-- Perspectiva de Alondra --
Después de la discusión con Rai, ella se fue al estudio donde Alex y Angie ya estaban listos para dormir pero yo me quedé en la habitación. Se quedaron hablando un rato, eran las seis de la mañana, y no sé cómo seguíamos despiertos, pero yo sabía bien por qué no podía dormir. La discusión con Rai había dejado algo abierto en mí, una mezcla de culpa y miedo que no podía sacarme de la cabeza.
Sabía que para Rai era importante que nuestra relación dejara de ser un secreto. A decir verdad, para mí también lo era, pero el terror a decepcionar a mis padres me mataba. La última vez que nuestras familias se reunieron, mis padres hicieron algunos comentarios homófobos, y yo, por evitar una discusión, me reí y asentí, dejándolos pasar sin defender a Rai. La culpa por no haber hecho nada me quemaba el pecho, y ahora entendía más que nunca por qué Rai no quería volver a pasar por algo así.
Sumida en estos pensamientos, escuché el sonido de pasos acercándose a la puerta. A las seis y veinte de la mañana, Rai volvió a la habitación. Sin decir una palabra, se acostó a mi lado y se acurrucó en mí, como buscando consuelo. Su voz fue apenas un susurro cuando me dijo, "Te quiero, perdón por hablarte mal antes."
La suavidad de sus palabras me desarmó. La miré a los ojos, sintiendo cómo la tensión se desvanecía lentamente.
—Perdón yo también por hablarte mal, Rai. Te quiero —le respondí, acariciando su mejilla mientras me sonreía suavemente.
Rai me dio un beso en la mejilla y, sin más, dejamos que el cansancio nos venciera. En cuestión de minutos, ambas estábamos profundamente dormidas, entrelazadas bajo las sábanas.
Despertamos a las once, apenas habíamos dormido cinco horas, pero el reloj corría y teníamos que darnos prisa. Nuestros padres llegarían a las dos para comer, y la casa estaba hecha un desastre después de la larga noche. Me estiré, aún medio dormida, y le propuse a Rai pedir pizza para la comida.
Rai soltó una risa que llenó la habitación.
—Ay, Alondra, ¡qué bruta! ¿Cómo vamos a pedir pizza para una comida con nuestros padres? —dijo, riéndose mientras se acercaba a mí.
La miré con una sonrisa, contagiada por su buen humor, y traté de pensar en otra opción.
—¿Y si pedimos pasta? —le dije, mordiéndome el labio, esperando su respuesta.
Rai asintió, aún sonriendo.
—Perfecto. Pasta está bien —respondió, y me dio un suave beso en la frente.
Poco después, Alex y Angie se despertaron también. Eran casi las doce y media cuando empezaron a ayudarnos a recoger la casa, organizando todo para que estuviera impecable antes de que llegaran nuestros padres. Mientras barríamos, recogíamos platos y acomodábamos todo en su lugar, yo no podía dejar de pensar en la promesa que le había hecho a Rai la noche anterior. Sabía que este paso era importante para ella, pero el miedo seguía presente. Aun así, una parte de mí se sentía decidida; no podía seguir viviendo con esta doble vida que cada vez me desgastaba más.
A la una y media, el delivery llegó con la pasta. Colocamos la comida en la mesa, acomodamos los platos y cubiertos, y dejamos todo listo. Justo en ese momento, Rai se acercó a mí, con esa mirada de ternura que siempre tenía cuando quería apoyarme.
—Oye, Alondra… si no estás preparada para contarlo, no lo hagas. No quiero que te sientas presionada —me dijo en voz baja, casi en un susurro, mientras me miraba a los ojos.
Le respondí sin dudarlo, apretando su mano con fuerza.
—Ya te prometí que lo haría, Rai. No voy a echarme atrás ahora.
Ella me miró con una sonrisa cálida, esa que me hacía sentir que todo podía estar bien, incluso en medio de mis temores.
—Gracias por pensar así. Es muy importante para mí —me dijo, acariciando mi mejilla suavemente.
Nos miramos en silencio por unos segundos, y yo me dejé llevar por esa paz que siempre me transmitía, comenzamos un beso suave que poco a poco fue subiendo la intensidad, recordando por qué estaba dispuesta a enfrentar mis miedos por ella.
—Ehm, nenas os recuerdo que estamos aquí — dijo Alex mientras que Angie y él se reían.
A las dos en punto, nuestros padres comenzaron a llegar. El primer saludo fue como siempre, lleno de risas y abrazos. Mis padres parecían contentos de ver a los padres de Rai, y ambos grupos se acomodaron en la mesa, charlando animadamente mientras comenzábamos a servir la comida. Traté de mantener la calma, pero sentía un nudo en el estómago, como si un peso invisible me apretara el pecho.
Cada vez que miraba a Rai, su sonrisa me devolvía un poco de la seguridad que creía haber perdido, pero aún así, no podía evitar pensar en los comentarios de la última reunión. Sabía que, en cuanto empezara a hablar, todo en mi vida podría cambiar de una manera irreversible.
Cuando todos comenzaron a comer, sentí que el momento se acercaba. Miré a Rai, que me devolvió una mirada llena de apoyo. Respiré profundamente y decidí que, si iba a hacerlo, tenía que ser ahora.
—Bueno, antes de que terminemos de comer, hay algo que me gustaría decirles a todos —comencé, tratando de sonar tranquila, aunque mi voz temblaba un poco.
De inmediato, sentí las miradas de todos en mí, incluyendo las de mis padres, quienes me miraban con curiosidad. El miedo regresó de golpe, y por un instante pensé en retractarme. Sin embargo, al ver a Rai a mi lado, supe que no podía echarme atrás. Este era nuestro momento.
—Quería contarles que… —respiré hondo, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza—, que nada que, el Stream de ayer fue un éxito y Rai quiere enseñar los regalos, verdad Rai?
Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro. Cada palabra, cada broma que se hacía en la mesa, me dolía un poco más. Era como si toda la valentía que había reunido en la habitación, todas las palabras de apoyo de Rai, se desvanecieran ante la presión de las miradas de mis padres. Había estado tan cerca de contarlo, tan cerca de enfrentar mis miedos, y aun así, en el último momento, había retrocedido.
Rai trató de esconder su decepción, pero yo la sentí profundamente. Durante el resto de la comida, mantuvo una sonrisa amable y mostró los regalos del stream a nuestros padres, pero sus ojos me decían algo distinto: una mezcla de tristeza y de resignación que me partió el alma. Mis padres, por otro lado, parecían ajenos a toda esa tensión. Cuando mi madre empezó a hablar sobre el chico de la iglesia, sentí como si mi estómago cayera al vacío. Era su forma de recordarme lo que esperaban de mí, de moldearme a lo que ellos consideraban “correcto”. Y aunque fingí interéspara contentarla. cada palabra me hacía sentir más atrapada. Me enseñó una foto de el chico pero le dije que no era en absoluto mi tipo.
La madre de Rai interrumpió diciendo que quizá los chicos no eran mi tipo, creí que por fin alguien estaba extendiéndome una mano, abriendo una posibilidad. Pero mis padres reaccionaron con una mezcla de incredulidad y nerviosismo, mirándome fijamente como si no pudieran concebir que yo pudiera, algún día, tener gustos diferentes a los que ellos creían correctos.
—Eso sería imposible, ¿verdad, Alondra? —preguntaron, con una media sonrisa.
Sentí el peso de sus expectativas y, sin poderlo evitar, asentí.
—Sí, claro, mamá —respondí, forzando una sonrisa que apenas logró disimular la tristeza que sentía.
Vi cómo Rai apretaba los labios y miraba a otro lado. No podía imaginar lo que debía estar pasando por su cabeza, ni el dolor que debía estar sintiendo al escucharme negarla de esa forma. Sabía que había fallado, que no había sido lo suficientemente fuerte, y en ese momento, toda la culpa y la frustración me ahogaban.
Al final de la comida, cuando los padres de Rai y los míos se levantaron para despedirse, ella me miró con una sonrisa forzada. Alex y Angie no habían participado mucho en la conversación pero habían estado atentos a todo, dándose cuenta de que la situación empeoraba por segundos, debí haberlo contado.
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Railo : Bajo nuestro eco
Romansa¿Qué pasaría si alguna de las dos se animara a dar ese paso que siempre da miedo en una amistad? Su relación podría cambiar de maneras que nunca imaginaron. ¿Valdrá la pena arriesgarlo todo, o terminarán perdiendo lo que ya tienen?