El Precio de Herir a Draco

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------------------Harry-------------

Nos encontrábamos desayunando en el Gran Comedor cuando Severus se acercó, deslizándose por la fila de mesas con esa familiar capa negra ondeando tras él. Se detuvo frente a nosotros, una expresión de satisfacción dibujada en su rostro mientras sacaba varios pergaminos enrollados de su túnica.

—Bueno, con el cambio de horario me he tomado la libertad de inscribirlos en todas las materias optativas, excepto en Estudios Muggles —dijo, con esa voz que siempre dejaba claro que no estaba abierto a discusión—. Harry, creo que puedes asesorar a Draco en esa materia cuando llegue el momento de los TIMOs en quinto año —añadió con un leve sarcasmo, mientras sus ojos brillaban ligeramente.

Nos entregó los horarios, y con un pequeño toque de su varita, los ajustó mágicamente. Draco observaba su horario con desdén, aunque había algo en su expresión que mostraba gratitud por no haber tenido que lidiar con la burocracia de los horarios él mismo.

Tras terminar el desayuno, nos dirigimos a la primera clase del día: Adivinación. La torre de Adivinación estaba en lo alto del castillo, y la subida era agotadora. Draco, como siempre, trataba de ocultar su agotamiento, pero pude notar que el color en su rostro comenzaba a desvanecerse. Se detuvo brevemente, colocando una mano en la barandilla, mientras su respiración se volvía más pesada.

—Maldita sea, cómo aborrezco este cuerpo —murmuró con frustración, su tono lleno de enojo. Era en momentos como este cuando la realidad de su situación me golpeaba con fuerza. Draco era increíblemente poderoso, pero ese poder tenía un costo: su fragilidad física.

Me acerqué a él con una preocupación creciente, ofreciéndole llevarlo el resto del camino. Draco me fulminó con la mirada, y sin decir palabra, supe que sería una mala idea intentarlo. En lugar de insistir, simplemente le tendí mi mano. Al principio, vaciló, pero finalmente la aceptó, y seguimos subiendo juntos, mi preocupación aumentando con cada paso.

El salón de Adivinación estaba lleno de cortinas pesadas y gruesas, sofocado por el olor intenso de incienso y rodeado de cojines en tonos oscuros. La atmósfera era casi irreal, como si estuviéramos entrando en otro mundo. El ambiente cálido y cargado me hizo fruncir el ceño; sentía como si el aire apenas fuera respirable. No había llegado la profesora, así que nos acomodamos.

—Pansy, por favor, ¿puedes peinarme? Esta subida ha dejado mi cabello hecho un desastre —Draco, exasperado, se dejó caer en uno de los mullidos cojines. Su cabello, que siempre era perfecto, se había despeinado ligeramente por la subida, lo cual para él era motivo suficiente para molestarse.

Pansy, encantada, se inclinó para peinarlo. Podía notar cómo disfrutaba cada vez que tenía la oportunidad de cuidar el cabello de Draco, como si fuera algo sagrado. Le hizo una pequeña trenza, manteniendo el resto suelto, y con un gesto elegante, Draco le pasó dos broches de serpiente de oro blanco, los cuales le había regalado en su último cumpleaños. Una tradición mía: cada año, le regalaba alguna joya para su cabello, siempre encantadas con hechizos de protección para alguna maldición indeseada. Ver a Draco usando esos regalos me hacía sentir una conexión profunda con él, como si de alguna manera pudiera protegerlo, aunque no estuviera cerca.

 Ver a Draco usando esos regalos me hacía sentir una conexión profunda con él, como si de alguna manera pudiera protegerlo, aunque no estuviera cerca

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