Parte 5.7

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Víctor lo llevó a un edificio departamental de ocho pisos. Eran cuatro edificios idénticos rodeando un quiosco con bancas y árboles que, a su vez, lo rodeaban.

Víctor, Felicia, y sus tres hijos vivían en el piso cuatro, de cuyo balcón, como de varios en ese y los otros edificios, sobresalían plantas que enverdecían las construcciones. Algunas ventanas estaban cerradas, otras abiertas de par en par de donde salía un griterío de estudiantes o niños que llegaban de la escuela. Donde las cortinas estaban cerradas se podía sentir la presencia de los vecinos. Era tan diferente a las calles vacías y silenciosas donde él vivía.

A Israel le pareció hermoso.

La escalera estaba descubierta, y llevaba a un largo pasillo lleno de hierbas de olor y un pequeño árbol que estaba por dar frutos.

La puerta estaba enseguida, así que Víctor abrió, mostrando un bello departamento amplio, con la cocina y la sala enseguida, y un pasillo a la derecha que llevaba a cuatro habitaciones.

—Papi —gritó la niña que estaba en el sillón. Era Flora. Víctor se extrañó de verla sola, así que la levantó en brazos, besándole la frente.

—¿Cómo está la nena de papá? —sonrió Víctor.

—Papi.

—Sí, soy papi.

—Papi.

—¿Sabes decir algo más, nena?

—Mami.

—Dos palabras —siseó con sorna—; un día serás una gran empresaria.

—Papi.

—¿Y mamá?

—Dulces.

—Fue a la tienda; mira —señaló a Israel—, es tu primo Israel.

—Primo.

Israel miró a la niña, y luego al hombre. Tenían rasgos parecidos, aunque la niña sí sonreía.

Víctor bajó a la niña, que corrió hacia el muchacho, abrazándolo de las piernas. Al momento, la puerta principal se abrió, y entró Felicia, seguida de un guapo joven de 20 años, que parecía copiar el estilo de Víctor, y un muchachito de 12 años, que atrajo la atención de Israel al momento. Hacía unos años, Philip le mostró una foto donde tenía 13 años, unos días después de mudarse con Vicente. Y el inocente chico que acababa de entrar al departamento era la misma imagen de esa foto que Vicente rompió frente a su marido. Lo único que lo diferenciaba eran los anteojos, parecidos a los de Víctor.

—Traje a Israel —dijo Víctor, y Felicia miró al muchacho, y luego a él.

—¿Dejaste solo a Felipe? —exclamó molesta.

—No es como si fuese a levantar e irse, su marido se aseguró de eso.

—¡Vete al hospital!

—Tengo que bañarme —le dio la espalda, sonriendo a sus hijos, y se perdió en el pasillo de las habitaciones. Felicia lo miró molesta, pero sonrió hablándole a Israel.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó.

—Cansado.

—¿Metes a un muchacho —bromeó el veinteañero— a la casa, y no nos lo presentas? Mamá, qué egoísta.

—Félix —sonrió Felicia—; Israel, te presento a tus primos, ya conoces a mi florecita —vio a Flora aún en las piernas de su primo.

—Sí, tía.

—Él es Félix, mi hijo mayor; y él es Fabio.
Fabio, la copia exacta de Philip, se acercó a Israel.

—Hola, Isra; mamá nos contó todo, espero que mi tío Felipe se ponga mejor.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora