Narra Roberta:
Sentí ganas de agarrarlo con mis propias manos y sacudirlo para hacerlo entrar en razón; pero ni haciendo algo como eso durante horas podría hacer que volviera a ser el de antes.
No era necesario que me dijera que terminaba conmigo. En verdad no era necesario porque ya estaba más que claro que luego de todo lo que nos dijimos no podíamos seguir juntos ni por chiste; pero él solo lo hizo por maldad. Pude ver cómo brillaban sus ojos cuando lo dijo, pude ver cómo disfrutaba de hacerme sentir mal...
Tenía tanto odio hacia mi, que en verdad no logro terminar de entender.
¿Cómo es posible que me detestara tanto? Yo jamás lo engañé, a pesar de haber tenido muchas oportunidades. Si me inventaron historias románticas con otros cantantes no fueron más que eso, inventos.
Al parecer, Diego había caído en cada una de esas mentiras, y el no poder comunicarnos para aclarar las cosas, solo lo empeoró todo.
Pensé que luego de terminar de romperme el corazón solo se iría. De verdad estaba segura que todo lo que él quería era terminar conmigo y luego irse, triunfal y cuanto antes. Pero se quedó más de lo que esperaba.
Sus ojos nunca dejaron de mirar directamente a los mios. Y a diferencia de lo que sentía antes cuando los veía, ahora me resultaba incómodo.
No sé qué buscaba viéndome así, pero no parecía tener intenciones de irse.
Fue entonces cuando escuché unos disparos. Comencé a temblar de miedo, porque afuera se escuchaba como las personas comenzaban a alborotarse... Mis fans estaban ahí, saliendo del concierto y demás; y temía que estos disparos los estuvieran lastimando.
Diego miró hacia la puerta con los ojos bien abiertos, y por la forma en que se preparó para actuar ante cualquier situación me recordó a los días durante los cuales él fue mi chofer, y me cuidaba como a una joyita.
De la nada la puerta se abrió y uno de mis guardaespaldas asomó la cabeza. Tenía su arma, que solo llevaba por si debía protegerme, en la mano y nos miró a ambos con los ojos cargados de preocupación.
Xxx: Sacala de acá, por la puerta trasera. Asegurate de ponerla a salvo.
Roberta: No, él...
Diego: Si, yo me encargo.
Roberta: ¿Qué pasa afuera?
Xxx: Alguien está intentando lastimarte, Roberta.
Roberta: ¿Quién?
Xxx: Es lo que intentamos descubrir. Ahora sacala de acá, cuanto antes, apurate.
Diego asintió y cuando la puerta se cerró me miró nuevamente a mi.
Yo recién entonces me dí cuenta de que él llevaba un traje negro con la etiqueta de la familia Pardo, y por lo tanto, figuraba como un empleado de mi familia. Es decir, debía ocuparse de mi.
Diego: Creo que te tengo que sacar de acá.
Roberta: No es necesario que lo hagas si no querés. Cuidarme dejó de ser tu obligación desde hace mucho tiempo.
Diego: No voy a dejar que te maten, Roberta, no importa que no trabaje más para tu familia.
Me tomó del brazo y luego me llevó hacia la puerta trasera que mencionó el otro hombre. Estaba escondida detrás de unos percheros con ropa, y Diego corrió todo con una sola mano, para después abrir la puerta con la llave que estaba sobre la mesa, a un costado.
Yo a penas alcancé a agarrar mi bolso con mis objetos y documentos personales, luego él me tironeó para sacarme del camarín.
Una vez, en un concierto en España, había pasado algo parecido y tuve que correr como una fugitiva también. En ese caso habían intentado atacarme para secuetrarme y pedir dinero a cambio, pero los hombres de seguridad me protegieron.
Esta vez nos agarró de sorpresa, así que todos estaban fuera intentando cuidarme. Todos menos Diego, que en verdad no era parte de mi seguridad personal.
Me dejé llevar por él, mientras corríamos por un depósito bastante viejo y lleno de polvo y humedad.
No se giró a mirarme, pero se aseguraba constantemente de mantener mi mano bien agarrada para que no me soltara y no me perdiera.
Era extraño vivir algo así después de las cosas horribles que ambos nos dijimos dentro de mi camarín hacía solo unos cuantos minutos.
Por fin, después de mucho correr en esa habitación oscura, llegamos al final y Diego abrió la puerta. Salimos a la calle, y ahí pudimos escuchar aún más gritos y disparos.
Roberta: ¿Y ahora qué? No sos de mi seguridad personal, ni siquiera sabés a dónde tenés que llevarme.
Diego: (miró hacia todos lados) Vos te venís conmigo.
Roberta: ¿Qué? Claro que no!
Diego: Te quieren matar, o no te diste cuenta?
No llegué a contestar, volvió a agarrarme del brazo y a tironearme hacia una zona más oscura de la calle. Ahí había una moto y él se detuvo junto a esta.
Me quedé helada, mientras recordaba la vez que nos subimos juntos a una moto. La maldita carrera en la que pasé el susto de mi vida...
Cuando logré reaccionar, él había abierto la mochila que tenía al hombro y sacó una campera grande y con capucha.
Diego: Ponete esto. No nos olvidemos que sos la estrellita de la noche y se supone que nadie tiene que reconocerte.
Roberta: No voy a subirme a una moto con vos.
Diego: No tenés muchas opciones. Es más, creo que soy la única opción que te queda.
No contesté, porque no tenía nada que contestar a eso. Él tenía razón, yo no tenía otra opción porque de otro modo me estaría arriesgando demasiado.
Me puse la campera lo más rápido que pude y aunque me quedaba enorme (dos Robertas entraban en ella fácilmente) me sirvió para cubrirme.
Podía sentir el perfume que tenía... era su perfume. El chico no había cambiado el perfume...
Diego: Arriba, estrella.
Roberta: No me llames más así.
Diego: Ya no sos la señorita de la casa, ahora sos la estrellita de la casa.
Roberta: (rodé los ojos) ¿Y el casco?
Diego: ¿Casco? Deberías saber ya que yo no uso casco.
Roberta: Pero..
Diego: Arriba!!
Se subió primero y yo me ví en la obligación de subir inmediatamente después de él, justo detrás.
Estaba enojada con él, sentía que lo odiaba, pero así y todo me aferré fuerte, muy fuerte a su cuerpo.
Mis brazos lo presionaban con fuerza, y sé que no era solo por el miedo... Había pasado tantos días de mi vida deseando poder abrazarlo así durante ese último tiempo, que aún estando enojada y dolida con él, no podía evitarlo.
Diego: Me estás ahogando... (murmuró)
Roberta: ¿A dónde vamos?
Diego: A un lugar maravilloso.
Roberta: Llevame a mi casa, Diego!
Diego: Antes vamos a recordar un poco los viejos y buenos tiempos..
Roberta: ¿Qué...?
Me agarró un ataque de desesperación y una lucha interna en ese momento.
¿Cómo es que llegué a esto? ¿Cómo es que terminé sobre esta moto, con él, y yendo hacia dónde él quería llevarme?
Continuará...
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