Parte 3.5

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Después de un trayecto fastidiosamente silencioso, llegaron a una pequeña cafetería, y se sentaron al fondo, pidiendo, sólo Ismael, un café con leche.

—¿Qué querías preguntarme?

Isma miró su bebida unos segundos, y la tristeza en sus ojos acongojó el corazón de Israel. No había dolor más fuerte que el de ver a alguien tan optimista entristecer de manera sombría como ahora.

—Quiero preguntarte algo que quizá te moleste.

—Entonces no me preguntes nada.

—Bien… —lo miró y bajó de nuevo la vista— quiero…digo, me gustaría saber… —lo miró de nuevo— ¿Tú sabes por qué el profesor Philip siempre está tan triste?

Israel comenzó a pensar lo peor.

—¿De qué hablas? —preguntó visiblemente irritado.

—De…esa mirada que tiene a veces…triste.

—Philip no…

—Es evidencia de que es infeliz.

—Él no es infeliz, mi padre lo ama…

—¡Mientes! —golpeó la mesa, molesto, llamando la atención de los pocos comensales. Al instante volvió a su expresión triste.

—No me digas que miento —dijo Israel, tratando de no parecer sorprendido.

—Israel, yo sé que el profesor Vicente no lo ama.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Que vi al profesor Vicente… —no deseaba decirlo, porque si lo escuchaba con su propia voz, entonces se volvería real.

—¿Qué viste? —preguntó desesperado— Me haces perder el tiempo.

Ismael miró la taza. El recuerdo lo ponía triste y molesto a la vez.

—Vi —dijo por fin— al profesor Vicente golpear al profesor Philip.

No, estaba realmente alarmado, alguien lo vio; pero, ¿por qué me preocupa? A mí no me afecta, yo no quiero…no quiero… Sólo no quiero que nadie vea esto…que nadie vea a Philip no defenderse, que no vean a mi padre reír, que no lo escuchen reír de esa manera tan cínica.

Tranquilo, pensó mejor, que no se de cuenta, mi padre dice que hace todo esto por Philip, yo le creo; no me gusta, pero le creo… Debo hacer que Ismael piense que vio mal, antes de que se le suelte la lengua con alguien más. Sonríe y habla:

—¿De qué hablas? —río Israel— Estás loco.

—No estoy loco, yo sé lo que vi; entré a la biblioteca y los vi pasar hasta el último pasillo, fui para saludar al profesor Philip, pero cuando llegué, vi al profesor Vicente empujarlo al suelo, luego lo pateó un par de veces y lo levantó por el cabello para azotarlo contra un librero.

—Que imaginación tienes —seguía burlón, fingiendo muy bien.

—El profesor Philip —miró la bebida que se enfriaba— pedía perdón de rodillas, hasta que dijo algo que no escuché, y el profesor Vicente lo levantó de nuevo, lo besó, y le obligó a pedirle perdón, y el profesor Philip lo hizo.

—Seguro Philip hizo algo para ganárselo.

—No, él no hizo nada, no se movía, sólo pedía perdón… —se pasó el dorso de la mano por cada ojo— Eso no es justo.

—En la vida nada es justo —atacó rápido y molesto—, si la vida fuera justa, yo viviría con mi madre, y no tendría que estar en esta ciudad de mierda que parece llena de locos y traumados que sólo me siguen a mí.

—Nada tiene que ver con esto; ¿acaso no te molesta la idea de que tu padre golpee a la persona a la que te obliga a llamar "madre"?

—Es problema de ellos.

—¿Y si tú fueses parte del problema?

Está vez la ira de Israel fue evidente, en su rostro, en la tensión de su cuerpo, y sobre todo en la mirada que deseaba matar a Ismael. El parecido con Vicente afloró cuando, al hablar, su voz se arrastraba para atrapar a su víctima desprevenida, igual que la voz de su padre.

—No sé —dijo Israel— qué es lo que quieres decir, pero no voy a permitir que hables mal de mi padre o de mí; y —se inclinó para mirarlo a los ojos— si vuelvo a verte cerca de Philip, me encargaré de que…

—Haz lo que quieras —lo interrumpió poniéndose de pie—, pero no es justo que una buena persona sufra, y Philip es una buena persona.

—Tú no lo conoces.

—Lo conozco lo suficiente para sacar éstas conclusiones, y cuando te dije que eras parte del problema, es por otra cosa.

—Por qué, dímelo.

—Mi padre dice que cuando un padre es violento, no sólo golpea a la madre —se veía más tranquilo, incluso se sentó, bajando la mirada—, llega un día cuando golpea a los hijos, pero…para eso está mamá… —levantó la mirada, tomando por sorpresa a Israel, que ya no podía disimular su miedo— Mamá se deja golpear para que nadie toque a su hijo.

Israel tomó su mochila y huyó, aunque sólo llegó a la esquina, y allí se quedó sentado en el piso. No podía respirar, y tenía tantas ganas de llorar. El mismo llanto que soltó frente a Augusto, pero esta vez estaba en la calle, llena de extraños que no parecían notar al chico en el suelo intentando no soltar el caudal que ya se filtraba y corría por sus mejillas. Había tanta tristeza que no podía guardar.

—No quería hacerte llorar.

Ismael se sentó a su lado.

—Tú… —quiso decir Israel, pero Isma continuo:

—Quisiera pedirte un favor, y a cambio, prometo no molestarte hasta las vacaciones de invierno, de verdad.

—Dime —respondió bajando la mirada.

Isma le acercó un pañuelo de papel, que le fue arrebatado al instante.

—Bien, si el profesor Philip permite que le hagan eso, es porque quiere defenderte, y si no se defiende es, al mismo tiempo, porque no hay razón para hacerlo.

—No entiendo —dijo más tranquilo.

—Philip quiere estar con ustedes porque son su familia, por eso se deja golpear.

—¿Y yo qué tengo que ver con eso?

—Tú eres, quizá, el motivo más fuerte que tiene para soportarlo todo; yo imagino —sonrió, y ese simple gesto calmó a Israel— que si tú te pusieras de su lado, al menos una vez, el profesor Philip sería más feliz, y tendría más valor frente al profesor Vicente.

—No puedo defenderlo, es tan…patético.

—No, Israel, tú no crees que es patético, te frustra que no se defienda, sólo eso.

¿Cómo sabes…? Frustración es la palabra en la que pienso cuando lo veo. Pero, ¿es mi frustración lo que siento porque no se defiende, o porque yo no puedo hacer nada para defenderlo? ¿Qué puedo hacer yo si me lastima a mí también? Pero…también quiero hacer algo por él…darle la mano para que se ponga de pie…un pañuelo cuando llora…comer lo que él prepara para verlo sonreír…

Comenzó a llorar de nuevo.

Hablar, por que me gusta hablar con él, pero… Papá dice que quiere tomar el lugar de mi mamá, y yo no puedo permitir eso.

—No puedo…

—Sí puedes —se apresuró a decir Ismael—, sólo sonríele un poco, o con un simple gracias puede bastar… Sólo inténtalo.

—Pero…

Ismael se levantó y dio unos pasos, cuando se volvió, sonriendo.

—Nos vemos en enero, Israel.

Israel se levantó, pero Isma ya había cruzado la calle, brincando bajo la ligera lluvia que hizo temblar a Israel.

Sin Isma y sin Augusto, se sintió abandonado.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora