Parte 4.6

37 3 5
                                    

La mañana llegó después de la lluvia. Pronto sólo haría frío. Philip preparó café sin azúcar para Vicente y para él, y chocolate caliente para Israel, que no se levantó para ir a la preparatoria. Decidió dejarlo así, una falta no dañaría a nadie.

Subió para despertarlo, pero al abrir la puerta se encontró en una habitación oscura, nada allí recibía la mañana salvo el celular, que brillaba y vibraba en silencio. Era Augusto, pero colgó.

—Israel —susurro Philip—, despierta.

Philip levantó la colcha, y la sangre se le fue al suelo, y un zumbido lo llenó de todo tipo de ideas, pero sólo una sobrevivió al embrollo:

—Vicente va a matarme.

***
 

Doctor.

Jorge se giró al escuchar a la guapa enfermera, media hora antes de que, en casa, Philip despertara.

—Dime, Lola —sonrió a la chica.

—Un chico acaba de llegar…

—Ya terminé mi turno, pero la doctora Camarillo…

—Ese muchacho quiere verlo a usted, dijo que es urgente.

Israel.

—Ahora no…

—Dijo que le preguntara sobre Vicente e Irma.

Jorge la miró entre asustado y molesto. No quería inmiscuirse en los problemas de Vicente, pero ya era muy tarde para pensar en eso. El día que conoció a Philip, se metió hasta las narices en un charco de porquería.

Israel estaba sentado al lado de la puerta del consultorio cerrado con llave.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Jorge.

—Tengo mucho que pensar.

—¿Y mi consultorio se ve cómodo para eso?

Israel no levantó la mirada, y su voz era áspera, cada vez más parecida a la de su padre. Aunque delataba también el llanto que apenas se calmaba.

—Levántate, te llevaré a tu casa.

—No quiero ir, quiero estar lejos de allí.

—Bien, pero no aquí, yo voy a mi casa, hablemos en el camino.

Israel lo siguió, subiendo al auto.

—Dime —dijo Jorge.

—Philip es un inútil, mi padre está loco, mi madre está viva pero me abandonó; Ismael quiere ayudarme, pero Darío dice que sólo arruina vidas, porque lo hizo en la otra preparatoria, y yo no sé qué hacer —su mirada era opaca.

—Muchos problemas para tener sólo 15 años, no?

Pero Israel tenía la mirada clavada en sus pies, sólo por mirar algo. Jorge sabía que si el muchacho hablaba de nuevo, rompería en llanto.

—Veamos; Philip, a él no podrás cambiarlo, así es, yo he intentado hacerlo entrar en razón pero es imposible; no es culpa de nadie.

—Pero… ¿por qué? —lo miró.

—Philip siempre estuvo solo desde que sus padres murieron, supongo que lo sabes; sus tíos tenían a sus propios hijos, y siempre los anteponían a Philip, y su hermana se volvió rebelde, cada uno enfrentando el duelo a su modo, excepto él; a veces lo miro y sé que no lo ha superado, porque cuando habla de ellos, llora como si acabasen de morir.

Jorge aparcó al ver que comenzaba a llover más fuerte.

—Sobre Ismael y Darío, no lo sé, tendrías que investigar más sobre ambos, hablar con alguien más de es preparatoria, sólo así sabrás la verdad.

—¿Y tengo que tratar bien a Philip?

—Sí, claro, sólo debes tenerle paciencia.

La lluvia cayó con más fuerza. Jorge recibió una llamada.

—Hola, Ceci —dijo sonriendo—, no, ya no estoy en el hospital…en el auto con Israel…el hijo de Vicente…sí, ese Vicente…no, no hablamos sobre…lo sé, pero yo no debería haberle dicho, no crees?…iré en cuanto se calme la lluvia…te amo, nos vemos.

Al colgar se volvió hacia el muchacho, que tenía la mirada de un niño pequeño. Qué estaba haciendo Vicente con la infancia de su hijo.

—¿Así le hablas a tu novia siempre? —preguntó Israel.

—Sí.

—¿No es porque yo estoy aquí?

—No; sé que suena meloso, pero…

—No —miró al exterior—, está bien, suenan como Clara cuando le llama a Augusto… Ojalá mi papá llamara alguna vez así.

—Sí, Vicente es realmente… Él es…diferente.

—Es mi papá, ¿por qué me mintió sobre mi madre?

—Vicente tiene una forma algo…enferma de pensar, hace años que lo conozco y aún me sorprende lo que hace.

Israel miró al exterior. Las calles se inundaban arrastrando bolsas de comida chatarra y hojas secas.

—¿Qué hago, doctor?

—Isra, no lo sé… —miró el parabrisas—, habla, es lo único que se me ocurre, habla con tu padre, pero no caigas en sus juegos de palabras; habla con Philip, pero recuerda que él no va a cambiar le digas lo que le digas, ¿entiendes?

—Sí…supongo…

—Y, sobre Ismael, investiga, busca en sus redes sociales, seguro encontrarás algo, ok?

Israel permaneció callado unos minutos.

—Quiero ir a mi casa —dijo finalmente.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora