Recuerdos parte 3

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¡No pueden imaginar cuántas veces edité este capítulo! Lo leí mil veces, dormía pensando en él, y cada detalle lo quería tal como estaba en mi cabeza. Creo que lo logré. Estoy tan feliz porque llegué a los 100k; no puedo creerlo. Pensé que nadie lo iba a leer. ¡Lloro de felicidad!

Espero que lo disfruten mucho y que les provoque tantas emociones como a mí al escribirlo. Incluso lloré...

Pero no se preocupen, subiré de una vez el siguiente capítulo. ¡No soy tan cruel! Los amo. ❤️




----Harry---


La escena cambió y el aire se volvió pesado, helado. Azkaban no era un lugar, era un abismo que devoraba todo lo humano, todo lo que alguna vez tuvo significado. Las paredes negras, húmedas y repletas de ecos de llanto parecían latir con una vida propia, alimentándose del sufrimiento que contenían. Y allí estaba Lucius, de rodillas, resignado a su destino le iban a dar el beso y draco le había suplicado a Lucius ir con el.

No podía culparlo. No podía culpar a nadie. Draco había perdido tanto, demasiado. Y ahora, lo poco que le quedaba sería arrancado de su vida de la forma más cruel posible.

Draco era un espectro de sí mismo, de pie junto a los barrotes. Su cuerpo temblaba, no de frío, sino de una desesperación tan honda que parecía haberse enredado con su carne, con sus huesos. Su rostro, tan pálido como la luna, estaba bañado en lágrimas que ya no se molestaba en limpiar. Había suplicado, alguna vez, había gritado hasta desgarrarse la garganta. Pero ahora... ahora quedaba solo el silencio..

Pero lo peor no eran los Dementores. No. Lo peor era él. Ese hombre que volvía una y otra vez, como una plaga que Draco no podía sacudirse. Robaba lo poco que quedaba intacto en él, desmoronando pieza por pieza su frágil cordura. Y la mayoría de las veces, no venía solo.

Draco había dejado de gritar hace tiempo. Dejó de resistirse. Los gritos eran inútiles en Azkaban, como arrojar piedras a un océano infinito. Ahora sus ojos estaban vacíos, grises y apagados como cenizas frías. La luz que alguna vez los llenó se había extinguido, y lo que quedaba no era más que un vacío, un reflejo de una vida que ya no existía.

Era desgarrador verlo así. No era la ruina de un cuerpo lo que dolía más, sino la ruina de un alma. Draco ya no era él mismo; era un cascarón vacío, atrapado en un lugar donde incluso el tiempo se negaba a avanzar. La esperanza había muerto aquí mucho antes que cualquier otra cosa.

Y mientras observaba ese horror, todo lo que podía sentir era una ira tan vasta, tan profunda, que quemaba más que el frío de Azkaban. Pero la ira no podía traer de vuelta lo que Draco había perdido. Nada podía.

La memoria cambió, como un eco doloroso, y de pronto, mi otro yo estaba allí, rogándole a Draco que se quedara, que viviera por él. ¿Era estúpido acaso? Por supuesto que sí. Había llegado tarde. No lo protegió. No lo salvó. Bueno, eso teníamos en común: ninguno de los dos nunca llegaba a tiempo.

Draco estaba roto. Lo vi, lo sentí. Y las palabras que salieron de sus labios fueron como un veneno lento: "Ojalá hubiera dicho que eras tú cuando te atraparon."

Tenía razón. Maldita sea, tenía toda la razón. Si lo hubiera hecho, tal vez mi Draco habría escapado de todo esto. De esta tortura insoportable, de esta prisión de dolor. Pero no fue así. Draco no escapó. Lo vi roto, consumido, despojado de todo lo que alguna vez lo hacía humano.

El Destino Fragmentado de DracoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora