Parte 3.3

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—Patético —dijo Augusto—, ¿por qué no simplemente viene y se sienta?

—Le dije —respondió Israel con la mirada gacha— que no se me acercara.

—Pero es peor; ¿has visto esos perros que están muriendo, y que te miran esperando ayuda, y lo único en que piensas es que pasarle las llantas por encima es una buena opción?

—No, realmente —dijo con asco.

—Él se ve como lo que queda después.

—De verdad es patético, no?

—Sí; dile que puede sentarse con nosotros si —remarcó la palabra— nos trae un refresco a cada uno.

Israel hizo una seña con su mano para que Ismael, a cuatro mesas de ellos, se acercara. El chico, que no estaba comiendo, se acercó al instante.

—Tráenos un refresco —dijo Israel—, y puedes sentarte aquí.

—¡Sí! —sonrió entusiasmado, y se alejó.

—Mientras más golpeas a un perro —sonrió Augusto— más amor te tiene, no es verdad? —miró a su amigo con su sonrisa maligna, pero Israel no lo miró, revolvía la comida en su molde con fastidio.

En el segundo patio había dos máquinas de refrescos y jugos. A una de ellas se acercaba Isma, cuando vio a Philip acercarse primero.

—Profesor Monterroso —dijo corriendo hacia él.

—Hola, Isma —respondió con una sonrisa, gesto que se borró del rostro de Ismael.

—Profesor, ¿qué sucede? —le tomó la mano—, ¿se siente mal?

—No, estoy bien —respondió soltándolo.

—Estuvo llorando, se le nota, además, tiene una cicatriz en la sien, ¿qué le pasó?

—Nada, nada, estoy bien, ¿y tú? Pareces decaído, todo está bien?

—Sí, Israel y Augusto son mis amigos otra vez.

—¿Otra vez? —preguntó tratando de no parecer confundido— Dejaron de ser amigos?

—Sólo unos días, pero hoy ya todo está bien; quería verlo a usted, ¿le gustaron mis regalos?

—Sí, gracias, aunque son un poco costosos.

—No, mi papá gana muy bien, y cuando quiero algo, sólo lo pido.

—Bien, gracias, pero prefiero las visitas a los regalos, sí?

—Sí, profesor.

—Y, ¿qué vas a tomar?

—Les llevaré un refresco a Israel y a Augusto.

—¿De verdad?

—Sí, sólo así puedo sentarme con ellos.

Philip lo miró acercarse a la máquina.

—¿Quién te dijo eso?

—Israel.

Los refrescos salieron, e Ismael se despidió con una sonrisa. Mientras Philip lo observaba sintió una mirada en su espalda, pero al girarse, la cortina de la oficina de Vicente estaba en su lugar.

Ismael llegó donde sus compañeros, sentándose a su lado, observándolos sin dejar de sonreír.

—¿A dónde iremos después de la escuela? —preguntó, sobresaltando a los muchachos.

—¿Iremos? —contestó Augusto riendo— Sólo iremos Israel y yo, tú no.

—Pero somos amigos…

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora