Israel iba llegando, cuando vio frente a la casa el auto de su padre. Lo miró unos segundos, y luego entró.
—Ya estoy aquí —dijo. Dio una mirada a la cocina, donde Philip estaba hincado, recogiendo pedazos de vidrio. No le vio el rostro, pero sabía que Vicente lo había golpeado.
Sin hablarle, continuó su camino a las escaleras, cuando la voz de su padre, como algo que se arrastra, putrefacto, hasta su víctima, llegó a él, desde su oficina:
—Israel, —dijo lentamente— ven aquí, por favor.
Israel se sintió en un cuento infantil: el héroe que entra a una caverna donde el villano, monstruoso y cruel, espera con una sonrisa cruel en su rostro.
—¿Dónde estabas? —preguntó Vicente, dejando el bolígrafo en el escritorio.
—Estuve con Augusto e Ismael en la plaza; cominos y vimos una película.
—¿Y "estudiar" fue la excusa que le diste a Philip?
—Ya sabes cómo es él, si no le decía eso, no iba a dejarme ir.
—¿Y puedo saber por qué le pediste permiso a él? ¿Philip tiene más autoridad que yo?
—No.
—Tu padre soy yo, mi sangre…
Sangre maldita.
—…corre por tus venas, ¿entiendes eso? Tú y Philip no son nada.
—Aún así me obligas a llamarlo "mamá".
—Es por que tienes que respetarlo.
—No te entiendo.
—Olvídalo, ¿por qué no vas a tu habitación? Hay algo para ti.
Israel salió, seguro de que había una razón para que hubiera esa insistencia en que alguien como Philip tuviera ese título, pero como siempre, su padre nunca le daba respuestas concretas. Estaba harto de vivir así, como a oscuras. Era ridículo.
Por otro lado, su pregunta lo había salvado de un castigo seguro.
Cuando entró a su habitación, encontró su cama llena de regalos: un celular de última generación, con accesorios y la nota de una recarga de tres cifras; una mochila negra que había visto en la tv, un par de tenis de marca cara que le robaron una sonrisa. No tenía idea de porqué su padre de pronto se volvía tan dadivoso, hasta que se acercó a su cómoda donde había un espejo, y se miró. Tenía una pequeña cicatriz en la cara, casi imperceptible.
Porqué, pensó, por qué me trata igual, quién cree que soy yo, por qué me pone en el nivel de Philip, miró la cama llena de regalos, ¡Me odia! Me odia igual que a Philip! Me rebaja a ese nivel!
Desesperado, comenzó a lanzar los objetos contra la pared, el celular contra la cómoda, rompiendo el espejo con el estruendo del rencor.
Philip llamó a su puerta, asustado, sin entrar:
—¡Ismael! ¿Qué pasa? ¿Estás lastimado?
No importaba su vida, qué hacía, o de quién se rodeara…
—Israel, abre, ¿estás bien?
…ni los vicios, o las amistades, o los estudios. Llegar a casa siempre lo hacía caer en la realidad.
***
Andrea escribió varias formulas químicas, explicando sus usos en la vida diaria.
Era la última hora de ese día de clases, aburrido y caluroso en plena temporada de lluvias, lo que significaba que desde esa noche, las lluvias serían más fuertes.
Augusto le explicaba a Israel cómo mezclar químicos para derretir cuerpos en minutos, lección aprendida de su padre y detrás de ellos, estaba Isma, silencioso y serio, sin compañero de clase. Augusto le había dicho que nadie soportaba su plática, o eso contaban.
Ismael toma vagamente notas de la clase, ensimismado en las palabras que escribía sin seguir los renglones. Israel lo miraba de reojo, esperando su fastidiosa voz, pero Isma no parecía estar en el mundo en ese momento.
Sonó el timbre, y lentos, los alumnos comenzaron a salir, hablando, riendo, mirando felices el cielo gris y sintiendo el viento que refrescaba el estío.
—¿Vamos al Cabaret Noir? —preguntó Augusto mientras una chica se colgaba a su brazo.
—No —respondió Israel—, tengo algo que hacer en casa.
—Tú te lo pierdes —miró a la chica—, vámonos, "zorrita".
La chica río y caminó a su lado. No era Clara. Israel miró a la chica; no imaginaba qué pasaba por la mente de las chicas que salían con Augusto cada vez que las insultaba frente a alguien.
Se preguntaba si todas las mujeres eran así, igual a Philip.
Ismael salió cabizbajo, pero no notó a Israel, aliviado de no tener que soportarlo, hasta que, en la planta baja, lo escuchó llamarlo. Israel lo miró con enfado, pero se acercó.
—Vi a Augusto —dijo Ismael— irse con una chica, ¿estás libre esta tarde?
—No.
—Sólo necesito hablar… Decirte algo importante… Una pregunta.
—Dímelo ahora.
—Ahora no… Hay mucha gente aquí.
—¿Quieres hablar de mi familia? Sé que aún estás molestando a Philip.
—Le mandé chocolates sencillos, le pregunté y dijo que estaba bien.
—¿Qué quieres, Remarque? Me mortificas.
—Sólo quiero hacerte una pregunta.
—Bien, comamos juntos —miró su reloj de pulso—, le avisaré a mi padre, ¿vienes?
Ismael lo miró como asustado.
—No —respondió—, te espero aquí.
Israel fue al estacionamiento donde se encontró con su padre, que lo esperaba para que subiera al auto. Philip ya estaba en el asiento del pasajero, leyendo.
—¿Puedo faltar hoy a la comida? —preguntó.
—¿Irás con Hannibal Marchamalo a comer vírgenes ensangrentadas? —se burló.
—
No, Augusto está saliendo con una chica de otro salón.
—Las mujeres no entienden, les encanta que las traten mal, no?
—Iré con Ismael.
Philip lo miró de soslayo.
—Eso me parece bien, necesitas más amigos como él.
—Es un idiota, no puede pensar solo, siempre hace lo que los demás le dicen.
—Es servicial, necesitas más amistades así.
—Ya conozco a alguien a quien le gusta ser pisoteado —dio una mirada a Philip, y luego a su padre—, no necesito a otro.
—Como sea, vuelve temprano.
Israel volvió donde Isma, y ambos salieron por la puerta principal.
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Philip
General FictionPhilip es un profesor de Literatura, casado con Vicente, un profesor de Matemáticas. Parece tener una vida idílica con su marido, pero la verdad es que Vicente lo golpea a la mínima provocación. Y de esto sólo el hijo de Vicente, Israel, es testigo...