Parte 5.8

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Cuando Israel despertó, ya eran las dos de la tarde, según el reloj del buró. La luz apenas atravesaba las cortinas ligeras. A lo lejos escuchó la lavadora en una habitación cercana.

Llevaba casi 10 días en casa de Felicia, pero no lograba sentir paz. Su mente lo regresaba a sus peores momentos, a todas esas que creía pesadillas y que sólo eran extractos de su vida.

Salió de la habitación, encontrándose con el departamento vacío, salvo por la voz de Felicia, que tendía la ropa en los lazos del balcón. Sin decirle nada, entró a la cocina, y se preparó algo. No se dio cuenta que la lavadora había dejado de funcionar. Al sentarse en la barra de la cocina, Felicia entró.

—Buenos días, Israel -saludó con una sonrisa.

—Hola, tía -respondió son mirarla.

—Debiste llamarme, yo te hubiera preparado algo...

—Sé cómo prepararme la comida, gracias, no quiero ser una carga.

—Nadie te ve como una carga, eres de la familia.

—No necesita mentirme; Philip y yo no tenemos la misma sangre, no soy nada suyo, tía Felicia.

—Y aún así te pareces mucho a él.

—Me parezco más a Vicente -miró una pequeña marca en sus nudillos.

—Aún así; voy a terminar de lavar, puedes ver televisión si lo quieres.

—Quiero ir al hospital, quiero ver a Philip.

—¿Te sientes descansado?

La miró molesto. A pesar de todo, la verdad era que siempre que Israel pedía algo siempre se lo daban. En la mayoría de veces, él elegía la comida, por eso le molestaba cuando su padre decidía comer fuera. Igual era cuando pedía tenis , alguna prenda, o algún dispositivo electrónico. No estaba acostumbrado a que algo tan pequeño como querer ir a algún lugar se le negara.

—Quiero ver a Philip.

Felicia lo miró y golpeó la barra.

—Escucha, jovencito -dijo severa, mas no molesta-, aquí las órdenes las doy yo, y todos obedecen, ok?

—Quiero ver a Philip.

—Hasta mañana -fue su última palabra antes de volver al cuarto de lavado, seguida por el muchacho.

—Quiero ir al hospital -reclamó, pero Felicia estaba separando prendas sobre una barra, así que volvió a la habitación.

Felicia no lo escuchó hablar, o moverse, y un rato después, salió de la casa, gritándole que iría al mercado, pero no recibió respuesta. Salió cerrando suavemente.

Dos minutos después, Israel salió de su habitación y se fue.

Tomó un taxi al hospital.

***

—¿Cómo se siente, señor Monterroso?
Philip sonrió levemente a la doctora, ya sin el tubo que le ayudaba a respirar.

—Bien -susurró y carraspeó un poco-, gracias; ¿y mi marido? ¿Vicente Pacheco?

—Preguntaré y le avisaré, ¿ambos estuvieron en el mismo accidente?

—Sí.

—La enfermera me ha dicho que no ha comido bien, señor Philip, dígame, ¿algo le duele?

—Quiero ver a mi marido y a mi hijo, nada más.

—Me encargaré de eso, pero quiero que se alimente.

PhilipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora