Un Cielo Solo para Él

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-------Harry-----

Faltaba una semana para el maldito baile, y Hogwarts nunca había estado tan abarrotado. Nunca había visto a tanta gente apuntarse para pasar las navidades en el castillo. Normalmente, me quedaba porque Severus siempre se quedaba, y este año se suponía que pasaría las fiestas con Sirius... pero claro, este circo del Torneo de los Tres Magos se atravesó en medio de todo. La mayoría de los años solo se quedaban unos cuantos rezagados, pero este año parecía que todo alumno a partir de cuarto año estaba decidido a no perderse la oportunidad de ir al baile.

Lo peor de todo eran las chicas. Merlín, las chicas. Era como si de repente hubieran brotado del suelo, apareciendo de cada rincón del castillo. Por primera vez, noté cuántas estudiantes realmente había en Hogwarts. Iban por los pasillos riendo y cuchicheando, girando la cabeza hacia cualquier chico que pasara, soltando risitas nerviosas mientras discutían sobre vestidos, zapatos y lo que llevarían al baile. Se escuchaban nombres de diseñadores mágicos que jamás había oído en mi vida, como si lo único importante en el mundo fuera lo que se pondrían esa noche.

Pero nada de eso era lo que realmente me jodía. Lo que en verdad me arrancaba la poca paciencia que tenía era que, sin importar lo que hiciera, Draco recibía una invitación tras otra. Cada maldito día. Es más, cada maldita hora, algún idiota se acercaba a él con una sonrisa boba, una caja de chocolates o un ramo de flores, pensando que tendría una oportunidad. ¿Había matado un puto dragón o no? ¿Acaso no les quedaba claro que Draco era mío? Aparentemente les importaba un carajo.

Lo peor de todo es que Draco se lo estaba pasando de maravilla. Lo rechazaba a todos, claro, pero lo hacía con esa elegancia y coquetería que solo él podía manejar, como si estuviera jugando con ellos. Tomaba los dulces y chocolates, regalando sonrisas encantadoras, como si estuviera recolectando trofeos. Cada vez que alguien le entregaba algo, me lanzaba una mirada furtiva, una mezcla perfecta entre odio y advertencia. Esa mirada me decía claramente lo que Draco no paraba de pensar:

"¿Por qué mierda no me has invitado al baile?"

Y la verdad es que se me estaba acabando el tiempo. Draco había dejado clara su posición: no aceptaría ninguna invitación que no fuera la mía. Pero, mientras tanto, él disfrutaba con los regalos y la atención, como si quisiera torturarme con cada nuevo admirador rechazado. Y lo peor es que lo hacía de maravilla. Veía el brillo en sus ojos cada vez que yo lo observaba en la distancia: le encantaba saber que me estaba volviendo loco.

No puedo mentir, había algo profundamente satisfactorio en ver cómo nadie se atrevía a acercarse a mí. Draco había hecho su trabajo a la perfección. Desde segundo año dejó claro que yo no estaba disponible para nadie más. Y el mensaje había calado profundo. Nadie se atrevía a mirarme más de lo necesario, mucho menos acercarse con alguna intención romántica. No había susurros ni chocolates para mí. Nadie quería enfrentarse a la furia del ángel oscuro de Slytherin.

Pero esa paz relativa no me servía de nada, porque Draco estaba disfrutando cada maldito segundo de su tormento personal hacia mí. Sabía que no quedaba mucho tiempo antes de que me reventara en mil pedazos si no hacía algo pronto. Necesitaba invitarlo, y necesitaba hacerlo ya.

Una tarde, mientras caminábamos por los terrenos del castillo, vi cómo una chico de Hufflepuff —con el valor de un Gryffindor y el cerebro de un troll— se le acercaba con un ramo enorme de rosas encantadas que brillaban y cambiaban de color. Era un jodido espectáculo.

—Draco... —empezó la chico con un tono tímido y meloso—. Me preguntaba si... bueno... si querías ir conmigo al baile... —Extendió las flores, sonriendo como si hubiera ganado un premio.

El Destino Fragmentado de Draco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora