Capitulo III: Parte II

373 19 0
                                    

-- Perspectiva de Rai --

Desperté con Alondra aún en mis brazos, su respiración tranquila y pausada contrastaba con los latidos de mi corazón que todavía parecían no haber vuelto a su ritmo normal. Miré hacia la pantalla de la televisión; la película ya había terminado hacía rato, pero ni siquiera sabía en qué momento lo hizo. Sonreí. No me importaba en absoluto. Lo único que me importaba era la sensación de tener a Alondra tan cerca.

Deslicé mis dedos por su pelo, jugando suavemente con un mechón que caía sobre su rostro, intentando no despertarla. A pesar de todo lo que habíamos vivido, de las discusiones y los miedos, aquí estábamos, juntas. La noche anterior había sido perfecta. No solo por lo que hicimos, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente conectada con ella, sin ninguna barrera entre nosotras.

Pero no podía evitar que mi mente volviera a ese miedo constante que Alondra siempre parecía tener. Ese deseo de ocultarnos del mundo. Sus padres, los rumores, la gente, todo eso seguía ahí, como un espectro que rondaba nuestra relación. Intenté dejar esos pensamientos a un lado, pero siempre regresaban cuando ella no podía verlos en mis ojos.

La luz de la mañana comenzaba a colarse por la ventana, y me di cuenta de que no podía quedarme en la cama todo el día, aunque quisiera. Me deslicé suavemente, cuidando no despertarla, y me levanté para ir a la cocina. El día anterior había sido intenso. Angie se había ido, y aunque no quería admitirlo, la extrañaba más de lo que pensaba. A veces, sentía que ella era el pegamento que mantenía todo unido entre Alondra y yo, incluso cuando nosotras no lo veíamos.

Puse a calentar agua para café y me quedé mirando el reloj de la cocina, recordando los momentos que habíamos pasado en el aeropuerto. Verle irse fue triste, sin embargo, había algo en esa despedida que me dejó una sensación extraña. Como si hubiera algo más que aún no habíamos resuelto.

El aroma del café llenó la cocina, y poco después escuché pasos suaves detrás de mí. Me giré y vi a Alondra entrar con su cabello revuelto y una expresión soñolienta pero dulce.

—Buenos días, dormilona —le dije con una sonrisa, tratando de ignorar los pensamientos que aún daban vueltas en mi cabeza.

—Buenos días —respondió con una sonrisa perezosa mientras se acercaba a mí para darme un beso suave en la mejilla.

La observé mientras se sentaba en la mesa, sus ojos todavía un poco cerrados, y me pregunté si alguna vez llegaría el día en que pudiéramos hacer esto todos los días sin preocuparnos por lo que los demás piensen. Pero sabía que la respuesta aún estaba lejos. Por mucho que deseara gritarle al mundo lo que sentía por ella, Alondra seguía sintiendo que no estábamos listas para eso. Y aunque yo entendía sus razones, no podía evitar que el tema me molestara cada vez más.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté, intentando que mi voz sonara casual mientras le ofrecía una taza de café.

—Bien... —respondió, pero algo en su tono me hizo levantar la mirada—. Aunque, la verdad, estuve pensando en algunas cosas.

Sabía que cuando Alondra decía que había estado "pensando en algunas cosas", probablemente estaba preocupada. Me senté frente a ella, esperando que siguiera hablando, pero en lugar de eso, se quedó en silencio, mirando su taza como si buscara la respuesta en el fondo del café.

—¿Sobre qué? —le pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

—Sobre nosotras... —dijo suavemente, levantando la vista hacia mí—. Sobre cómo todo ha cambiado tan rápido.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. Sabía que Angie había sido un apoyo enorme para Alondra, alguien que de alguna manera la hacía sentir más segura con lo que estábamos viviendo. Pero ahora que Angie estaba en Argentina, todo volvía a depender de nosotras.

—No tiene que cambiar nada —le respondí, intentando sonar segura de mis palabras, aunque por dentro también compartía parte de sus preocupaciones—. Angie nos ayudó mucho, pero ahora es cosa nuestra.

Alondra asintió, pero no parecía del todo convencida. Su mirada volvió a bajar, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Rai... no quiero que pienses que no confío en nosotras. Es solo que... a veces siento que todo es demasiado, ¿sabes? —su voz temblaba un poco—. Me preocupa que si todo el mundo lo sabe, nosotras... no sé, que las cosas cambien para peor.

Ahí estaba otra vez, ese miedo que siempre volvía. La necesidad de ocultarse, de proteger lo que teníamos de los ojos de los demás. Y aunque yo lo entendía, no podía seguir ignorando lo que eso me hacía sentir.

—Lo entiendo, Alondra —dije, intentando mantener la calma—, pero no podemos vivir siempre así, escondidas. Yo quiero estar contigo, sin tener que preocuparme por quién lo sepa o lo que piensen. No quiero que tengamos que esconder lo que somos.

Ella me miró, y por un momento, vi la duda en sus ojos. Sabía que estaba intentando luchar contra esos miedos, pero también sabía que aún no estaba lista para dejarlos ir. Y eso era lo que más me dolía.

—Rai... por favor, dame tiempo. Solo un poco más —me pidió en voz baja—. No es que no quiera lo mismo que tú, solo... necesito estar segura.

Suspiré, asintiendo lentamente. No quería presionarla, pero al mismo tiempo, no sabía cuánto más podría seguir así. La amaba, pero había una parte de mí que empezaba a preguntarse si alguna vez llegaría el día en que Alondra estuviera lista para dejar de escondernos.

—Está bien... te daré el tiempo que necesites —le respondí, aunque por dentro, el conflicto seguía.

Nos quedamos en silencio por un rato, ambas con nuestras tazas de café en las manos, mientras el sol terminaba de salir por completo.

Railo : Bajo nuestro ecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora