Parte 3.7

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-Debería ir a la biblioteca más seguido -rio Augusto sin mirar el gesto molesto de su amigo-; me gustaría verlos algún día.

-No me jodas, Augusto.

-Ok, es un chiste.

Augusto no sabía mentir, sobre todo cuando su sonrisa de satisfacción se plantaba en su rostro.

-¿Y -continuó Augusto- eso significa que nos libramos del nene?

-... No, exactamente...

Los chicos estaban en la azotea, mirando al patio, a las chicas jugando basquetbol. Entre ellas estaba Clara.

Detrás de ellos, subiendo las escaleras, apareció Ismael, con una bolsa de plástico llena de comida rápida, chocolates y tres refrescos en lata.

-Hola -se acercó. Se sentaron mientras Ismael repartía la comida y dejaba los chocolates en medio de ellos.

-Lo hiciste bien, nene -dijo Augusto.

Ismael se sentó recargado en los barrotes, a su derecha se sentó Augusto, y frente a ellos, Ismael.

-¿Cómo te fue con el profesor Philip? -preguntó Isma, con la lata de refresco en su mano.

-Mal -respondió Israel-, el experimento que sugeriste no funciona, siempre que miro a Philip me dan ganas de...

-Golpearlo -sugirió burlón Augusto.

Israel agitó la lata y la abrió hacia la cara de su amigo.

-Es difícil -explicó Isma- cambiar un hábito de un momento a otro, pero es más difícil no intentar frenar tantas malas costumbres.

-¿Frenar o acabarlos? -preguntó Augusto, lavándose la cara con el agua embotellada que llevaba en su mochila.

-Primero hay que intentar ponerles un alto.

-¿Y cómo hago eso? -preguntó Israel.

-Piensa en las cosas buenas que vendrán si cambias, o cuando quieras ceder, recuerda lo mal que te sientes después.

-¿Funcionará?

-Sé que ha funcionado.

-¿Y quién avala esta terapia? -terció Augusto.

-... Mi padre -respondió Ismael con una sonrisa.

-Ya veremos -dijo Israel, finalizando esa plática. Lo demás sólo fueron pensamientos y planes para el fin de semana.

Mientras esto sucedía en la azotea, en la sala de maestros...

-¿Qué te sucedió está vez?

Philip miró asustado al director, Gerardo Quiroga, de quien se había estado escondiendo todo el día.

-Bu... Buenos días -trató de sonreír.

-Creí que ya habíamos hablado sobre el asunto de los golpes.

-Sí...sí, señor, pero...esto no...no es... Esto es un accidente...

-Igual que siempre, no? Philip -se sentó frente a él-, te he tenido paciencia porque te conozco desde la preparatoria, a ti y a Vicente, por eso te di el trabajo en el momento que me lo pediste.

-Gracias... -bajó la mirada.

-Pero todo esto tiene un límite; yo no puedo permitir que vayas por los pasillos y clases con esos golpes en la cara; ¿te imaginas el ejemplo que das? Las chicas creerán que está bien estar golpeadas, e incluso los muchachos, al pelear, se pasearán con el mismo ejemplo, y yo supongo que no quieres que esto parezca El Club de la Lucha, verdad?

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora