Philip temblaba. Hacía frío, el frío de una mañana de otoño. Preparó una taza de café, e intentado no temblar tanto, la puso sobre la mesa de la cocina, al lado de un desayuno recién servido.—Bien hecho —dijo Vicente, haciendo sonreír a su marido—, aunque —Philip comenzó a temblar— no es tan bueno como siempre; hazlo bien la próxima vez, o te castigaré.
—Sí, Vicente, perdón —susurró rápidamente, bajando la mirada. Era por sus pies desnudos y sucios por donde entraba el frío.
—Iré a la preparatoria —la voz de Vicente, y su repentino movimiento al levantarse, causó un sobresalto a Philip—, si llaman, no respondas, a menos que sea el bastardo de Israel; tus amigos de la preparatoria no van a llamarte, creen que estás enfermo, y en cama, —lo miró, y en tono burlón, le dijo— aún están pensando en ti… Hay qué obligarlos a que se olviden de ti por fin.
—Sí, Vicente.
Philip en realidad no entendió a qué se refería su marido pero más le valía estar de acuerdo en todo lo que decía.
Vicente no lo besó, ni acarició; dio media vuelta y se fue.
Las cortinas se mantuvieron cerradas, todo en silencio, permaneciendo así durante tres largos y eternos días, que se convirtieron en un infierno para Philip. Esos tres días Vicente los aprovechó para dar rienda suelta a su sadismo: golpeaba a Philip sin inventar una excusa. Una noche tomó la escoba y le golpeó la espalda tantas veces, y con tanta fuerza, que terminó partiendo el palo en dos, y, no feliz con esto, lo sodomizó con una de las mitades.
Lo humilló hasta que mató la poca dignidad que le quedaba.
Philip estaba vacío.
Mientras tanto, esos tres días Israel los pasó en la calle. La segunda noche llovió, y, sin un lugar donde resguardarse, se quedó en una banca en un parque que no conocía tampoco. La lluvia lavó un poco la sangre que aún manchaba el dorso de la mano, calmando también el ardor.
No sentía hambre, ni sed, ni cansancio. No pensaba en nada, pero su cuerpo, las mañana del cuarto día, no aguantó más, y cayó. Unas personas que caminaban cerca, se acercaron y llamaron a una ambulancia. La suerte lo llevó al hospital de Jorge, pero Jorge no quiso escuchar a la enfermera que le avisó de la llegada del chico, y no se enteró del estado en que llegó el niño.
La doctora que lo atendió encontró un número en la chaqueta.
—Buenos días.
—Buenos días, ¿con quién hablo?
—Con la señora Monterroso.
—Señora Monterroso, temo decirle que su hijo está en el hospital.
—Mira, listilla —dijo molesta—, no estoy para bromas, ok? Mis hijos están aquí, así que si es una estafa…
—Señora Monterroso, esta mañana llegó al hospital un muchachito, de quince años, está muy desnutrido.
—¿Y yo…?
—Él tenía su número en un papel, guardado en su chaqueta.
—Yo no le he… —se interrumpió, pensando en Philip, y en Israel.
Pidió informes, y besando a su marido, quien no recibió explicación, se fue.
***
—Si no me equivoco —dijo Felicia—, su nombre es Israel Pacheco, sí tiene quince años, pero…no sé qué le sucedió.
Feliz hablaba con la doctora, mientras una enfermera revisaba al muchacho, que, aunque tenía los ojos abiertos, no parecía darse cuenta de lo que sucedía alrededor.
—¿Sabe —preguntó la doctora— cómo puedo comunicarme con sus padres?
—No lo sé, no sé dónde vive mi hermano.
—¿Y la madre del chico?
—No… Mi hermano se casó con el padre del muchacho.
La doctora entró a la habitación junto con Felicia, y le susurró.
—Nunca había atendido a un chico de padres homosexuales en tan mal estado, digo, no he atendido a muchos, pero los que sí he revisado son bastante más sanos que los de padres normales.
Río un poco, y Feliz no supo si eso era verdad, aunque la verdad no le importaba.
Se acercó al muchacho. Tres días le habían bastado a Isra para parecer tan enfermo y pálido como Philip. Le provocó un sentimiento de melancolía, pensando en su propio hijo, que era tres años menor que él. Le acarició el cabello. Israel la miró, y comenzó a llorar. Feliz lo abrazó.
—Lo siento —lloraba el muchachito—, lo siento, no quise hacerlo…
—Está bien —susurró ella—, no hiciste nada malo.
—No quería hacerlo, pero no sabía qué hacer… —levantó la mirada, confundido y desesperado— Quiero ver a Philip… Por favor, quiero estar con él…
—Sí, nene, yo me encargo.
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Philip
Ficción GeneralPhilip es un profesor de Literatura, casado con Vicente, un profesor de Matemáticas. Parece tener una vida idílica con su marido, pero la verdad es que Vicente lo golpea a la mínima provocación. Y de esto sólo el hijo de Vicente, Israel, es testigo...