Parte 2.9

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—¿Por qué invitaste a ese niño a sentarse con nosotros?

—Yo no lo invité, él me siguió.

Augusto e Israel miraron a Isma sentarse con ellos a la mesa del patio, frente a las canchas de basquetbol, donde ya había varios chicos jugando.

—Que divertido —dijo Ismael, dejando su comida sobre la mesa.

—Define diversión —pensó Augusto en voz alta.

—Israel, tu familia es hermosa, tu padre es muy agradable, y tu otro padre es…mágico.

—Ojalá usara esa magia para desaparecer —dijo Israel, revolviendo la ensalada de pollo en su molde.

—El profesor Philip es fantástico, su forma de hablar, de…

—Vaya —sonrió Augusto—, creo que se le llama "amor a primera vista".

Israel detuvo el tenedor que iba a su boca, mirando a Ismael de forma asesina.

—¿Te gusta mi madre? —siseó sin ver a su amigo disfrutar la escena.

—No, —respondió Isma— es simpático, y muy amable, lo conocí en la librería.

“—…cuida que no sea una zorra"

"—Yo nunca lo he visto coquetear con alguien"

"—Aun no"

—Isra.

Israel sacudió su cabeza y miró a Augusto.

—¿Qué?

—Mandé a tu "padrastro" por una hamburguesa, ¿estás bien?

—La voz de mi padre…

—Otra vez resonando en tu cabeza, como un balazo que te atraviesa de lado a lado, te entiendo.

—Es sólo que…no, olvídalo, no…no es nada.

Israel llegó en ese momento, entregándole la hamburguesa a Augusto.

—Augusto —preguntó Ismael—, ¿cómo son tus padres?

Augusto lo miró sin emoción, e Israel le dio un pisotón a Isma, haciendo que se atragantara.

—¿Mis padres? —dijo aburrido Augusto.

—No dijo nada —se apresuró Israel—, olvídalo.

—¿Sabes? —sonrió a Isma— Papá y mamá están bien, —susurró causando un escalofrío en Ismael— es mejor cuando están separados, porque juntos se matarían con sus propias manos —movió sus manos con un ademán infantil de querer acercarse.

—Basta, Augusto —dijo Israel con enfado.

—Ah, bien —estiró sus brazos—, estoy excitado, voy por algo de tomar.

Augusto se levantó y se alejó lentamente, esquivando un balón, riendo al ver que había golpeado a una chica.

—¿Hice —preguntó Ismael— una pregunta que no debí hacer?

—Sólo no vuelvas a hablar de sus padres… No es algo de lo que se deba hablar.

Israel conocía la vida que Augusto había llevado en sus escasos 14 años de voz de su amigo. Él le contó sobre su madre, una mujer cuya cordura nunca fue perfecta, y que empeoró meses después de que él naciera.
Una noche, cuando sólo estaban ella y su bebé, dos hombres entraron para abusar de ella. Días después, la paranoia se hizo presente, creyendo que los hombres volverían, y aun peor, asegurando que su hijo era producto de los horribles abusos que sufría cada noche en sus recuerdos. Cuando Augusto cumplió 4 años, en la fiesta, su madre intentó matarlo, aunque sólo logró herir a una niña en el ojo. La mujer terminó en un hospital psiquiátrico.

Su padre, en cambio, era más "alegre". Tenía un estilo de diversión que Augusto adoptó muy rápido; hacer sufrir a alguien más. El hombre tenía empresas, un viñedo, pero lo que en verdad amaba, era hacer películas "snuff". Este gusto lo descubrió Augusto por accidente, poniéndose en evidencia por la risa que le provocó el llanto desesperado de la chica en la pantalla. Su padre, en lugar de apagar la pantalla, invitó al niño a sentarse con él. Augusto amaba más a su padre. Lo que no sabía era que él siempre había sufrido de tendencias suicidas que creyó controladas al nacer Augusto, aunque volvieron sin previo aviso, sin que sus hermanos se dieran cuenta, hasta que, sin pensarlo, intentó una noche cortarse el cuello. Una foto de su hijo lo detuvo.

Queriendo evitar lastimar a su hijo, pidió ayuda a su hermano menor, que ya vivía con él, y con quién tenía un pleito eterno del que no hablaban. Pero no pudo evitar un día intentar ahogarse él y su hijo. Sus hermanos los salvaron, y lo enviaron a un psiquiátrico.

Augusto se quedó con su tío, que aunque se sentía incómodo, no podía dejarlo. Sin embargo, desde los 12 años, Augusto pasaba mucho tiempo solo, en una enorme casa del Distrito Viejo, rodeado de sus extrañas colecciones y una soledad reconfortante sólo para él.

—Traje un refresco para cada uno —dijo Augusto, sentándose—, pueden pagarme después, o invitarme a cenar.

—¿Quieres cenar en mi casa? —se apresuró Isma.

—Me gustaría, pero tu padre se oye tan mojigato que terminaría cortándome las venas antes del postre.

Ismael río con alegría, atrayendo la atención de Israel. ¿Qué lo hacía sonreír tanto?

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora