Parte 2.4

69 4 12
                                    

—Buenos días, Israel.

Frente a Augusto e Israel se apareció de un salto Ismael, con esa sonrisa y sus ojos negros.

—Hola, Isma —sonrió Augusto dándole unas palmadas en la cabeza, y se alejó, seguido por Israel. Isma caminó a su lado.

—¿Cómo estuvo su mañana? —continuó Isma— Papá cocinó "hot-cakes" en forma de estrellas, y bebí leche fría, y de camino a la preparatoria…

—Isma —interrumpió Israel sin detenerse—, nada de eso nos interesa, quédate callado, ok? Haces que me duela la cabeza.

—Ok! Pero no me respondieron…

—Esta mañana —interrumpió Augusto— preparé una mezcla de ácido para soportar a gente como tú, y está funcionando porque me siento tan bien como un muerto que sale de su tumba.

—Nadie se levanta cuando está en un ataúd.

—Conoces muy poco de la magia negra.

Continuaron hasta llegar al edificio.

—¿Es verdad —dijo Isma— que iremos a la Feria del Libro?

—Sí, —respondió cansinamente Augusto— nos llevará la maestra de Química.

—¿Y la maestra de Literatura?

Ya estaban en las escaleras, cuando Augusto e Israel lo miraron desde los cuatro primeros escalones. Isma apenas subía.

—¿Qué dijiste? —preguntó Israel molesto.

—La maestra de Literatura, ¿no irá?

—¿Quién dijo que es “maestra”?

—Todos; cuando pregunté, me dijeron que te preguntara, porque es tu mamá, aunque usaron una expresión errónea, ellos dijeron: «El maestro de Literatura es la madre de Israel».

—Quizá —dijo Augusto bajando dos escalones— tú no lo entiendas, pero Israel tiene dos padres, y ambos son hombres; ¿sí captas eso, bebé?

Isma los miró unos segundos, y sonrió.

—Claro que lo sé —dijo—, yo también he salido con un hombre.

—¿Tú? —se burló— ¿Y a tu papi le molestó?

—No, papá dice que la juventud está llena de experiencias; cuando le conté sobre mi novio, dijo que estaba bien.

—¿Dormiste con él?

—No, sólo nos acariciamos, pero eso de ser tocado no me agradó mucho, y terminamos dos semanas después.

—¿Y has salido con chicas?

—Con dos, pero ellas son complicadas; siempre que les dices algo, deforman tus palabras y te hacen sentir mal.

—Mira, mira, el nenito tiene experiencia en el sexo.

—No, sólo me tocó, y decidí alejarlo de mí, y todo quedó en paz; con las chicas me sentí incómodo, a una le molestó que la tocara, y a la otra porque no la toqué nunca; yo nunca entenderé a las mujeres.

—Ni los padres de Israel.

—Cállate —regañó Israel, subiendo, sin detenerse hasta llegar al salón.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora