La semana pasó sin alteraciones, y más rápido de lo que Philip creyó. Si bien perdió la oportunidad de ir a la Feria del Libro, y conocer a Alerón Bonaparte, un historiador y escritor de novelas románticas de época que le fascinaba hasta las lágrimas, nunca mostró un gesto de tristeza, de hecho fue todo lo contrario; escuchaba alegre lo que Vicente, que sí fue, le platicaba.
A Israel le extrañó que su padre le compartiera tantos detalles sobre la feria. Claro, Israel no sabía que cada palabra hería a Philip, que tantas ganas tenía de conocer a Alerón Bonaparte. No sabía qué tanta era su admiración por él.
Quizá por compasión, quizá por lástima, el fin de semana Vicente permitió a Philip ir a una librería que el maestro de Literatura amaba. Era un librería de viejo con libros aún más viejos, y que hacía poco tiempo acababa de meter libros modernos.
—¿Tú no vienes? —preguntó Israel a su padre, frente a la puerta.
—Tengo que ver a un amigo —respondió—, tú ve con tu mamá, y cuida que no se comporte como una zorra.
—Yo nunca lo he visto coquetear con alguien.
—Aun no.
Philip bajó en ese momento, subiendo el cierre de la sudadera que cubría no sólo sus moretones, también la camisa negra a cuadros de manga corta. Usaba un pantalón de mezclilla negro y tenis azul marino con blanco. Demasiada normalidad, pensaba Israel, a leguas se ve que ocultas algo.
—¿Vendrás con nosotros? —preguntó Philip a Vicente.
—No —respondió con sequedad—, y ya váyanse, o se hará tarde.
Los tres salieron. Vicente subió a su auto sin despedirse, parecía tener prisa, mientras, en silencio, Philip e Israel caminaron a la parada de autobús. El mutis continuó en el recorrido, ya que Philip miraba por la ventana al ver a Israel ponerse los audífonos a todo volumen.
El poco tráfico los ayudó a llegar pronto, y Philip entró después de hacer pasar a su hijo, cuyo rostro mostraba el enfado demasiado evidente que le causaba un lugar que para otros era hermoso.
La librería era grande y tenía dos plantas; la primera era un laberinto de armazones, mesas y cajas de libros de todos los temas e idiomas conocidos; colores, tamaños, pesos y medidas. Los ventanales en ambos pisos eran vitrales con vidrios de colores fríos y cálidos bien combinados que siempre hacían sentir nostálgicos a los clientes, sobre todo los días nublados, como este día. Los dueños, una pareja de ancianos, tenían por asistente a una de sus nietas, una bella joven llamada Romina, amante de la lectura, y que estaba enamorada de Israel, aunque el chico nunca la miraba. Israel se limitaba a sentarse en las escaleras, o a jugar con "Mandy", la simpática gatita blanco y negro que vivía en el local.
La planta alta tenía menos libros, y una escalera al fondo, sólo para el personal de la librería. En ese lugar había mesas largas, con siete sillas cada una, y hermosos vitrales que iluminaban a los lectores que allí se sumergían en un mundo que sólo los amantes de la literatura conocen.
A Israel el lugar le resultaba confortable, callado y tranquilo, donde sus pensamientos de calmaban y le permitían descansar. Aunque él prefería la música, un gusto del que no podía hablar con su padre, que, por alguna razón, no la soportaba.
Por qué, se preguntó, todo debe que ser un secreto con mi papá; a veces Philip parece más interesado en saber sobre mí… Papá, no me hagas tener malas ideas, demuéstrame que te interesa alguna cosa que hago, que no me juzgarás, o culparás a Philip, porque él nada tiene que ver con nosotros… Nosotros sí somos una familia…él es…¡un invasor!
—Israel.
El muchacho, sentado en las escaleras, levantó la mirada. Romina, con su vestido blanco a la rodilla, zapatos rosa pastel, y anteojos de marco negro, igual que su cabello rizado. En verdad era una chica hermosa, un tanto tímida, que, aun después de casi 10 años de conocerse -tenían la misma edad-, siempre se sonrojaba al estar frente a él. Era una chica linda, pero su timidez le recordaba a Philip, y eso le molestaba.
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Philip
Ficción GeneralPhilip es un profesor de Literatura, casado con Vicente, un profesor de Matemáticas. Parece tener una vida idílica con su marido, pero la verdad es que Vicente lo golpea a la mínima provocación. Y de esto sólo el hijo de Vicente, Israel, es testigo...