-- Perspectiva de Rai --
La mesa estaba puesta, la pasta servida, y todos comenzaban a acomodarse en sus lugares. Los padres de Alondra y los míos intercambiaban risas y comentarios, charlando sobre reuniones pasadas y recordando anécdotas compartidas. Por mi parte, no podía evitar fijar la mirada en Alondra, preguntándome si esta sería la ocasión en la que, por fin, se atrevería a decir la verdad.
Su comportamiento era impecable, y en apariencia se veía tranquila, pero yo notaba los pequeños detalles que nadie más parecía percibir: el nerviosismo en la forma en que sus dedos jugueteaban con los cubiertos, el temblor apenas visible en su sonrisa cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Mis pensamientos iban y venían, en un constante choque de esperanza y duda, preguntándome si esta vez, finalmente, ella daría ese paso.
Nuestros padres hablaban de cualquier tema con una soltura que me parecía ajena. Para ellos, esta era solo otra reunión familiar, un momento para fortalecer la relación entre sus familias y reforzar sus expectativas de lo que Alondra y yo “deberíamos” ser. Pero yo no dejaba de pensar en lo que realmente significaba para nosotras: una oportunidad para dejar de fingir, para ser auténticas.
En ese momento, Alondra pareció tomar aire. Miró a su alrededor y con una voz apenas temblorosa, dijo:
—Bueno, antes de que terminemos de comer, hay algo que me gustaría decirles a todos…
Sentí una mezcla de alivio y nerviosismo. Al fin, había llegado el momento. La miré, dándole una sonrisa de apoyo. Pero entonces, cuando pensé que iba a decir lo que realmente deseaba expresar, noté cómo su rostro cambiaba, cómo su voz se quebraba levemente. Un segundo después, en lugar de la verdad, sus palabras fueron una excusa trivial:
—Quería contarles que… el stream de ayer fue un éxito y Rai quiere enseñar los regalos, ¿verdad, Rai?
Mi corazón cayó al suelo. No era la primera vez que pasaba, pero algo en ese momento, en su promesa rota, me hizo sentir una mezcla de frustración y tristeza que casi no pude disimular. Con una sonrisa forzada, empecé a hablar sobre los regalos del stream mientras sentía cómo algo dentro de mí se rompía un poco más con cada palabra que decía.
Durante el resto de la comida, traté de mantenerme serena. Mis padres parecían disfrutar del momento, y no dejaban de hacer comentarios sobre lo bien que nos llevábamos Alondra y yo, sin tener la menor idea de lo que en verdad ocurría. Me sentía atrapada en una burbuja de apariencias, en una mentira que, a cada segundo, se volvía más difícil de soportar.
De pronto, la madre de Alondra mencionó a un chico de la iglesia, un tal Rodrigo o Roberto, no estaba segura. Dijo algo sobre que podría ser una buena opción para ella, alguien “formal” y “responsable”. Quise ignorar el comentario, asumir que Alondra haría lo mismo, que no daría pie a la conversación. Pero, para mi sorpresa, ella reaccionó de una manera que jamás hubiera esperado: forzó una sonrisa y asintió, mostrando un interés que, aunque falso, me hizo sentir una punzada en el pecho. Sabía que no era real, que solo fingía para agradar a sus padres, pero aun así, verla actuar de esa forma me hizo sentir invisible. Me dolía ver cómo, una y otra vez, se amoldaba a lo que ellos querían que fuera, sin importar lo que eso significara para nosotras.
La comida se extendió entre conversaciones que, a cada minuto, se volvían más insoportables para mí. Mis padres comentaban cosas triviales, mientras yo solo podía pensar en cómo me había prometido a mí misma no seguir viviendo de esta manera. Pero ahí estaba, manteniendo las apariencias, fingiendo que nada me dolía, que todo estaba bien.
Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, nuestros padres comenzaron a despedirse. Nos abrazaron, nos desearon lo mejor y se marcharon sin siquiera sospechar que, detrás de cada sonrisa, se ocultaba una verdad que me quemaba por dentro. Apenas la puerta se cerró, sentí cómo el silencio llenaba la casa. Alex y Angie nos miraban de reojo, conscientes de la tensión, pero sin saber muy bien qué decir.
Alondra intentó acercarse a mí, su expresión cargada de culpa, pero antes de que pudiera decir nada, me giré y me dirigí hacia la sala. Sabía que, si me quedaba ahí, la frustración que había contenido durante toda la comida estallaría en cualquier momento.
—Rai… —escuché su voz detrás de mí, suave, como si temiera lo que vendría a continuación—. Perdón, yo quería decirlo… pero no pude.
Me giré para enfrentarla, mis emociones a flor de piel.
—¿De verdad querías decirlo, Alondra? ¿O solo me diste falsas esperanzas una vez más? —Mi voz salió más dura de lo que pretendía, pero en ese momento no podía controlarlo—. ¿Sabes lo que sentí cuando empezaste a hablar sobre ese chico de la iglesia? Aunque sé que no era verdad, aunque sé que no te interesa en lo más mínimo, me dolió ver cómo fingías para complacerlos.
Ella apartó la mirada, incapaz de sostener la mía.
—Rai, yo… no fue mi intención herirte. Solo… no sé cómo hacerlo, no sé cómo enfrentar a mis padres.
—Siempre dices lo mismo —respondí, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con aparecer—. Cada vez que tenemos una oportunidad de ser honestas, me dices que no estás lista, que tienes miedo. Pero, Alondra, yo también tengo miedo. Y aun así, estoy aquí, esperando que algún día te decidas.
Alondra dio un paso hacia mí, tratando de tocar mi mano, pero me aparté.
—Rai, por favor, no hagas esto más difícil… —su voz era apenas un susurro, llena de tristeza.
—¿Más difícil? —repetí, incrédula—. ¿Difícil para quién, Alondra? Porque yo soy la que siempre está dispuesta a dar un paso adelante, y tú eres la que siempre se queda atrás. ¿Te das cuenta de lo que significa para mí, estar en una relación que ni siquiera puedes reconocer? Las únicas personas que saben sobre nuestra relación son Alex y Angie, ¿cómo pretendes que me sienta?
Ella se quedó en silencio, mordiéndose el labio como si buscara las palabras adecuadas, pero sabía que no las encontraría. Esta no era la primera vez que teníamos esta conversación, y, honestamente, no sabía cuánto más podía soportar.
Después de un largo momento, Alondra finalmente habló, su voz llena de dolor.
—Rai, te amo, de verdad… y no sabes cuánto me duele que te sientas así. Pero no sé cómo cambiarlo, no sé cómo dejar de tener miedo a decepcionarlos.
Mis hombros cayeron, y sentí cómo la tristeza me envolvía por completo. Sabía que sus miedos eran reales, que lo que sentía por mí no era una mentira. Pero también sabía que no podía seguir esperando eternamente.
—No te pido que cambies de la noche a la mañana, Alondra. Solo te pido que intentes, que dejes de actuar como si nuestra relación fuera algo de lo que avergonzarse.
Ella asintió lentamente, pero en sus ojos podía ver que mis palabras no lograban borrar el miedo que la paralizaba.
Al final, Alex y Angie rompieron el silencio, acercándose a nosotras con expresiones de preocupación. Angie, siempre directa, suspiró.
—Chicas, no quiero entrometerme, pero… ¿por qué no intentan hablar más tarde? Ambas están agotadas.
Asentí, sin decir nada más, y, después de un momento, me fui al cuarto. Alondra no me siguió, y en parte me sentí aliviada. Necesitaba un tiempo para asimilar todo lo que había pasado, para tratar de entender si realmente había un futuro en esta relación.
Mientras me acostaba en la cama, mi mente seguía repasando cada palabra, cada mirada que compartimos durante la comida. Sabía que amaba a Alondra, que siempre la amaría, pero, en ese momento, también me preguntaba si algún día ella sería capaz de amarme lo suficiente como para enfrentar sus miedos.
Porque, al final del día, el amor no era solo palabras o promesas, sino acciones. Y, por mucho que la quisiera, sabía que no podía seguir esperando eternamente a que ella tomara una decisión.
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Railo : Bajo nuestro eco
Romansa¿Qué pasaría si alguna de las dos se animara a dar ese paso que siempre da miedo en una amistad? Su relación podría cambiar de maneras que nunca imaginaron. ¿Valdrá la pena arriesgarlo todo, o terminarán perdiendo lo que ya tienen?