Capítulo III: Parte I

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-- Perspectiva de Alondra --

Había caminado sin rumbo, casi en automático, desde que salí de la casa. El aire fresco de la noche no hacía nada para calmar mi mente, que seguía atrapada en un torbellino de pensamientos. No sabía qué me había llevado a salir así. Todo lo que había pasado con Rai me tenía confundida, y el miedo de haber estropeado algo importante no me dejaba respirar.

Mis pies me llevaron sin darme cuenta hasta las calles llenas de gente que se dirigía a la fiesta a la que Alex nos había invitado. Rai y yo habíamos decidido no ir porque teníamos que hacer directo, pero después de lo que había pasado, no quería volver a casa y enfrentar el vacío que me esperaba allí.

Entre la multitud, reconocí a Alex. Caminaba despreocupado, pero en cuanto me vio, su rostro se iluminó y se acercó rápidamente.

—¡Alondra! —dijo con una sonrisa, pero luego me miró con curiosidad—. ¿Y Rai? Pensé que estarían juntas, ¿qué pasó con el directo?

Sentí una punzada en el estómago al escuchar su nombre. No sabía qué decirle, no podía hablar de lo que había pasado. No quería. Me encogí de hombros, intentando que no pareciera un gran asunto.

—El directo se cayó... y bueno, solo necesitaba despejarme un poco —dije, forzando una sonrisa.

Alex me observó, como si supiera que algo no estaba bien, pero no presionó. En lugar de eso, me sonrió de nuevo, más relajado.

—Pues vente a la fiesta conmigo. Vamos, te vendrá bien distraerte un rato. —Su voz era animada, y aunque no tenía ganas de fiesta, la idea de volver a casa con esos pensamientos me resultaba más insoportable.

Sin pensar demasiado, asentí. Lo único que quería en ese momento era olvidarme de lo ocurrido, aunque fuera por un rato.

Estaba lleno de gente, música alta y risas. Normalmente, yo no era de beber, apenas tomaba algo en este tipo de fiestas, pero esta noche era diferente. Lo de Rai me había dejado con una sensación que no sabía cómo manejar, una mezcla de miedo, confusión y algo más que me negaba a enfrentar. Así que, cuando Alex me ofreció un trago, lo acepté sin dudarlo. Y luego otro. Y otro más.

El alcohol empezó a correr por mis venas, y con cada sorbo, me sentía más ligera, como si todo lo que había pasado horas antes se desvaneciera lentamente. Por momentos, parecía que lo estaba disfrutando, pero el vacío seguía allí, en el fondo de mi mente, como una sombra que no podía sacudir.

Cuando me di cuenta, era tarde, y apenas podía mantenerme en pie. Mis pasos eran torpes, y la música, que antes me envolvía, ahora solo era ruido. Sabía que tenía que volver, pero el camino de regreso a casa me pareció interminable. Mi casa, aunque en realidad esta semana no lo era solo mía. Rai se estaba quedando conmigo durante toda la semana, lo que hacía que volver fuera aún más incómodo.

Llegué a la puerta y traté de abrirla en silencio, pero mis dedos se resbalaban por la cerradura, y el chirrido de la puerta resonó más fuerte de lo que me hubiera gustado. Al entrar, mis pasos inestables retumbaban en el pasillo. Sentía que todo giraba, y no podía evitar tambalearme hacia las paredes para mantenerme de pie.

De repente, vi a Rai en la entrada del cuarto. Sus ojos se agrandaron al verme en ese estado. La preocupación cruzó su rostro de inmediato.

—¿Alondra? —preguntó, su voz mezcla de asombro y preocupación.

Quise decir algo coherente, pero no pude. Me quedé allí, tambaleándome en medio del pasillo, luchando por mantenerme en pie.

—Yo... no quería acabar así—murmuré, sintiéndome pequeña y fuera de lugar. Las palabras salían atropelladas, apenas entendibles, pero sentí la necesidad de hablar—. No sé qué hacer, Rai... No sé por qué lo hice.

Rai me miraba con una mezcla de sorpresa y tristeza. Podía notar el conflicto en sus ojos, como si no supiera qué hacer conmigo en ese estado. Dio un paso hacia mí, dudando, pero finalmente decidió actuar.

—Alondra, estás... estás borracha. Ven, necesitas descansar. —Su voz era suave, pero firme.

Se acercó y me guió hasta la habitación. Esta semana habíamos estado durmiendo en la misma cama, algo que antes nos resultaba completamente natural, pero ahora... todo se sentía diferente, raro. Me dejó caer suavemente en la cama, y me cubrió con la manta. Quise decirle tantas cosas, pero las palabras no salían.

—Lo siento, Rai —susurré, aunque no sabía si me escuchaba.

Ella se sentó a mi lado en silencio, mirándome con esa expresión que me desarmaba, llena de preocupación y algo más que no podía identificar. Yo estaba demasiado cansada, y mis párpados pesaban. No pude mantener los ojos abiertos por mucho más tiempo. La última imagen que vi antes de quedarme dormida fue la figura borrosa de Rai, sentada junto a mí, con el peso de algo que ni siquiera el alcohol podía hacerme olvidar.

Railo : Bajo nuestro ecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora