Parte 2.3

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Israel pasó por la habitación de sus padres. Allí estaba Philip, sentado en su cama, mirando su mano vendada. Había un libro al lado suyo.

Algo, no supo qué, hizo que Israel abriera la boca:

—¿Estás bien?

Philip lo miró, poniéndose de pie enseguida, sonriendo. Puso su mano vendada en su costado, como si quisiera esconderla.

—Sí —respondió—, estoy bien, ¿necesitas algo?

—No —se escondió, saliendo de la habitación, aunque se quedó al lado de la puerta. Le parecía extraño, desde que tenía memoria, el que sus padres, aun diciendo que se amaban, durmieran en camas separadas.

Israel escuchó a Philip guardar el libro en el cajón de su mesa de noche.

Philip salió, encontrándose con su hijo, que no se movió, pero lo miró desde que salió de la habitación.

—¿Necesitas algo, Israel?

—Nada de ti —cruzó los brazos y bajó la mirada, pero no se movió. Philip sonrió al verlo.

—¿Estás nervioso?

—¿Qué? —lo miró confundido.

—Pareces enamorado, ¿tienes novia? ¿Estás pensando en "ella"?

—Que va, yo no tengo tiempo para eso.

—Tu edad es la más hermosa para enamorarse, Israel —cruzó los brazos, con desenfado—, no debes ignorar los latidos de tu corazón cuando te acerques a alguien especial.

—¿Me lo recomiendas tú? —pareció burlarse.

—Sí.

—Claro, tienes mucha experiencia en el amor, sobre todo en el amor rudo.

—Amor es amor; Vicente pierde la paciencia fácilmente conmigo, pero me ama.

—Sí, supongo que el masoquismo también es una forma de amor.

Philip sonrió, riendo un poco, e Israel se dio cuenta que pocas veces platicaba de esa forma con Philip, y verlo hablar con naturalidad hizo que por un momento se olvidara de las marcas en su rostro. Incluso él estaba sonriendo.

Bajó la mirada.

—Isra…

—Tengo algo que hacer —se alejó sin levantar la mirada y bajó las escaleras, al tiempo que la puerta principal se abría. Hace rato que había caído la noche.

—¿Ahora qué sucede, Israel? —preguntó Vicente.

—Nada —reclamó cruzando los brazos, sin mirarlo—, ¿qué parece?

—Pareces enojado, ¿Philip te dijo algo?

—Para eso tendría que hablar con él, y yo no hablo con Philip.

—Eso está bien, ¿ya cenaste?

—No, te esperé.

—Hiciste mal.

Philip bajó las escaleras y se acercó a Vicente, abrazándolo por el cuello, besándolo sin que el rostro de su marido se moviera.

—Bienvenido a casa —dijo sin soltarlo—, ¿quieres cenar?

—Llévame un café a la oficina, sólo eso.

—Pero…

Vicente lo separó de él con dulzura.

—Ya cené —dijo y subió las escaleras, dejando su abrigo en manos de Philip. Israel siguió a su padre. No quería convivir de nuevo con Philip.

Todas esas cosas que su padre le decía lo confundían cuando hablaba con su madre.

Todas esas cosas que su padre le decía lo confundían cuando hablaba con su madre

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PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora