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Cómo de costumbre, no recibí una respuesta de él. Una parte de mí se negaba a mirar, talvez no quería darme cuenta de que ese ya no era mi Brahms. Los pasos de el caminando en mi dirección, me pusieron en alerta.

Me giré lentamente, al quedar a centímetros de él, sentí como el aire comenzaba a faltar, el clima en ese momento era frío, el ruido se había calmado y parecía que ambos estábamos en otra parte del mundo.

—Qué haces aquí?


Su voz chocando contra la máscara me obligaron a perderme de nuevo en esa mirada.

—Eh venido por ti, quiero ayudarte.

—Ayudarme? —ladeó la cabeza y me miró de píes a cabeza—. Quién dijo que necesito ayuda?

—Brahms tienes que salir.

—Lárgate.

—No!

—Tienes menos de un minuto para que te vayas, no puedo soportar verte más.

Brahms se dio la vuelta y antes de que pusiera un pie fuera lo tomé de la mano.

—Tienes que irte.

En un moviento rápido me tomó por el cuello, mi cuerpo quedo atrapado entre la pared y entré su cuerpo.

Dije! Que te quiero fuera de mi maldita casa.

Levanté la máscara dejando a la vista lo que ambos necesitamos.

Mis labios fueron los primeros en tocar los suyos. Le quité por completo la máscara, mis manos necesitaban tocarlo para asegurarse de que no era solo un sueño más, sino que Brahms era tan real como lo que aún sentíamos. Sus manos me tomaron por la cintura, él al igual que yo, se estaba aferrando fuertemente.

Tomé el cardigan de color gris y lo deslicé por sus hombros, ambos caminamos hacia la cama, al llegar deje caer mi cuerpo. Brahms se detuvo, se sacó la camiseta, su cuerpo era el mismo que antes, seguía teniendo el mismo maldito efecto que antes. Cuidadosamente subió encima de mí, su piel se sentía tan cálida, se sentía cómo estar en el mismo infierno; dudo mucho que en el paraíso sintiera este fuerte deseo por tener conmigo.

Sus manos me tomaron del rostro  delicadamente, sus besos eran la evidencia más clara de que aún tenía poder en su alma. Todas sus caricias eran delicadas, cómo si fuera algo fácil de romper, cuidaba sus movimientos.

Su respiración de escuchaba agitada con cada beso, sus labios empezaron a bajar por todo mi cuello, dejaba pequeños mordiscos alrededor, sus manos llegaron hasta mi abdomen y volví a mi realidad; mi único trabajo era sacarlo.

Brahms tienes que irte.

—No puedo.

Me dio lo que considere el último beso y bajó. Al darme la espalda me quedé horrorizada, toda su espalda estaba llena de cicatrices.

Beso De Buenas Noches Donde viven las historias. Descúbrelo ahora