Esa tarde, ya en casa, Israel se encerró en su habitación, con los audífonos a todo volumen. No escuchó a Philip suplicar desde el suelo de la cocina, rodeado de los platos que le habían hecho las heridas. Tampoco escuchó a su padre encender tranquilamente un cigarro.
—Perdón, perdón —suplicaba Philip. Su rostro se dividía por unos hilitos de sangre que brotaban de una cortada en la frente, otra en el pómulo izquierdo, e incluso en el ojo del mismo lado, que ya estaba rojo.
—No gastes saliva —le aconsejó Vicente, acomodándose las mangas de su camisa negra—, no haces bien tu trabajo, así que tienes que pagar las consecuencias.
—No, no, no, no, por favor, prometo hacerlo mejor, lo prometo, lo… —una patada en el vientre le quitó el aire y lo hizo doblarse hasta que su frente tocó el suelo.
—¿Duele? —rio Vicente— Si no te gusta sentirlo pórtate bien y cumple con las órdenes que te doy, obedecer es fácil, ¿sabes lo que significa esa palabra?
—…sí… —respondió con esfuerzo, tratando de no demostrar que estaba llorando.
—Bien, eso espero; cuando dejes tu papel de víctima, limpia —dio una mirada a la pieza— este tiradero, Israel y yo saldremos a comer, ¡Israel! —gritó saliendo de la cocina, subiendo las escaleras con tranquilidad. Entró a la habitación, acercándose al muchacho frente a la computadora, sacándole los auriculares, sobresaltando al chico.
—Papá, me asustaste —casi gritó.
—Vámonos —dijo tranquilamente—, iremos a comer a la plaza.
—¿Por qué? —reclamó con enfado— Aquí olía a comida.
—Esa comida no sirve, vámonos.
A Israel no le gustaba comer fuera, difería en eso con su padre. Le gustaba sentarse a la mesa, y escucharlo, porque su voz le recordaba a la seguridad que sentía con su madre. Pero por alguna razón, dos veces a la semana, Vicente se las arreglaba para salir a comer, dejando encerrado a Philip en casa, siempre limpiando la cocina.
—¿Sigues fumando? —preguntó Vicente al ver una cajetilla en el buró.
—¿Hay algún problema con eso? —contestó apagando la computadora, tomando su celular.
—¿Tu madre no te dijo que dejaras de hacerlo?
—Philip no es mi madre.
—Pero debes obedecerlo como lo haces conmigo.
—No —tomó su chamarra—; ¿a dónde vamos?
Salieron de la casa sin mirar hacia la cocina, donde Philip seguía sentado en el suelo.
***
El sábado por la tarde, Philip subió a la azotea, donde Israel, mirando el patio, recostado en la orilla donde no había barda, fumaba.
—Israel.
—¿Por qué no me dejas un segundo? —reclamó el muchacho sin mirarlo.
—Por favor —dijo sin acercarse, con su voz suave—, deja de fumar, te hace daño…
—¡Deja de joderme la vida! —gritó mirándolo. El rostro de Philip aun tenía muy marcados los golpes de la noche anterior. Llevaba tenis, un pantalón gris suelto, y una camisa de manta de tres cuartos. Usaba siempre una pulsera vieja hecha de cáñamo negro que tenía tejida, con cáñamo blanco, la palabra FELIZ. A Israel le parecía una palabra patética.
—Es por tu bien, Israel.
Su ojo aun estaba rojo. Un golpe le había reventado un vaso sanguíneo, pero, según decía Jorge, el doctor, no le afectaría en nada.
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Philip
Ficción GeneralPhilip es un profesor de Literatura, casado con Vicente, un profesor de Matemáticas. Parece tener una vida idílica con su marido, pero la verdad es que Vicente lo golpea a la mínima provocación. Y de esto sólo el hijo de Vicente, Israel, es testigo...