Capítulo 62

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  ______ Ransome regresó su sobria mirada a través de aquel empañado cristal que la separaba de aquel pacífico paisaje que reinaba por las tierras que atravesaba presurosa mientras sostenía en brazos a ese algo que la había hecho cambiar de un momento a otro desde una semana atrás cuando había llegado a su vida con un dulce llanto que resonaba aún por sus oídos convirtiéndose en su pieza musical favorita, ese algo que había devuelto su olvidada sonrisa a la comisura de sus labios y ese mismo algo que la había hecho sopesar hasta su más grande y más reciente pena, la pérdida del hombre al que ella deseaba pertenecer y compartir el resto de sus días.

Todo era tan utópico que ella no había terminado de tragarlo aún, estaba escéptica ante tanta perfección, aun cuando sabía que una parte importante de ella no podría sosegarse jamás sin él.

Lanzó un hálito de aire a la fría atmósfera y, por instinto, acortó la distancia entre su cuerpo y aquel pequeño bulto que mantenía aferrado a sus brazos, silencioso.

Las imágenes del exterior corrían a un acelerado ritmo dejando detrás los esbozos de sus pensamientos elevados al aire y no clarificados aún.

Venía a su mente como un vago recuerdo la última vez que había transbordado un tren. Lo cierto es que todo aquello había sido un afortunado desastre. Algo de lo que, de alguna manera, ella no se arrepentía y, si tuviera que repetirlo, lo haría sin dudarlo. ¿Y qué si todo aquello había dolido? ¿Y qué si ya no era más la señorita malcriada a la que todos idolatraban y envidiaban? ¿Y qué si había tenido que sacrificarlo todo? ¿Y qué si nada había salido como ella anhelaba? Finalmente, todo lo había valido, cada desgarrador recuerdo que, de vez en cuando, regresaba a su cabeza resurgiendo en ella un suave esbozo de sonrisa; el tacto, aún grabado en su piel, de él sobre su cuerpo; los escalofríos que recorrían hasta el último rincón de su ser al evocar aquella cínica sonrisa de la que ella se había enamorado; los recuerdos de sus estúpidos y fallidos intentos por pretender que ese hombre, el grandioso corredor heredero de la segunda cadena hotelera más importante en el mercado, Michael Clifford, ese mismo animal que tanto daño le había hecho, él no se hubiese penetrado en lo más profundo de su ser y de su alma para aferrarse a ella como una maldita sanguijuela; y, por último, el despertar cada noche necesitándolo tanto como al aire, deseando el roce de sus labios sobre los suyos y escuchar una vez más a una escasa distancia de su oído el susurro de él declarando un 'te amo'. ¡Joder! Ella lo odiaba tanto.

El crujir de una hoja de papel periódico al ser tornada atrajo su mirada al interior de aquel pequeño compartimiento de primera clase que no difería mucho a aquel que había sido presente de sus mayores pecados cometidos e inducidos por su amante. Mordió su labio inferior rememorando cada episodio, cada blasfemia liberada al aire, cada palabra que los había llevado a cometer todo aquello, cada mala broma que había salido de sus labios al intentar impresionarlo, cada caricia que él había repartido por su cuerpo despertando en ella sensaciones que hasta ese entonces desconocía, cada beso y hasta cada mirada. Resopló.

Un timbrar resonó por sus oídos y ella comenzó a buscar, con una ligera torpeza remarcada en sus movimientos, entre su desordenado bolso el origen de aquel chirriante sonido que, si seguía insistiendo de esa forma, seguramente irrumpiría en la tranquilidad de los sueños de Gordon, su bebé.

Maldijo en voz baja al advertir que el pequeño comenzaba a moverse intranquilo, aquello no estaba bien, en absoluto.

-¿Necesitas ayuda? – una suave voz varonil resonó por detrás de las hojas del papel periódico que, hasta ahora, habían mantenido en anonimato a su propietario.

-Es mi móvil – ella asintió – no lo encuentro y Gordon no tardará en despertar si sigue así – explicó lo evidente sin despegar su mirada de su cada vez más desordenado bolso.

Señorita malcriada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora