así sin decir nada, se fue.

“No quería seguirlo, me dio miedo que me lastimara de nuevo, pero tampoco quería quedarme solo; me levanté y corrí tras él, disculpándome, hasta que llegamos a su preparatoria, y entonces me ordenó que yo tenía que esperar allí hasta que él saliera. Y lo hice. Lo obedecí. Y continué haciéndolo hasta la preparatoria, en la Universidad. Cuando yo fui a la universidad, él fue mi asesor, y fue él quien me consiguió cada trabajo que tuve, siempre para vigilarme…

“Y yo permití que lo hiciera, que hiciera conmigo lo que deseara porque no quería que se alejara, que me abandonara como todos lo habían hecho”.

—Está bien, hermanito, no es tu culpa, sucedieron tantas cosas, pero ya todo está bien; aprenderás a quererte —lo abrazó—, y yo estaré contigo, así que, cuando salgas irán a mi casa.

—Gracias, Feliz.

***

Cuando Israel despertó, ya era de noche, y lo segundo que vio fue a Felicia, dormida en dos sillas al lado de la cama. La televisión estaba encendida, pero tenía un volumen muy bajo, apenas audible.

Sabía dónde estaba, sabía lo que había sucedido, pero no sabía qué sucedería. Ya no tenía casa, no tenía padres, no tenía dinero, o amigos. No tenía a nadie, salvo a Philip. Pero Philip no era nada sin Vicente, eso había quedado claro durante tantos años. Ahora todo estaba entre la niebla. Estaba solo.

—Hola, pequeño.

Miró a su lado, Felicia le acariciaba el cabello con dulzura.

—Tía… —susurró gravemente.

—Tranquilo, hijito, todo está bien, duerme.

—No soy su hijo…

—Descansa, ok?

—Estoy sólo… ya no tengo nada.

Felicia sonrió, y se inclinó sobre su rostro. Israel sintió la suavidad de su cabello rozarle cuando ella lo besó en la frente.

—Tú nunca estarás sólo —susurró Felicia, y con su mano limpió las lágrimas que corrían por el rostro del niño.

***

Por la mañana, Israel fue donde Philip y se lanzó a su cuello, llorando.

—¡Perdón! ¡Perdón! —lloró— No quise…

Philip le besó el cabello.

—Está bien, —le dijo— ya todo está bien.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora