-- Perspectiva de Rai --
Salí del cuarto, sintiendo que había tomado una decisión que, aunque no quería, era inevitable: Alondra y yo habíamos terminado. La sensación de vacío me abrumaba, y, al mismo tiempo, una mezcla de enfado y tristeza me empujaba hacia la puerta. No podía quedarme allí, atrapada en un lugar donde cada rincón me recordaba a ella. La única opción que tenía era salir de casa y caminar para despejar mi mente, aunque no tener el carnet de conducir me limitaba. Un mes más, y podría manejar, pero en ese momento tenía que lidiar con mis emociones a pie.
Mientras tomaba la esquina de la calle, me encontré con Alex. Su aparición hizo que frenara en seco, y de repente, todo el caos emocional que llevaba dentro se volvió más intenso. Él me miró con preocupación.
—¿A dónde te vas? —preguntó, bloqueando mi camino.
—La situación me está superando —respondí, tratando de mantener la calma, aunque el tono de mi voz revelaba lo contrario—. No sé por qué dejé a Alondra; fue un impulso. No sé controlarme, ¿vale?
Alex resopló, claramente frustrado.
—Mira, Rai, entiendo que tengáis vuestras diferencias, y supongo que sé por qué fue la discusión —empezó mientras comenzábamos a andar juntos—. Pero, ¿por qué no intentáis llegar a un punto medio? Lleva un año luchando por estar juntas, entre confusiones y desencuentros. ¿Y ahora vais a tirar todo por la borda? Se supone que os amáis, y el amor también es entender. ¿Por qué no escuchas un poco a Alondra?
Me quedé en silencio, sopesando sus palabras. Tenía razón; había un trasfondo en nuestra relación que nunca había sido fácil. Entendía que Alondra no se lo contara a sus padres por miedo a su reacción. Pero, al mismo tiempo, me aterrorizaba la idea de vivir siempre a escondidas, sin poder ser quienes éramos en público.
—Tengo miedo de que esto sea para siempre —le dije, sintiendo que mi voz temblaba—. Miedo de que nunca lo cuente y que tengamos que estar escondidas para siempre.
Alex me miró, con una expresión que mezclaba comprensión y determinación.
—¿Y si dejas que todo fluya? Si ves que no va hacia ningún lado, entonces vuelves a hablar con ella. Pero no te precipites en decisiones tan grandes solo por una pelea.
Continuamos caminando en silencio, con nuestros pasos guiándonos hacia un Starbucks cercano. Era un lugar que solíamos visitar a menudo, un refugio donde solíamos charlar y relajarnos. Entramos y nos sentamos en una mesa, y de repente Alex me miró fijamente.
—¿Y? ¿Qué vas a hacer? —preguntó, como si esperara que la respuesta cayera de mis labios.
Mire a Alex a los ojos, el peso de la situación me aplastaba.
—Ya es tarde. He actuado de forma inmadura, y si Alondra no quiere volver conmigo por esto... —dije antes de que las lágrimas empezaran a caer.
Bajé la cabeza, apoyando la frente sobre la mesa. Alex me consoló como pudo, y así estuvimos, en un silencio incómodo, durante unos veinte minutos.
De repente, mi momento de reflexión se interrumpió cuando Alex recibió una llamada. Era Angie. Se levantó rápidamente, y aunque no quise preguntar para no parecer entrometida, vi cómo su expresión cambiaba a medida que escuchaba lo que ella decía.
Cuando Alex volvió a mí, su semblante era más serio.
—Es Angie —dijo, con un tono de voz que me hizo sentir inquieta—. Dice que Alondra acaba de salir de casa y te está buscando. ¿Le digo que estamos aquí o no estás segura?
Abrí los ojos, sorprendida por la noticia.
—No le digas que estamos aquí —respondí, el orgullo comenzaba a burbujear dentro de mí.
Alex se desinclinó un poco y le dijo que viniera.
Minutos después, vi a Alondra aparecer por la calle, acompañada de Angie. Mi corazón se aceleró, pero la ira y el orgullo también me llenaron. No quería hablar con ella, no al menos ahora. Alex y yo acabamos saliendo del Starbucks.
Alondra nos vio y su mirada se iluminó con una mezcla de sorpresa y esperanza.
—Rai... —dijo, acelerando el paso hacia mí.
Yo no quería hacer caso. A medida que se acercaba, apreté los labios y bajé la mirada, tratando de no mostrar lo que realmente sentía.
—No quiero hablar, Alondra —dije, tratando de ser firme.
—¿Por qué no aclaramos todo? —preguntó, con la voz llena de urgencia. —Tienes que entenderme.
No quería escucharla, así que la ignoré, girando sobre mis talones y alejándome de ella, Angie y Alex. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y las palabras que quería decir se atoraban en mi garganta. Cada paso que daba me recordaba lo orgullosa que era, pero al mismo tiempo, sabía que ese orgullo me estaba destruyendo por dentro.
Mientras me alejaba, la culpabilidad comenzó a calar hondo en mí. Soy una orgullosa de mierda, pensé, sintiendo que todo se desmoronaba a mi alrededor. Alondra había sido la luz en mi vida, y ahora me encontraba encerrada en esta burbuja de orgullo y tristeza.
Mis pensamientos se amontonaban como nubes oscuras en mi mente. La verdad era que, a pesar de la discusión, la sentía cerca, como si su esencia aún flotara en el aire. Había momentos en los que quería dejarme llevar, pedirle perdón y hablar con ella como solíamos hacerlo. .
Caminé sin rumbo, sintiendo que cada paso me alejaba más de ella y de la felicidad que habíamos compartido. Tenía que tomar una decisión, pero no sabía cuál era la correcta.
Mis impulsos de ira e inmadurez me estaban afectando más de lo que pensaba. Sabía que lo adecuado era hablar con Alondra, aclarar las cosas y hacerle saber que no quería perderla. La imagen de su rostro, lleno de confusión y dolor, me llenaba de remordimientos. Ella merecía más de lo que le estaba dando, pero decir algo y retractarme minutos me hacía ver insegura de mí.
Decidí que no podía seguir así, tomé un respiro profundo. Tenía que encontrarla. Tal vez podía aún salvar lo que quedaba de nuestra relación. Con la determinación renovada, empecé a caminar de regreso al Starbucks, esperando que aún estuviera allí.
No importaba lo que dijera mi orgullo; la verdad era que la amaba y estaba dispuesta a luchar por ella. Aunque me asustaba el futuro y lo que pudiera deparar, sabía que no podía dejar que mis miedos me controlaran. No más.
Cuando llegué al Starbucks, la puerta se abrió con un ligero chirrido. Miré a mi alrededor, buscando a Alondra y Alex. De repente, vi a Alex en una esquina, su rostro iluminado por la luz del sol que entraba a través de la ventana.
Pero Alondra no estaba.
Un nuevo escalofrío de pánico me atravesó. Miré a Alex, que al verme se acercó.
—¿Alondra? —pregunté, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de mí.
—Se fue —respondió Alex, su voz llena de preocupación.
Mi corazón se hundió. No podía dejar que se alejara, no sin que tuviéramos una conversación, no sin intentarlo una vez más.
—¿A dónde fue? —pregunté, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a tomar el control.
—No lo sé —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero creo que deberías intentar buscarla.
El miedo a perderla era insoportable.
—Eso voy a hacer —decreté, sintiendo la necesidad de actuar.
Salí del café, con la determinación de encontrarla. Sabía que tenía que disculparme.
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Railo : Bajo nuestro eco
Romance¿Qué pasaría si alguna de las dos se animara a dar ese paso que siempre da miedo en una amistad? Su relación podría cambiar de maneras que nunca imaginaron. ¿Valdrá la pena arriesgarlo todo, o terminarán perdiendo lo que ya tienen?