Parte 5.2

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Felicia se llevó al muchacho a su casa, aunque él ni siquiera le prestó atención. Le prestó ropa de su hijo, que le calzó bien, y logró sacarle la dirección.

***

Pocas veces Felicia había visitado el Distrito Viejo, y sólo una vez se encontró con su hermano, pero siempre le sorprendía lo silenciosas que eran las calles, casi como si nadie viviera allí, aunque de vez en vez se oía alguna canción lejana, o se veía a alguien caminar solitario hasta que se perdía en una esquina.

Se detuvieron frente a una casa color arena, de dos plantas y cortinas cerradas, como casi todas las casas, y con un aires de abandono, igual que todo el lugar. Israel salió del auto inmediatamente. Buscó en el marco de la puerta, y de una hendidura sacó una llave, abriendo desesperado, corriendo al interior.

—¡Philip! —gritó apresurándose a la cocina, pero allí estaba su padre, leyendo el periódico, bebiendo café.

Al ver a Israel, Vicente se levantó, abrazándolo. Felicia entró, cuidadosa y molesta al ver a Vicente en tan hipócrita escena.

—¡Isra! —sonrió Vicente— Hijito, volviste, ¿dónde estabas, pequeño?

—Pa…papá…

—Cuando me dijeron que te fuiste —explicó sin separarse de él— de la preparatoria, me asusté, te busqué, y hoy que decidí tomar un descanso, vuelves como si nada, como el hijo pródigo, mi niño; soy tan feliz de verte.

Lo abrazaba como si no se diera cuenta de lo mal que se veía Israel.

—Philip… —susurró Israel, y su padre se separó un poco para mirarlo a los ojos.

—¿Philip? —preguntó— ¿Preguntas por mamá?

—Sí… Quiero…

—Philip se fue.

—¡Qué! —casi gritó Felicia— ¿Cómo que se fue? ¿Dónde está Felipe?

Vicente miró burlón a la mujer. Soltó a su hijo, y lentamente, y hablando, se acercó a su cuñada.

—Su nombre es Philip, y no tengo idea de a dónde se fue, —la arrogancia asomó a su mirada— el día que Israel desapareció, cuando volví de buscar a mi hijo, sólo encontré esto —sacó de su bolsillo una nota, una hoja muy arrugada, y se la alargó a Felicia, que la leyó sin creerla: "Ya no puedo vivir aquí, me voy. Cuida de Israel".

Israel se acercó, leyó, y desesperado, corrió a las escaleras, tropezando, subiendo sin detenerse hasta que entró a la habitación principal. Las camas estaban tendidas, las ventanas cerradas. Todo como si Philip aún estuviera allí, pero no era así. Ya no estaba.

—Philip… —susurró— Philip…

Se tumbó en la cama donde lo vio llorar, y abrazó la almohada que aún olía al hombre que iluminaba esa casa.

—Mamá… A dónde fuiste…

Mientras tanto, abajo…

—¿Qué le hiciste a Felipe? —preguntó Felicia— Conozco a mi hermano, él no se iría de esa forma, quiere mucho a ese niño como para abandonarlo con alguien como tú.

—Cómo puedes conocer a tu hermano, dime; lo abandonaste, no te importó dejarlo en un lugar donde apenas conocía la calidez familiar que yo le mostré; lo dejaste a la suerte de ese perverso primo tuyo.

—¿De qué…?

—Yo protegí a Philip —le interrumpió levantando la voz— cuando todos le dieron la espalda, cuando permitieron que todos a su alrededor lo lastimaran, yo fui el único que estaba a su lado.

—Te estás adornando con muchas flores; si tanto quieres a Felipe, dónde queda Israel?

—Philip sabe que estará en buenas manos, es mi hijo, sé cómo protegerlo, yo lo amo más que a cualquiera.

—¿Más que a Felipe?

—Más que a Philip; yo siempre elegiré a mi hijo, y él lo entiende.

—¡Eres un…!

—¡Y tú una prostituta! Esta es mi casa, —dijo furioso— y tú, rebelde de dos pesos, no vas a gritarme como aquella vez, callejera inmunda, así que ¡lárgate enseguida!

—Quiero ver a mi hermano.

—Búscalo en la casa de Ismael Remarque, tu hermano pedófilo tenía un amorío con ese niño, ¿Israel no te lo dijo? Mi pobre niño debe estar sufriendo también por eso.

—¡Estás mintiendo, sádico idiota!

—¡Es verdad! —gritó sonriendo— Pregúntale a todos, te dirán que tu hermano no sólo es un pedófilo, también es un drogadicto.

—¡Cierra esa sucia boca!

Esa frase pareció enfurecer a Vicente, pues sus ojos se oscurecieron con la niebla del rencor. Pero enseguida se recuperó, su sonrisa burlona volvió, y continuó:

—No me sorprendería que en cualquier momento te llamen del hospital porque tu hermanito marica murió de una sobredosis.

—No me quedaré a escucharte, voy a buscar a mi hermano, y me llevaré a ese niño.

—Es mi hijo, intenta llevarlo, y ya verás porqué Philip me besaba los pies.

—¿Crees que tengo miedo?

—Se le llama precaución; sé buena niña y vete.

Se miraron, ella furiosa, y el burlón, pero ninguno bajó la mirada hasta que escucharon a Israel bajar las escaleras, sentándose en los primeros escalones, tomando con fuerza los barandales de metal.

—Vámonos, Isra —dijo Felicia acercándose—, te llevaré a…

—Quiero quedarme aquí —interrumpió, segundos después levantó su mirada opacada por las lágrimas—, Philip puede volver… —se aferró al barandal— y yo quiero verlo… Quiero a Philip.

Felicia le acarició y besó el cabello, como lo hacía con sus hijos.

—Bien, pequeño, pero, —miró un momento de reojo a Vicente— si llegaras a necesitarme, llámame, ok?

Israel asintió. Felicia le dedicó una mirada de reproche a Vicente, quien sólo le sonrió, y se fue.

Israel se quedó allí, callado, sin escuchar el pesado acercamiento de su padre, que le revolvió el cabello. Israel levantó la mirada.

Él nunca lo sabría, pero Philip había mirado a Vicente de la misma manera el día que se conocieron.

—Ven —dijo Vicente con voz suave, tomando con cariño la mano de su hijo—, vamos a comer.

***

Vicente, por primera vez, era el padre de Israel. Cocinó, le sirvió, lo llevó a la habitación principal, y lo acostó en su cama, acostándose a su lado para abrazarlo mientras veían televisión. Israel se abrazó a su padre como un niño pequeño.

—¿Por qué se fue Philip? —susurró Israel.

Incluso su voz sonaba infantil.

—No lo sé, hijo.

—Quizá…ya no quería que lo lastimaras…

—Sí, quizás.

—¿Le has llamado?

—Dejó el celular, no quería ser localizado.

—Lo extraño… —las palabras parecían ahogarlo.

—Yo también.

—¿Va a volver?

—No lo sé. 

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora