Los días que Vicente no estuvo en casa, Israel no fue a la preparatoria, aunque tampoco hizo lo que Isma le recomendó. No podía, así de simple; las palabras de su padre rondaban su mente, obligándolo a culpar a Philip de que su padre seguía en el hospital, odiándolo aún más al ver que no se defendía. Cómo lo soportaba Vicente.
Finalmente, Philip fue al hospital, no de visita.
—Yo preferiría —le dijo el doctor, siempre de buen humor— que se quedara al menos un mes, para que la herida cierre por completo, pero su marido está cada vez más hostil; les grita a las enfermeras, les lanza la comida, nada de lo que le preparan le gusta.
—Mi marido es muy exigente con la comida —se disculpó sonriendo.
—Sí, y creemos que estará mejor con usted, en casa, sólo necesita que lo cuide, que mantenga limpia la herida, no debe recargarse para que las puntadas no se abran, que tome su medicamento, y que coma bien, ok?
—Sí, doctor.
—Ah, una enfermera me dijo que si lo veía, le comunicara que Jorge ya está aquí.
—Gracias, espero verlo antes de irnos.
Llegaron a la habitación, donde una enfermera ayudaba a Vicente a subirse a la silla de ruedas, aunque él la echó de la habitación.
—Vicente —sonrió Philip, acercándose, hincándose ante él—, ¿cómo te sientes?
—¿Cómo crees que me siento inútil? —respondió molesto— Estoy pegado a ésta silla, y cuando esté en mi casa, tendré que estar en cama, ¿sabes qué significa eso?
—Tranquilo —dijo el doctor—, si sigue las indicaciones que le di, se pondrá de pie muy pronto.
—¡Usted dijo que ya podría levantarme!
—Yo dije que si hace lo que le dije, podría levantarse más pronto.
—¡Es un inútil!
—El buen humor es parte de la recuperación.
Philip se disculpó y empujó con cuidado la silla fuera de la habitación, cuando un "flash" los detuvo, tomándolos por sorpresa.
—Vaya —rio Jorge—, nunca creí ver esto.
—¡No tomes fotos! —le gritó Vicente.
—Hola, Philip, ¿cómo te sientes? ¿Cómo va tu pierna?
—Bien, gracias —susurró Philip.
—Vámonos —ordenó Vicente, y Philip se despidió, llevándose a su marido, que no dejaba de reñirlo.
—¿Se conocen? —preguntó en doctor sonriendo— Vicente parece odiarte.
—Sí, —respondió Jorge perdiendo su sonrisa— lo conozco lo suficiente para saber lo enfermo que está.
***
Philip y Vicente llegaron en taxi a la casa, y con ayuda de un par de muletas, Vicente llegó a la puerta antes que su marido, que después de pagarle al taxista, se apresuró ante la voz de su esposo para abrir la puerta. Vicente fue recibido por Israel, que, como un niño pequeño, se abrazó al torso de su padre, sonriendo. Philip lo miró asustado, creyendo que Vicente lo golpearía, pero no sucedió; Vicente le revolvió el cabello y lo separó con suavidad.
—Ahora no, Isra —dijo serio—, me siento fastidiado, quiero dormir.
—¿Quieres algo más, papá?
—Ahora que lo dices —miró enojado a su marido—, tráeme algo de comida, ese lugar de mierda no sabe diferenciar lo comestible de lo que va a la basura.
—Sí, Vicente, ¿quieres que te ayude a subir?
Vicente, al pie de la escalera, le lanzó un golpe con la muleta, pero no se acercó lo suficiente.
—¿Crees que necesito la ayuda de un idiota como tú?
—No, Vicente, disculpa —bajó la mirada.
—Entonces no vuelvas a meterte en lo que no te interesa.
Vicente dejó caer una muleta, se sostuvo del barandal, y con la otra muleta, intentó subir. No quería arriesgarse a pisar y que las puntadas se abrieran, aunque ese temor no se lo iba a decir a alguien.
Israel miró a su padre, y vio a Philip acercarse un poco, queriendo ayudarle, cuando, a mitad de la escalera, Vicente cayó, lanzando un grito de dolor que él mismo se obligó a silenciar.
Dolor, sangre, maldiciones, soledad.
Una parte quería romper en llanto, pero, no. Él no mostraría debilidad.
Philip se apresuró enseguida, inclinándose a su lado para ayudarlo, pero Vicente lo tomó del cabello, mirándolo.
—Todo esto —le dijo con más rabia que antes—, es tu culpa.
—Lo siento… —susurró, pero Vicente lo empujó, y solo se puso de pie, y continuó hasta su habitación. Philip lo siguió, al igual que Israel.
El muchacho no entró con ellos, observó a Philip ayudar a Vicente a acostarse, aunque él siempre lo alejaba, ordenándole cerrar las cortinas, molesto por la luz.
—Dame el control, Philip —le ordenó—, rápido, idiota lento.
En la habitación tenían una televisión, pero estaba en la esquina frente a la cama de Vicente. Al frente de la cama había un baúl con tapa acojinada, donde Philip se sentaba si quería verla, siempre que su marido se lo permitiera.
—¿Qué quieres comer? —preguntó Philip, tendiéndole una cobija sobre las piernas.
—Lo que sea, pero rápido, tengo hambre.
—Sí, Vicente.
Philip salió e Israel entró, aunque se quedó de pie al lado de la cama. Vicente lo miró unos segundos. Vio en él una mirada infantil, temeroso de ser rechazado. Él conocía ese sentimiento. Debía hacer algo por el niño, como agradecimiento.
Le extendió la mano, invitándolo a sentarse a su lado. Era la primera vez que lo miraba de manera paternal, pues esa mirada le trajo recuerdos tristes que deseaba olvidar, pero estaban tatuadas en su interior, y eso le daba la fuerza y paciencia suficiente para hacer todo lo que hacía.
Valía la pena, valía la pena.
Philip regresó a los pocos minutos con el plato de Vicente. Le acomodó un desayunador, una pequeña mesa, y le dejó la charola.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Israel mirando el desayunador, y su padre rio.
—La trajo de sus vacaciones —respondió Vicente, haciendo que Philip bajara la mirada.
Las "vacaciones" de Philip duraron ocho meses, lejos de Vicente, y de todo. Por que no fueron vacaciones, sino una rehabilitación para la pierna rota en dos partes que recibió por no depositar el dinero de esa quincena. Pasó seis meses en el hospital, y poco más de dos meses en el departamento de Jorge, que en ese tiempo no tenía novia. Y a su regreso, el primero en recibirlo fue un Israel molesto por no haber estado esa Navidad, que pasaron él y su padre solos. Philip decidió no decir nada, ni a su hijo, mucho menos a sus conocidos. Sólo Jorge y Vicente lo sabían.
—¿Quieres bajar a comer? —preguntó Philip a Israel. Pero antes de que le respondiera con arrogancia, Vicente le acarició el cabello a su hijo, haciéndolo sonreír, y respondió por él:
—Mi hijo comerá conmigo, apuesto que si lo dejo contigo más tiempo, se volverá loco.
—Traeré su plato enseguida.
Philip no tardó, le dejó la comida y salió sonriendo, aunque entristeció en la puerta al ver a Vicente ser tan sonriente y cariñoso con el muchacho. Se veían tan tranquilos juntos, hablando. No deseaba romper la burbuja de esa hermosa ilusión que tenía Israel. El niño amaba a su padre, y nadie, ni siquiera Philip, podría mostrarle lo contrario.
Philip bajó y comió sólo, escuchando la falsa felicidad de Vicente y el sonido de la televisión.
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Philip
General FictionPhilip es un profesor de Literatura, casado con Vicente, un profesor de Matemáticas. Parece tener una vida idílica con su marido, pero la verdad es que Vicente lo golpea a la mínima provocación. Y de esto sólo el hijo de Vicente, Israel, es testigo...