Parte 3.8

77 2 23
                                    

(Ya quería que llegara esta parte, es de mis favoritas)

—Inténtalo —insistió Ismael mientras bajaban las escaleras.

—No lo sé —habló Israel, arrastrando las palabras—, lo veo y no puedo dejar de pensar en lo patético que es.

—Empieza con algo sencillo, con palabras, o con frases, ya sabes, «hola, gracias, que tengas un buen día», algo sencillo.

—Lo intentaré, pero no le veo el sentido.

—Piensa que será también bueno para ti; si Philip comienza a defenderse, quizá tu padre deje de golp…de hacer lo que hace —reafirmó al verse rodeado de sus compañeros.

—Aquí —dijo Augusto— la palabra clave en "quizá", porque tiene dos posibilidades: "quizá" comiencen a defenderse y vivan un idilio, o "quizá" se vuelvan violentos.

—Prefiero no pensar en eso —dijo Israel—; nos vemos mañana.

—Yo voy al «Oro Billar», tengo que aprovechar estos días que Tristán no está.

—¿Tristán? —preguntó Isma.

—Mi tío molesto.

Isma río. Se separaron; Augusto salió por la puerta principal, Ismael salió por el estacionamiento donde su padre lo recogió en el auto, e Israel, entró al aparcamiento, donde, recargado en el auto, estaba Philip, leyendo.

—¿Y mi papá? —preguntó.

—Aún no llega.

—Eso es evidente, ¿dónde está?

—Estaba en su oficina, llamando, dijo que nos alcanzaría.

—Espero que no tarde, tengo hambre. 

—Si quieres yo tengo…

—No quiero nada tuyo.

Philip, que había tomado su maletín, lo dejó de nuevo en el suelo, medio sonrió y siguió leyendo.

Bien, bien, se dijo Israel, ahora entiendo lo que dijo Ismael, «piensa en cómo te vas a sentir después de ceder a los malos hábitos»".

Estaba por hablar, cuando Philip bajó de nuevo el libro al ver entrar a Vicente con pasos rápidos. Sin hablar, Vicente se subió al auto y lo encendió, haciendo que Philip e Israel subieran tan apresurados que apenas pudieron ponerse el cinturón cuando el auto ya estaba afuera de la preparatoria. Vicente no disminuyó la velocidad hasta que llegó a un cruce con las luz en rojo, frenando de golpe.

—Vi… —comenzó a decir Philip, cuando Vicente golpeó el volante.

—¿Por qué no cierras el gran hocico que tienes, perra? —le gritó.

—Lo…

—¡Cállate! ¡Cállate, no soporto tu voz! Siempre que te miró deseo que estés muerto, ¡muerto!

Israel vio las lágrimas de Philip, sin que moviera el rostro, hasta que habló.

—No digas eso, —susurró Philip— por favor.

—Lo digo, y lo gritó, y espero que el mundo me escuche cuando diga que eres una maldita ramera inútil, marica mantenido, asqueroso y podrido chiste de ser humano; ¡te odio, Philip, te odio!

De repente, Israel sintió como el tiempo se volvió lento. Augusto le había contado que a él le sucedía mucho, pero que las personas normales lo sentían cuando algo estaba por suceder, algo inesperado.

Philip miraba a Vicente, cuando su atención fue captada por la ventanilla de su marido que miró ya muy tarde la camioneta que los impactó, arrastrándolos sólo unos metros, ya que el conductor alcanzó a verlos, y logró disminuir la velocidad, pero no evitó el golpe.

Cuando ambos autos se detuvieron, la gente alrededor observó, unos tomando fotos, otros llamando a emergencias.

Dentro, Philip abrió los ojos, mirando enseguida al asiento trasero. Israel estaba encogido en su asiento, con la cabeza entre sus brazos, asustado, pero no parecía estar golpeado. Al parecer había aprovechado el alto para ponerse el cinturón, lo que había evitado que rebotara de un lado a otro. Philip sonrió, cuando una gotita de sangre le cerró el ojo derecho. Se había golpeado en el vidrio y tenía una gran cortada.

Se volvió hacia su marido. Vicente estaba inconsciente, con la barbilla pegada al pecho. La portezuela estaba presionando su pierna.

—Philip —susurró Israel, aún encogido, pero levantando un poco la mirada asustada—, ¿qué sucedió…?

—Tranquilo —se apresuró—, estamos bien, ¿te duele algo?

Israel bajó el brazo derecho. Un vidrio le había hecho una gran cortada.

—¿Qué sucedió?

Unas personas se acercaron, ayudándoles a salir al tiempo que el otro conductor se acercaba, disculpándose. Sólo tenía un golpe en la frente.

Israel miró al auto, y al ver a su padre aún en el interior, intentó acercarse pero Philip lo alcanzó.

—Philip —lloraba—, mi papá, Philip, él no…

—Él estará bien, —sonaron las sirenas que se acercaban— no te asustes.

Llegaron dos ambulancias y una camioneta de Protección Civil -que aquí se encargan de todas las emergencias, excepto de robos-. Philip señaló a Israel enseguida a un paramédico, mientras que los demás se encargaron del auto.

Una revisión a las puertas, les mostraron que una parte de la lámina estaba enterrada en la pierna de Vicente, sobre todo cuando, al intentar moverla, Vicente despertó gritando de dolor. Israel, que estaba siendo atendido por un paramédico, sonrió.

—¡Papá! —dijo, pero el paramédico evitó que se moviera para seguir curándolo, mientras Philip, en la misma ambulancia, miraba cómo intentaban abrir la portezuela, recibiendo insultos de Vicente.

—¡Idiota! —gritaba— ¡Duele, maldita sea, hágalo bien!

—Señor, relájese, —ordenó el hombre de Protección Civil de forma ruda—, hacemos lo necesario…

—¡Pues hágalo bien, mierda!

—¡Cállese, señor!

Lograron sacarlo y lo subieron a la ambulancia. En una patrulla se fueron Philip e Israel para, al llegar al hospital, hacer todo el papeleo. Esa tarde no estaba Jorge.

—Descansará tres días —dijo una enfermera que conocía a Philip—, creo que es por que su novia enfermó.

—Gracias, y, ¿dónde está mi marido?

—En Urgencias; un doctor vendrá en un momento.

—Gracias.

Israel, en la sala de espera, miró su brazo vendado. Llevaba años mirando ese tipo de vendajes en Philip, que ya se había hecho parte de lo cotidiano, pero verlo en él mismo, era extraño. Era una herida, pero ese pedazo de tela lo cubría, lo escondía, aunque lo escondía también a él, en cierta forma. Las miradas curiosas se posarían en él, intentado descubrir qué ocultaba: una pelea, una accidente, una inconsciencia. Quizá era culpa suya.

¿Así se sentirá Philip? La gente debe insultarlo, debe burlarse, o incluso culparlo, como el maestro Roberto. Me pregunto qué siente Philip cuando tiene que presentarse frente a todos con una venda en el brazo, en la mano, o con una costura en la cara, o un cardenal…

—Israel.

Philip se acercó.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó. Israel lo miró, y bajó entonces su triste mirada al vendaje.

—¿Cómo está mi papá?

—Tiene la pierna muy lastimada, la lámina le abrió al menos 40 centímetros, y es muy profunda.

—¿Está bien? —lo miró preocupado.

—Está estable.

Una enfermera se acercó.

—Familiares del señor Vicente Pacheco.

Philip se acercó, intercambió unas palabras, y la siguió. Israel se puso de pie, pero no los siguió. Allí se quedó.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora