Parte 6.1

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Era una noche fría del 24 de diciembre.

Augusto decidió pasar esa noche en casa de Clara, aunque a sus padres les molestaba, sobre todo porque su hijo, Juan José, reía con las horribles historias de su cuñado.

Ismael y su padre celebraron la Navidad como cada año: vieron películas, cenaron, y se quedaron dormidos en la sala. El señor Remarque era feliz de ver a su hijo alegre otra vez, aunque sabía que el muchacho extrañaba ir a la preparatoria, aunque ya no podía volver allí.

Felicia y Víctor hicieron una fiesta a la que invitaron a las hermanas alegres de Víctor y a sus maridos, y en pequeño departamento se llenó de una cálida alegría familiar. Aún así, Felicia no podía dejar de pensar que esa podría haber sido la primera Navidad con su hermano y su sobrino. La primera después de 27 años.

Jorge tuvo que hacer guardia en el hospital, así que su novia, Rosario, pasó la Nochebuena con su familia.

Los pasillos del hospital estaban silenciosos. A veces sonaba una tonadita de la temporada de alguna tarjeta musical, o de alguna serie de luces que adornaban el cuarto de un paciente. En algún lugar alguien cantaba y reía, y en otro pasillo, el aroma a carne ahumada abría el apetito. Jorge sonrió. Aún en el hospital, la gente que sufría se veía alcanzada por la alegre festividad.

Se acercó a la máquina de refrescos, pero estaba vacía, así que fue al piso de abajo, donde había tres máquinas, una de refrescos, otra de dulces, y otra de galletas. Jorge compró un refresco y unas galletas, cuando escuchó una voz que le causaba molestia.

—Tráeme un café, Israel.

Era Vicente, pero, ¿no debería ya estar en casa?

—Sí, papá.

Pero esa no era la voz de Israel, aunque quien salió del cuarto era un muchachito delgado y de caminar lento y cabizbajo. Se acercó a Jorge, pero no levantó la mirada, siguió hasta el final del pasillo, entrando al elevador. Jorge sabía que iba a la cafetería del hospital, el único lugar donde había una máquina de café.

Jorge sintió que había visto esa escena, pero recordarlo le dolía. Le dolía porque así había conocido a Philip.

***

Vicente, que era de su edad, de 19 años, le pidió ayuda para arreglar la tubería de la casa.

Al llegar a la casa familiar de Vicente, que era la misma donde aún vivía, quien le abrió fue un muchachito de 13 años, de cabello bien recortado, ropa que parecía dos tallas más grande, y con calcetines.

—Buenas tardes —saludó Jorge—, busco a Vicente…

—Usted —interrumpió el chico— es el amigo enfermero de Vicente, verdad?

—Sí, y tú…

—Me llamo Fe…Philip, Philip Monterroso.

—¿Ustedes son primos, o…?

—No —soltó una risa inocente—, él y yo somos novios.

Vicente llegó en ese momento para reír con el rostro sorprendido de su amigo.

—Jorge —dijo—, pasa, no te quedes allí; Philip, tráele un vaso de agua.

—Sí, Vicente.

Cuando el muchachito entró a la cocina, Jorge miró molesto a su amigo.

—¿Quién es ese niño? —preguntó de inmediato.

—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa altanera— Es mi novio.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora