Parte 2.14

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Otra vez aquí, pensó molesto Vicente.

Israel estaba en su habitación, en compañía de Augusto. Ambos llevaban audífonos, conectados al celular de Augusto, con un pequeño adaptador en forma de Y. Sentados en la cama, Augusto en la cabecera, Israel paralelo a él. Se miraban, el primero con una sonrisa ante la mirada seria y algo impaciente del segundo, que esperaba algo que no llegaba. Augusto, con la mirada parecía pedirle paciencia. Ninguno había reparado en Vicente hasta que Israel escuchó algo que lo asustó, obligándolo a quitarse los audífonos mientras Augusto reía a carcajadas. Tomó el cigarro de la ventana, le dio una calada, y miró a Vicente. Su sonrisa le dijo al hombre que él ya lo había notado.

Israel lo miró.

—Papá —dijo reponiéndose.

—¿Qué estás escuchando?

—Nada.

Augusto escuchaba con tranquilidad los mismos gritos que venían de los audífonos de Israel, que se puso de pie.

—¿Qué hace aquí tu amigo?

—Vino a comer y a hacer tarea.

—¿Eso es tarea? —señaló el celular.

—Escuchábamos un canción, nada más.

—Dile que se vaya, comeremos fuera.

—No quiero, quiero comer aquí.

—Yo no voy a cocinar, no soy un maldito maricón, vístete con decencia y vámonos.

—¡No quiero!

Vicente lo tomó del cabello, lanzándolo fuera de la habitación, contra la pared.

Augusto lo miró de reojo, subiendo el volumen.

Vicente se hincó al lado de su hijo, tomándolo del cabello.

—Vuelve a gritarme, bastardito de mierda, —amenazó— y te mandó al hospital con Philip; vístete y vámonos.

Lo soltó, se puso de pie, y entró a su habitación, cerrando de un portazo. Israel se levantó y antes de entrar a su pieza, se encontró con Augusto, que con mochila al hombro, le sonrió.

—Uno de mis tíos irá a verme hoy —dijo—, y si no estoy en casa, llamará a la policía.

Se fue, con su caminar coqueto y lento que le hacía ganarse silbidos en la calle que por respuesta recibían un puñetazo.

La puerta se cerró, llevándose la sórdida presencia de su mejor amigo. Augusto y Philip lo tranquilizaban de una manera que hacía casi 10 años no sentía. De una manera que Vicente jamás lo había hecho.

—¿Estás listo? —gritó su padre.

Israel entró a su habitación, y con lentitud se cambió de ropa; una camisa de botones roja a cuadros, cubriéndola con un abrigo simple con capucha, y un pantalón de mezclilla negro, en el momento en que su padre entraba, con el mismo paso con el que se acercaba por detrás para atacar a Philip. Lo giró hacia él tomándolo por el hombro, golpeándolo contra el ropero.

—Te crees muy "gallito" con tu amigo —dijo con esa sonrisa malvada—, me levantas la voz, retándome —río, provocando un escalofrío en su hijo—, ¿sabes qué le pasa a los que no siguen mis órdenes?

—Terminan en el hospital por "caer por las escaleras".

Vicente le dio una bofetada leve, pero que le hizo mirar al otro lado. Más que dolerle el rostro, le dolió la poca confianza que tenía en su padre.

Era muy poca.

—No quiero volver a ver a ese niño cerca de mi casa, o de ti.

—Es mi amigo; —lo encaró— si me alejo de él, pasaré la preparatoria yo solo.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora