Capítulo 61

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Podía sentirlo tan dulce por encima de sus labios, moverse en perfecta sincronía en contra de su piel calmando finalmente todas las inquietudes internas que la habían estado torturando desde que él la había dejado, finalmente las llamas del infierno que él había dejado a su paso habían sido cesadas. Y ella había dejado de sentir aquel hueco que embargaba todo su ser y por el mismo que ella no había podido sonreír los últimos meses.

Fue mutuo. Tras vacilar por un instante, sus párpados se cerraron lentamente para centrar su atención completa en el suave roce y la tibieza de sus labios. ______ se acercó a él en un amedrentado abrazo rodeando su cuello y hundiendo sus manos en su claro cabello así atrayéndolo más a sus labios. Los saboreó y mordió sin prisa. Despacio. Intercambió su saliva con la de él creando aquél extraño pero delicioso sabor que ella tanto necesitaba mantener de nuevo sobre sus labios, y entremezcló sus entrecortados alientos compartiendo su calor interno.

Y lo sintió, sus manos recorrer con lentitud grabándose hasta el último milímetro de aquel precioso rostro que se movía al ritmo de aquel dulce beso.

Era increíble, sus labios colisionando con los de él, saboreando aquel grato sabor de su saliva al mezclarse con la de ella, las manos de él dibujando el contorno de su cintura mientras la acercaba con suavidad a su cuerpo. Tras tanto tiempo... Saber que ese hombre, ese maravilloso hombre, le pertenecía.

Y él se separó cuando el aire comenzaba a hacerse insoportablemente necesario para ambos abriendo consigo un espacio para que el no deseado silencio sepulcral invadiese las paredes de aquella habitación borrando todo rastro de la escena romántica que había sido llevada a cabo un par de segundos atrás.

_________ reclinó su mirada no atreviéndose a afrontar a ese hombre tan maravilloso que se cernía ante ella. Mordió su labio inferior, se odiaba, a ella y a su maldito debilitado carácter que ahora le impedía gritarle a ese hombre cuánto lo había necesitado y extrañado, cuánta falta le había hecho y el dolor que había dejado en ella a su ausencia. Resopló, aquello simplemente no tendría que estar ocurriendo.

Elevó su mirada implorando la de él no estuviese reposada en ella pero, apenas sus ojos se elevaron, se impactaron con esos ojos verdosos que ella tanto adoraba aun cuando la mayoría de las veces estuviesen inyectados de deseo.

Sonrió, y tras tanto tiempo de no experimentar aquello que torturaba su vientre con un suave oleaje interno, ella sintió sus mejillas tornarse escarlatas. Se sintió patética.

Y habría deseado romper aquel silencio y finalmente hacerse un favor y a su hijo, pero no podía, era él, tan perfecto que ella temía equivocarse una vez más. Cometer el mismo error de siempre y ya no sólo arruinar su vida, si es que era posible, sino ahora también la de aquel recién nacido que resultaba jodidamente idéntico a ese dios vacilante frente de ella.

-Yo... - ______ regresó su mirada con prisa a Michael – yo, creo que tengo que...

-Tienes que irte – ella imploró al cielo para que él se marchase antes de cometer un pecado más.

-Sí – el corredor lanzó un hálito de aire a la atmósfera – Felicidades... por tu hijo, yo... adiós - ______ sintió la necesidad de liberar su llanto, aquél que, de repente, había surgido ante la torpeza de las palabras del causante de todos sus errores.

-Cuídate mucho, Michael – su voz entrecortada apenas fue lo suficientemente fuerte para ser percibida por su antiguo amante.

Y lo vio partir, en silencio tragando todo lo que habría deseado gritarle. Su hombre se había marchado.  

  -Chris dijo que querías verme – una suave vocecilla había emitido un susurro lo suficientemente penetrante como para hacerla reaccionar.

De manera casi inconsciente, _______ Ransome elevó su par de trepidantes manos a la altura de su barbilla para proceder a limpiar las lágrimas que no habían cesado desde la reciente ausencia de aquel hombre que, simplemente, le había robado hasta su mismo aliento. Aquel vacío que había surgido desde que él había desaparecido llevándose consigo hasta el último rastro de calma había regresado para quedarse e incrementar hasta con cada respiro que ella daba. Era como si una parte de ella, una importante, se hubiese aferrado a él, como si toda su fe y sus esperanzas se hubiesen adherido a él y sólo dependiesen de él y no más. Era como si más que un deseo, aquello se hubiese convertido en una vital necesidad de la que ella no podía privarse, no por voluntad propia. Lo necesitaba, demasiado.

Señorita malcriada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora