Capítulo XXIV: Parte I

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-- Perspectiva de Alondra --

El cuarto estaba en silencio, pero la tensión se sentía en el aire como si fuera tangible. Mis manos temblaban un poco mientras me quedaba de pie, mirando a Rai que, igual de furiosa, no decía una palabra más. Después de esa tormentosa discusión, después de todas las mentiras que nos habíamos lanzado, la única sensación que me quedaba era de vacío.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe, y Alex entró con el ceño fruncido, alarmado por los gritos que había escuchado desde el otro lado de la casa.
-¿Qué demonios está pasando aquí? -preguntó, mirando primero a Rai y luego a mí, como esperando que alguien diera una explicación.

Las dos nos quedamos calladas. Sentía su mirada sobre mí, pero no podía hablar. No podía decir nada porque no tenía las palabras para explicar lo que acababa de pasar. El nudo en mi garganta se hizo más fuerte, y lo único que quería era salir de ahí.

Sin levantar la vista, le lancé a Alex la única respuesta que pude ofrecer:
-No sé, Alex, pregúntale a Rai -dije, con la voz quebrada por la frustración y la tristeza que no lograba controlar.

Me giré antes de que pudiera responder, y salí de la habitación sin mirar atrás. Necesitaba escapar. Mi cabeza estaba a punto de estallar, y si me quedaba un segundo más en esa casa, iba a perder el control por completo.

Subí a mi coche y cerré la puerta con un golpe que resonó en la silenciosa noche. Encendí el motor y, sin un destino claro, pisé el acelerador, saliendo de la calle en dirección a cualquier lugar que no fuera la choza. No quería volver allí. No esa noche.

La música explotó en los altavoces mientras conducía sin rumbo, con la única intención de alejarme de todo lo que acababa de pasar. En algún momento, el azar me traicionó, y el inicio de "Call Center" de De la Rose comenzó a sonar. Esa maldita canción. Era "nuestra" canción, la que Rai y yo siempre cantábamos a todo pulmón al inicio de los streams, riendo, gritándola como si fuera una especie de ritual.

El recuerdo de Rai cantando y de nuestras risas compartidas me golpeó como una bala en el pecho. Esa canción ya no solo era una canción, se había convertido en algo de nosotras. Cada nota me hacía revivir esos momentos, cuando todo parecía tan simple, tan libre de complicaciones. Cuando aún podía hacer bromas sin pensar demasiado, cuando no había ninguna Angie ni ningún Nick. Solo éramos Rai y yo, sin máscaras.

Las lágrimas comenzaron a brotar, imparables. Tragué saliva y apreté el volante con fuerza, intentando contener el llanto, pero era inútil. Las emociones me desbordaron. Todo lo que había guardado, toda la confusión, los celos, la tristeza, salió de golpe. Solté un sollozo, uno que no había previsto, y luego otro, y antes de darme cuenta, estaba llorando como no lo había hecho en mucho tiempo. ¿Por qué todo había salido tan mal? ¿Por qué había mentido?

Conduje durante lo que parecieron horas, sin un destino concreto. El asfalto pasaba rápido bajo las ruedas, pero mi mente estaba anclada en un solo lugar: Rai. Y lo que más me dolía era que, a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de la discusión y de las mentiras, no podía dejar de pensar en ella.

Me dolía tanto que, por un momento, quise arrancarme esa sensación del pecho, pero no podía. Rai seguía ahí, en mi mente, en mi corazón. Incluso después de lo que le había dicho sobre Nick, una mentira absurda que solo solté para hacerle daño, sabía que lo único que deseaba era que no hubiera ninguna Angie ni ningún Nick. Solo quería que todo volviera a ser como antes.

Finalmente, no podía seguir dando vueltas. Me negaba a regresar a la choza, a esa casa que compartíamos. No quería enfrentarme a Rai de nuevo, no esa noche. Así que tomé una decisión. Voy a casa de mis padres, me dije. Necesitaba espacio, necesitaba aire para pensar.

Giré el volante en dirección a la casa de mis padres, sin molestarse siquiera en avisar. Sabía que Alex y Rai se quedarían en la choza esa noche; ese había sido el plan desde el principio. Angie no podía quedarse porque tenía un proyecto importante al que asistir temprano, pero lo que menos me importaba ahora era quién estaría en la casa. Lo único que sabía era que yo no podía volver. No esa noche.

Me detuve frente a la casa de mis padres y apagué el motor. Mis lágrimas se habían secado, pero el nudo en mi pecho seguía presente. Suspiré, mirando hacia la puerta de la casa antes de decidir entrar. No sabía cómo iba a seguir después de esto, pero lo único que sabía era que necesitaba tiempo lejos de Rai para averiguarlo.

Railo : Bajo nuestro ecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora