Parte 2.13

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Vicente llegó a su casa cuando comenzaba la noche, sin mirar como las luces celestes del cielo se oscurecían y las nubes sobre su cabeza naranjas se iban con el viento fresco. Era temporada de lluvias de verano, entrada del otoño.

La temporada favorita de Philip.

Entró a la casa, en penumbras, salvo por la luz de la pantalla de TV en la sala, donde encontró a su hijo, en compañía de Augusto, mirando una extraña película en blanco y negro, y que sólo Augusto miraba con una sonrisa mientras un hombre se desgarraba el vientre con un cuchillo. Ismael se cubrió la cara con un cojín, cuando vio a su padre. Vicente miró con asco la pantalla.

—¿Qué carajos es eso? —preguntó Vicente, y Augusto pausó en una escena horrible, así que Israel apagó el televisor, encendiendo la lámpara a su lado.

—¿Fuiste al hospital? —le preguntó a su padre.

—Allá estaba —respondió su padre, mirando a Augusto desconectar la memoria de la pantalla.

—Jorge me hizo pensar que no, me dijo que tienes que ir a ver a Philip.

—Ya sé cómo está.

—Eso no lo dudo.

—"Corre" a tu amigo, vamos a comer fuera.

—Ya comí.

—¿Qué?

—Comí con Augusto algo que había en el refrigerador.

—Esa no es comida…

—Lo es, y ya comí; estaré en mi habitación con Augusto.

Ignorando a su padre, Israel guió a su amigo a su habitación.

***

Por la ventana se veía un hermoso cielo gris matutino. Desde el tercer piso del hospital apenas se veían los edificios cercanos. Le gustaba esa habitación, aunque prefería no visitarla tan seguido.

Miró el reloj y sonrió. La hora de visitas llegaría pronto y entonces podría ver a Vicente. Ya quería regresar a casa.

Mientras pensaba esto, la puerta se abrió y cerró con el mismo ímpetu.

—¡ES TÚ CULPA! —le gritó Vicente a la cara.

—¿Qué? —susurró asustado Philip.

—Te advertí que alejaras a ese niño Marchamalo de Israel; ayer estaba en mi casa, comiendo en mi cocina, sentado en mi sala, ¡pasando tiempo con mi hijo!

—Pero…

—Lo primero —golpeó la cama a su lado sin despegarse de él— que vas a hacer al salir de aquí es obligar a Israel a alejarse de Marchamalo.

—Se llama Augusto.

—¡Sé cómo se llama! —gritó levantándose— Lo que quiero es tenerlo lejos, muy lejos! ¿Has entendido?

—Pero…son amigos…

—¡Ese niño no es amigo de mi hijo! Está mal de la cabeza, mal; se ríe de la sangre, de las mutilaciones, las deformidades; aléjalo de mi hijo, o serás tú el que se irá!

—¡No! —se enderezó de un tirón, asustado.

—Entonces…

—Pero ellos son amigos, no puedo…

—Te vas, —siguió amenazando— te quedarás solo, sin mí; no vas a encontrar a nadie en este mundo que te soporte como lo hago yo.

—No puedo…

—Si llegas a encontrar a Feliz ella no te amará, —se inclinó sobre él, poniendo sus manos en sus hombros, y gritándole a la cara— te llamará inútil, ¿acaso no recuerdas que te culpó por la muerte de tus padres? Nada en el mundo la hará cambiar de opinión, ni siquiera te defendió de Alex, lo recuerdas? Te dejó con él, sabiendo de lo que era capaz; ¿estás entendido? —lo sujetó con fuerza, acercándolo más a él— No tienes a nadie, salvo a mí, ¡a nadie! —le gritó sacudiendo.

—Sí, Vicente.

La puerta se abrió, y Jorge, el doctor, entró. Su presencia hizo que Vicente soltara a su marido, dando unos pasos atrás. Pero Jorge no sé inmutó, él conocía desde antes a Vicente, y nada en él le daba miedo, sólo asco y desprecio.

—Buenos días, Jorge —saludó Vicente.

—Hipócrita —le escupió, haciendo que Vicente riera.

El doctor se acercó a Philip, obligándolo a acostarse, revisándolo.

—¿Así tratas a tus amigos? —se burló Vicente.

—Así trato a quien viene a amedrentar a mis pacientes.

—Yo no lastimé a nadie, ¿cierto, Philip?

—Sí, Vicente —respondió Philip.

Jorge miró con desprecio a Vicente, que se sentó cerca de la ventana. Las cortinas parecían un manto cubriéndolo hasta la cintura.

—¿Cuándo saldrá Philip? —preguntó.

—Esta tarde —respondió Jorge—; no olvides venir por él.

—¿Qué te hace pensar que yo…?

—Los tres días —interrumpió sin mirarlo— que se quedó aquí con la pierna rota.

—Eso fue un desliz.

—Como el "desliz" que tuvo en las escaleras, no?

—Cosas que le suceden a los idiotas en las escaleras, verdad, Philip?

—Sí, Vicente —respondió con docilidad.

Jorge terminó, y se acercó a Vicente.

—Ven a las tres de la tarde —dijo el doctor, mirándolo hacia abajo—, de lo contrario voy a hacerte pagar de una manera que no te va a gustar.

Vicente se puso de pie, quedando de frente a Jorge.

—Quiero verlo —lo retó.

El doctor dio media vuelta y salió, despidiéndose de Philip. Cuando cerró la puerta, Vicente se acercó de nuevo a Philip, y lo haló del cabello.

—Estás advertido —siseó amenazante—, si Augusto sigue cerca de Israel, te echo a la calle como el perro que eres.

—Sí, Vicente.

Sin más que decir, su marido se fue. Philip miró la puerta unos segundos, cuando la lluvia ronroneó detrás de la ventana.

Era un hermoso y triste día lluvioso.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora