Capítulo 48

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_______ Ransome irrumpió con violencia la veloz trayectoria de la gruesa gota salada que corría por sus mejillas dejando un suave rastro húmedo a su paso. Frustrada, dejó caer rendida y con pesadez toda su existencia sobre el anticúo sofá que adornaba la esquina de la amplia habitación en la que había permanecido el resto del día cuestionándose una y otra vez la dirección que asumiría a partir de entonces su improbable destino. Temía estarse equivocando, una vez más cometer algún error que resultase irreversible, pero lo necesitaba y se veía obligada a continuar con su confabulación. Su honor dependía de ello, y no sólo eso, estaba de por juego su orgullo, sus sentimientos, sus sueños, sus esperanzas... su vida.
Liberó un mudo sopló a la estática atmósfera que regalaba el atardecer cansada de su existencia, de no poder creer en nada, de no poder aferrarse a algo, de siempre obtener los mismos resultados de cada persona que transitaba por su vida, simplemente, estaba harta de ser ella.

-¿Qué dijo? – la gruesa voz irrumpió por sus punzantes pensamientos obligándola a centrar su completa atención en el hombre que la observaba sigiloso desde el otro extremo de la habitación.

-¿Qué dijo... quién? – frunció su entrecejo más sorprendida por la presencia el hombre antes que por la, a su parecer, incoherente pregunta planteada.

-El ginecólogo, cielo – la máscara de precaución dibujada en aquél casi angelical rostro adornado de inquietos rizos desapreció para abrirle completo paso a un dulce esbozo de sonrisa.

-Oh...- fue lo más que pudo decir, se maldijo nuevamente por la torpeza con la que últimamente hacía las cosas, rebuscó por su mente pero no estaba preparada para vociferar una nueva mentira que probablemente podría traerle problemas.

-¿Ocurre algo? – en un ágil movimiento, su esposo llegó a un lado suyo para tomar una de sus manos.

-Nada – claro que ocurría algo, algo que le erizaba la piel y que no se atrevía a aceptarlo con una realidad.

Frustrada y acobardada eran los adjetivos perfectos para ella en ese momento, además de que el hecho de que su simple tacto hubiese surtido algún efecto en ella que jamás habría deseado, la hizo temer incluso aún más. Dirigió una mirada suplicante a su marido, vacilante. No podía con ello, era demasiado, regresó sus cristalizados ojos a un punto neutro no sintiéndose capaz de soportar por un segundo más aquella nueva tortura que a pesar de haberla empezado a sufrir tiempo atrás, ahora se había acrecentado tornándose rotunda e indiscutible.

Había ido con el ginecólogo después de salir del corporativo Moncrieff, sí, una definitiva estupidez ahora que lo pensaba mejor, era sólo que no había podido controlar su necesidad de cerciorar sus sospechas y las de Chris. La sentencia final había sido brutal, algo que no había terminado de digerir hasta esos momentos y que, en realidad, no sabía si sería capaz de asumirlo alguna vez en su vida. Los resultados habían sido claros y directos, el mismo doctor lo había repetido incontables veces a petición de ella, y ella había recibido cada afirmación como una espina en extremo puntiaguda directamente clavada a su pecho, ella estaba embarazada, en su vientre albergaba la vida de un nuevo engendro, pero no era eso lo desconcertante, no.

Estaba consciente ella de que la responsabilidad de aquello, su nuevo problema, se repartía por igual en un par de hombres que, claramente estaba, ella repudiaba con todas sus fuerzas y que, de ser posible, ella disfrutaría eliminarlos de la faz de la Tierra.

Sí, el hombre que se cernía frente de ella en silencio muy bien podría ser el progenitor de su hijo y ella estaba aterrorizada.

_______ Ransome se observó una vez más al espejo, se repudiaba.

El elegante vestido que se plegaba a su figura, destacándola, no fungía otra acción más que herir su ego, apuñalarla lenta y profundamente. Quemaba y le urgía arrebatar aquella tela de su cuerpo. Salir corriendo de ahí y detener aquella terrible sensación, calmar al fuego abrasador que la invadía, llenándola de ira, despertándole el ferviente deseo de desaparecer para siempre.

Tragó su amargo aliento y lanzó un pesado soplo al aire. Reprimió su ira en contra de aquellos brazos que la rodearon por detrás sujetándola por la cintura.

-Eres hermosa, cielo – su piel se erizó apenas sintió el aliento de su esposo por debajo de su oreja.

-A-Ashton – intentó, no con éxito zafarse de aquella prisión. De repente se encontró frente a frente con él, rozando sus labios, no protestó. Contradictoriamente, lo besó.
________ cerró sus ojos temiendo guardar aquellas imágenes en su mente. Ciertamente, ella misma se aterrorizaba, ella, sus acciones, su cuerpo, su perspectiva de ese hombre. Era como si todo hubiese cambiado de un día para otro, un cambio que no le hacía la menor gracia y, sin embargo, ahí estaba propagándose como una infestación.
Repentinamente, saboreaba aquellos labios como si de un elixir se tratase, y, no sentía la menor culpa con ello. Quizá, incluso, comenzaba a disfrutarlos.
Mas, no podía. Ella no debía.

-Lloras, amor – su marido limpió con ternura la traviesa lágrima que, inconscientemente, ella había liberado. Abrió sus ojos para encontrar frente de ella la perfección coronada por castaños rizos.

-Es la ocasión, amor – se excusó – creo que me emociona ver nuevamente un vestido de novia – sonrió tras declarar aquella pérfida declaración.

¿Cómo demonios debería de estar? Era claro que destrozada, derrotada y abatida, pero, lo estaba desde mucho tiempo antes, así que ahora no tenía más alternativa que reprimir, una vez más, todas aquellas hirientes sensaciones. Después de todo, era aquél el día en que todo había llegado a su límite, era la hora de enfrentar la realidad y asumir que aquél hombre que ella adoraba no sería jamás para ella y que en realidad nunca lo había sido como en alguna ilusa ocasión había creído.

Estaba muriendo. Y sin embargo, aún tenía el suficiente coraje como para aceptar asistir a aquella propia autodestrucción. Era quizá masoquismo, sadismo o capricho, mas, necesitaba, anhelaba, verlo una vez más, a él, a su sonrisa y más aún, esa irresistible mirada.

-¿Nos vamos ya, nena? – su esposo la liberó de aquellos bien trabajados brazos.

-Sí – su voz tembló, al igual que todo su cuerpo. Tuvo la sensación de estar firmando su propia sentencia final.

-Tu madre dijo que vendría Chris.

-Sí, eso creo – era, probablemente, la primera vez que la presencia de su tío no le emocionaba, se preguntó si era su noviecilla la causa de ello, aún consciente de que no era así.

-Nena, ¿es necesario que él se presente? – el hombre llevó una mano a su nuca, vacilante – es decir, cielo, la última vez que estuvo él... bueno... tú sabes lo que ocurrió...

-Ashton, cariño, no lo he evocado yo. Supongo que él ha recibido su propia invitación. Además, quiero que olvides todo, el mal inicio que tuvimos y todo aquello, ¿sí? – aprisionó con sus pequeñas manos las de él – te amo, bebé.

Señorita malcriada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora