Capítulo IV: Parte I

788 36 1
                                    

-- Perspectiva de Rai --

Cuando vi a Alondra tambaleándose al entrar por la puerta, supe de inmediato que algo iba mal. Ella casi nunca bebía, no era de las que se dejaban llevar así. Mis pensamientos se agolparon al verla, y aunque por un momento sentí un impulso de acercarme y ayudarla, no pude evitar sentir una punzada de confusión.

—¿Alondra? —pregunté, con un nudo en la garganta, sin saber si debería acercarme o mantener distancia.

Sus palabras salieron entrecortadas, casi incomprensibles. Parecía tan vulnerable, perdida. Mis emociones estaban hechas un caos, pero aún así la guié hacia la habitación. Compartíamos la cama toda esta semana, algo que siempre había sido normal para nosotras... hasta ahora. Todo lo que había pasado desde el beso había cambiado la dinámica, y ya no sabía cómo actuar.

La dejé caer suavemente en la cama, cubriéndola con la manta. La veía tan frágil en ese momento, pero yo estaba demasiado confundida como para quedarme ahí. Necesitaba espacio. No podía dormir a su lado con tantos pensamientos atormentándome. Así que, sin decir nada, me fui al sofá del estudio.

Me tumbé, intentando encontrar una posición cómoda, pero mis pensamientos no dejaban de dar vueltas. La imagen de Alondra, la sensación de sus labios rozando los míos, todo se repetía en mi mente como un bucle sin fin. Me cuestionaba si había hecho lo correcto, si había interpretado mal las señales, si ella simplemente no sentía lo mismo.

Me pasé gran parte de la noche despierta, mirando el techo, tratando de desenmarañar lo que sentía. Alondra me atraía, eso era innegable. Siempre me había gustado su forma de ser, su risa, incluso sus pequeños detalles. Pero ahora me daba cuenta de que la atracción iba más allá de lo físico. La quería de una manera que me aterraba. Y, sin embargo, no podía seguir así.

No sabía qué pasaría si seguía dejándome llevar por mis sentimientos. No quería perderla, y tal vez lo que había pasado ya había dañado nuestra amistad. No podía arriesgar más. Decidí, en medio de la oscuridad y el silencio de la sala, que lo mejor sería dejar de intentar algo más con ella. Tenía que dejar de sentir esto, o al menos ocultarlo, para que las cosas volvieran a la normalidad. Incluso si me atraía de todas las maneras posibles, tenía que resignarme. Nuestra amistad era más importante que cualquier otra cosa.

El amanecer llegó y me encontró completamente despierta. Me levanté del sofá, estirándome mientras trataba de despejar la mente. Todavía me sentía agotada, pero tenía que moverme. Recordé que teníamos pendiente comprar unos auriculares nuevos. Los de Alondra estaban tan rotos que estaban cubiertos con cinta adhesiva azul, y siempre decía que los cambiaría, pero nunca lo hacía. Hoy lo haría yo.

Antes de salir, decidí prepararle algo de desayuno. A pesar de todo, no podía evitar preocuparme por ella. Le dejé unas tostadas, un poco de fruta y un vaso de agua. Sabía que se sentiría fatal cuando despertara, así que también le dejé unas pastillas para la resaca junto a la bandeja. Miré la cama una última vez, donde ella seguía durmiendo profundamente.

Suspiré. Esto era lo correcto. Tenía que enfocarme en lo que quedaba de nuestra amistad. Al fin y al cabo, había cosas que no se podían forzar, por mucho que deseara lo contrario.

Salí de casa para hacer los recados, intentando que la fresca brisa de la mañana me despejara la cabeza. Aunque sabía que no iba a ser tan fácil.

Railo : Bajo nuestro ecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora