1.Diecisiete

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Yoongi estaba en un estado de pánico total, sus sentidos agudizados por el dolor y el miedo que lo rodeaban

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Yoongi estaba en un estado de pánico total, sus sentidos agudizados por el dolor y el miedo que lo rodeaban. La oscuridad en la que se encontraba era tan opresiva que parecía casi tangible, y el aire pesado en la habitación solo acentuaba la desesperación que sentía. Los gritos y los sonidos metálicos de las herramientas de tortura resonaban en sus oídos, mezclados con los murmullos en un idioma que no podía comprender.

Los hombres que lo mantenían prisionero no mostraban ninguna piedad. Eran parte de la mafia irlandesa, y su brutalidad era evidente en cada uno de sus movimientos. La habitación estaba mal iluminada, con sólo una tenue luz que proyectaba sombras amenazantes en las paredes. Yoongi estaba atado a una silla, sus muñecas y tobillos ensangrentados por las cuerdas que los mantenían firmemente sujetos. Su ropa estaba rasgada, y su cuerpo tenía señales de golpes y heridas.

—Dilo ya, maldito —gruñó uno de los hombres mientras empuñaba un palo de metal—. Sabemos que tu esposo tiene información valiosa. ¡Habla antes de que te hagamos arrepentirte!

Yoongi miró al hombre con una mezcla de odio y terror. Cada palabra, cada grito que se le dirigía, no hacía más que aumentar su dolor. Sin embargo, en el fondo de su desesperación, había una determinación inquebrantable. Jimin y su familia eran su mundo, y no podía traicionarlos, ni siquiera bajo la tortura.

El hombre comenzó a golpearlo con el palo, y Yoongi intentó mantener la cabeza erguida, a pesar del dolor abrasador que lo atravesaba. La tortura no era solo física, sino también emocional, con las amenazas constantes de lo que podría sucederle a su bebé si no cooperaba. Pero Yoongi se aferraba a la esperanza de que Jimin los encontraría a él y a su hija a tiempo.

A cada golpe, a cada amenaza, la resistencia de Yoongi se mantenía firme. Sabía que cualquier información que pudiera dar sería usada para destruir todo lo que amaba. La lealtad hacia Jimin y la determinación de proteger a su familia le daban la fuerza para seguir adelante. Se obligaba a recordar los momentos felices que había compartido con Jimin, la sonrisa en su rostro, el amor en sus ojos.

—¡No vas a ganar nada con esto! —gritó Yoongi, su voz temblando de dolor pero llena de resolución. —¡No diré nada!

Los torturadores se detuvieron por un momento, sorprendidos por la fortaleza de Yoongi. Se miraron entre sí, y uno de ellos, un hombre con una cicatriz en la mejilla, dio un paso adelante, empujando a los demás hacia un lado.

—¿Por qué eres tan terco? —preguntó el hombre con una voz fría—. No podemos seguir así para siempre. Tu esposo no vendrá a salvarte. Nadie lo hará.

Yoongi cerró los ojos y respiró profundamente. La idea de que Jimin pudiera no llegar a tiempo era aterradora, pero la posibilidad de traicionarlo era aún peor. Su mente estaba llena de imágenes de Jimin y de su hija por nacer, y esas imágenes lo mantenían fuerte.

Mientras tanto, en el exterior de la habitación de tortura, Jimin había agotado todos los recursos posibles para encontrar a Yoongi. Las horas que había pasado en desesperación se convirtieron en un torbellino de emociones y decisiones difíciles. Con la ayuda de sus aliados y contactos, estaban rastreando los movimientos de las mafias involucradas, buscando cualquier pista que pudiera llevarlos hasta el paradero de Yoongi.

En la mansión, el ambiente era de tensión y desesperación. Los hombres de Jimin trabajaban sin descanso, desenterrando información y rastreando posibles ubicaciones. Taemin, a pesar de su embarazo avanzado, estaba involucrado en la búsqueda, ayudando en lo que podía mientras luchaba contra su propia ansiedad y miedo.

De vuelta en la sala de tortura, Yoongi seguía enfrentando las torturas con valentía. Sus pensamientos se enfocaban en Jimin, en la promesa de que lo encontraría, y en el deseo de proteger a su hija. La realidad del dolor y el sufrimiento era innegable, pero la esperanza y el amor le daban la fortaleza necesaria para resistir.

Un nuevo grupo de torturadores entró en la habitación, y Yoongi sintió un escalofrío recorrer su espalda. A pesar de su estado, se mantenía firme, negándose a ceder ante la brutalidad que enfrentaba. Cada golpe y cada amenaza sólo fortalecían su determinación de proteger lo que más amaba.

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Yoongi se sentía deshecho, su cuerpo estaba al borde del colapso después de horas interminables de tortura. Cada golpe, cada corte, cada grito de dolor parecía fusionarse en una sola sensación, un tormento implacable que parecía no tener fin. El dolor físico era inmenso, pero el sufrimiento emocional de saber que su hija estaba en peligro era aún más devastador.

El hombre que estaba al mando de la tortura, un gigante con un rostro implacable y una actitud cruel, decidió que era el momento de intensificar el castigo. Sin previo aviso, pateó la silla en la que Yoongi estaba atado, haciéndola caer de lado y enviando a Yoongi al suelo con un grito ahogado de dolor. La caída lo hizo chocar contra el suelo frío, y su respiración se volvió irregular mientras luchaba por mantenerse consciente.

Con un brillo despiadado en los ojos, el torturador comenzó a patear a Yoongi, apuntando deliberadamente a su vientre. Cada golpe era como un martillo pesado que golpeaba su cuerpo, enviando oleadas de dolor que se irradiaban desde el punto de impacto. El dolor en su vientre era especialmente intenso, y Yoongi no podía evitar pensar en su hija, el pequeño ser que llevaba en su interior, y que ahora estaba en peligro debido a la violencia que él estaba sufriendo.

—¡Habla, maldito! —rugió el torturador, su voz llena de furia y frustración—. ¿Dónde está la información que queremos?

Yoongi apenas podía mantener los ojos abiertos, sus lágrimas se mezclaban con la sangre y el sudor en su rostro. El dolor en su vientre era casi insoportable, y el miedo por la seguridad de su bebé era abrumador. Cada golpe le recordaba la fragilidad de su situación y lo que estaba en juego.

—¡Por favor, detente! —gimió Yoongi, sus palabras entrecortadas por el dolor—. No... no voy a decir nada.

El torturador no mostró ninguna señal de compasión y continuó con su brutal ataque. Yoongi comenzó a llorar, no solo por el dolor físico, sino también por la angustia de saber que su hija podría estar en peligro. Su mente estaba nublada por el dolor y el miedo, y la única cosa que podía hacer era aferrarse a la esperanza de que Jimin lo encontraría a tiempo.

El torturador, exhausto pero decidido, finalmente se detuvo, viendo a Yoongi en el suelo, tambaleándose y respirando con dificultad. Se giró hacia sus subordinados, dando una señal de que la sesión de tortura había terminado por el momento.

En la mansión, Jimin estaba desesperado, su mente estaba en un torbellino de emociones mientras coordinaba con sus hombres y buscaba desesperadamente cualquier pista que pudiera llevarlos a Yoongi. Cada minuto que pasaba sin noticias de su esposo era una agonía, y el sentimiento de culpa por no haber estado allí para protegerlo lo atormentaba.

Jimin había revisado todos los informes disponibles, interrumpiendo cualquier intento de calma que pudiera haber encontrado. Cada segundo parecía arrastrarse lentamente mientras esperaba noticias. El informe de Jonghyun sobre la mafia irlandesa y su alianza con otras mafias aún resonaba en su mente, aumentando su sentido de urgencia y desesperación.

La noticia de que la mafia irlandesa estaba vinculada con las mafias mexicana, japonesa y china solo incrementaba la magnitud de la situación. Jimin sabía que el tiempo era esencial y que necesitaba actuar rápidamente para encontrar a Yoongi antes de que fuera demasiado tarde. La idea de que Yoongi estaba sufriendo mientras él estaba ocupado en otras tareas lo llenaba de dolor y arrepentimiento.

Mientras tanto, Yoongi yacía en el suelo de la sala de tortura, debilitado y exhausto. El dolor seguía pulsando en su abdomen, y su mente estaba llena de imágenes de Jimin y su hija.

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