Capitulo 7

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Ella se sentía victoriosa al poder controlar la situación, comenzaba a sentirse nuevamente superior a él ahora que lo tenía comiendo de sus manos, o al menos eso era lo que ella pensaba.
Apenas dio el primer paso para salir del compartimiento sintió una de sus manos aprisionada por él, recordándole irremediablemente a Seth cada que la sermoneaba. No le dolió la presión que él estaba ejerciendo sobre su muñeca, ya estaba acostumbrada a ella, lo que le dolía era que su dignidad estaba siendo pisoteada a su antojo, y es que a ella podían hacerle lo que fuese menos hacerla sentir inferior.

–Suéltame – le lanzó una mirada asesina mientras forcejeaba inútilmente.

–Nunca debes decirle no a un Wells, es la ley – se acercó para robarle un beso.

–Y si una Ransome dice no, es no. Tenlo presente en tu constitución – se alejó inmediatamente para esquivar el beso.

–Lo siento, pero esa ley no me rige a mí – la sujetó de su cintura y la pegó peligrosamente a su cuerpo, sintiendo aquellos pechos que lo enloquecían apretujarse contra su pecho.

–De acuerdo – ante la sorpresa de él, ella se rindió, después de todo no había sido tan difícil someterla, claro qué se podía esperar de la malcriada heredera Ransome. Ella lo tomó por detrás de su cuello atrayendo sus labios para concluir su discusión en un agresivo beso. Él sonrió satisfecho, desde hace tiempo no había disfrutado de sexo salvaje y ahora lo deseaba fervientemente.

Esta vez omitió la sesión de besos sobre sus pechos que ella había interrumpido y se dedicó únicamente a desabotonar los pequeños botones de su blusa, deseando ya poseerla.

Ella sólo sonreía complacida, mientras una de sus manos buscaba con insistencia en su bolso que permanecía al lado de ellos. Un condón, él se aventuró a pensar. Quería ya que ella se lo pusiera con sus labios.

Finalmente Adler Wells celebró para sus adentros el haber terminado con el último botoncito de aquella linda blusa que ahora era sólo un estorbo, la retiró delicadamente y pudo vislumbrar su perfecto vientre y luego sus exquisitos pechos que nuevamente deseaba saborear pero esta vez directamente, se detuvo a contemplar aquel sensual sostén de encaje que hacía juego perfecto con sus medias y se percató de que era la primer mujer que realmente deseaba con locura, la primera por la que haría casi todo con el fin de tenerla en su cama a diario lista para brindarle locas noches de sexo.

Se inclinó para depositar sus labios sobre su perfecto rostro pero entonces ella, tras volver su sonrisa burlona a su rostro, sacó de su bolso lo que había estado buscando... no lucía exactamente como un condón. Frunció su entrecejo confundido y cuando sintió ese ardor insoportable sobre sus ojos supo que se trataba de nada más que gas pimienta. ¡Maldita bruja!.

Señorita malcriada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora