Parte 4.10

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—Hola.

—Profesor Philip.

—Augusto, me alegra…

¿Israel llegó a casa?

—No, él salió muy temprano, ¿qué sucedió?

Peleó con Ismael, le gritó, y le golpeó el rostro.

—¡Qué! Él no…

Profesor, algo le sucedió, creo que le mintieron, lo sedujeron hasta envenenarle el alma… No parecía él mismo… Profesor…

—No te preocupes, yo me encargaré, gracias, Augusto.

Profesor.

—Dime.

Si lo encuentra, avíseme, pero después ya no quiero saber nada.

—Augusto…

Israel ya no es de mi agrado; hasta luego.

Cuando Augusto colgó, Philip fue a la oficina de Vicente, que ya caminaba con normalidad, aunque aún llevaba un bastón con el que fingía cojear, y con el que golpeaba a Philip.

—Vicente —entró Philip al ver la puerta abierta—, Augusto me llamó…

—No —interrumpió— quiero escuchar nada sobre Marchamalo.

—No es sobre él, me avisó que Israel huyó de la preparatoria, no sabe dónde está, dejó el celular aquí, y la mochila en la escuela.

—¿Y? —preguntó con indiferencia.

—Voy a buscarlo…

—No —lo miró—, tú no puedes salir de aquí.

—Entonces búscalo tú.

—¿Yo? ¿Por qué?

—No podemos dejarlo así, está solo, confundido…

—¡Pero no es mi problema! En este momento yo tengo que ver a alguien, y no está en mis planes correr por la ciudad buscando a ese bastardo mal educado.

—Basta, Vicente, no es momento para eso, tu hijo está perdido.

—Aquí vive, aquí hay dinero, comida, techo; en cualquier momento va a volver, me oíste? ¡Ya deja de joderme!

Vicente empujó a Philip y salió de la oficina, aunque Philip lo siguió.

—Entonces déjame ir a mí a buscarlo.

—Bromeas, no?

—Pero…

Vicente se detuvo y tomó el rostro de Philip en sus manos.

—Dijiste —lo miró los ojos— que no te irías de aquí, y mientras yo no esté, tú —comenzó a ahorcarlo— no sales de esta casa, entiendes?

Lo soltó y continuó el camino a la cocina. Philip se recuperó y lo alcanzó.

—Pero, Israel… Tengo que ir…

—¡Ya basta! —le dio un empujón, dejándolo en el suelo, desde donde Philip lo miró— Ya te lo dije: tú no sales, ese niño tiene lo que se merece, y yo voy a salir, así que has lo único que sabes hacer bien, ¡obedece y quédate aquí!

—No —reclamó Philip—, no puedo dejarlo solo ahora, tengo que buscarlo…

Vicente le soltó una patada que por poco le quiebra la mandíbula. Arrastró a Philip hasta la escalera, lo obligó a subir, lo lanzó al piso de la oficina, y le ató pies y manos, y lo amordazó. Cerró las cortinas, y echó llave a la oficina y a la puerta principal.

En la calle se dio cuenta que había olvidado el bastón, pero decidió irse.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora