Parte 6.4

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Agosto, septiembre, octubre.

A principios de octubre, Augusto volvía del cine, pensando en lo que pediría para su cumpleaños. Su tío pensaba prepararle una fiesta aunque él siempre lo rechazaba, saliendo de la casa, quedándose a dormir en otro lugar, o, por el contrario, se encerraba en la mansión a ver películas. Odiaba las reuniones hipócritas.

Pero al acercarse a la puerta, vio una sombra frente al portón que al mirarlo sonrió.

—Hola, Augustus.

Augusto miró al muchacho pálido y de cabello algo largo, que le cubría las orejas. Llevaba un abrigo, una bufanda que casi le cubría el rostro, y tenía las manos en los bolsillos.

Sus ojos le dijeron quién era, aún cuando tenían un brillo diferente.

—¿Israel?

—No me parezco, verdad?

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Sólo quería hablar…

—¿Con un desquiciado? ¿Tu amigo Darío no estaba disponible?

—¿Podríamos hablar sobre eso…?

—Podríamos, pero en realidad no quiero, no quiero tener la esperanza de hablar contigo y que me rechaces otra vez.

—Estaba en un mal momento… Déjame explicarte…

—No es gracioso —sonrió molesto— cómo las malas personas siempre tienen la excusa de “estar en un mal momento” para arreglar la mierda que hicieron, como si un arrebato de ira fuese normal, y matar a una persona durante ese momento fuese igual que patear un cono de vialidad.

—Augusto, escúchame…

—No —perdió su sonrisa—, escúchame tú; no me importa lo que sucedió, dónde estabas, qué hiciste, nada, NADA! En este momento nada de tu vida me interesa, y si vuelves a llamarme pondré tu número en una pancarta sobre sexo gratuito para que sepas lo molesto que es tener que ver tu número traicionero sólo cuando me necesitas.

Israel lo miró intentando, pero fallando, no llorar. Augusto, molesto, se dio la media vuelta.

—Tendré visitas en un momento —dijo—, por favor, vete.

—¿Visitas?

—Podrá parecerte increíble, pero a diferencia de ti, tú no eres mi único conocido;… Ismael vendrá a despedirse.

—Ismael… ¿Podría hablar con él?

—No lo sé, yo no controlo con quién habla, pero si vas a esperarlo, hazlo aquí afuera, no te quiero en mi casa.

Augusto entró y cerró con fuerza. Israel bajó la mirada, caminando a la jardinera frente a la casa de su amigo, esperando.

Conocía a Augusto, como un pistolero a su arma, pero, igual que un arma, sin moral o ética, sabía que si la arrojaba con desprecio, esta podría disparar contra él. Augusto era un gran amigo, y un enemigo que podía herir sólo con una palabra. Aún así quería su perdón, tenerlo de vuelta en su vida, y sentir que todo tenía sentido de nuevo. Sobre todo, quería tener a alguien a quien contarle cosas que a Philip no podía. Algo horrible que sólo Augusto podría escuchar sin mirarlo con lástima, o con culpa. Pero ahora tendría que guardarlo para él, en silencio, igual que todo, igual que siempre.

Unos minutos después, escuchó a alguien acercarse. Era Ismael, con un abrigo negro, mirando su celular. El chico alegre, aunque ahora no estaba sonriendo, levantó la mirada, encontrándose con Israel, quién notó enseguida un miedo que sólo había visto en Philip. Eso le oprimió el corazón.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora