Capitulo 13

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Ivy Ransome tenía que reconocer que ningún hombre, absolutamente ninguno, había logrado lo que Adler Wells con apenas unas cuantas caricias por encima de la ropa. Terminó por quitarse su blusa con cierta urgencia y sonrió con placer al sentir las manos de él recorrer cada una de sus curvas. Por otra parte, el apuesto Wells maravillado no se cansaba de admirar a esa diosa que acariciaba con delicadeza su viril torso. Resopló al ver el tamaño de su erección, nunca había sido tan grande, y pensar que ese juego apenas estaba comenzando.


Ella se inclinó para poder besar a su compañero, disfrutaba de cierta forma el sabor sanguíneo de sus labios, era una sensación diferente a todas las demás y es que ella amaba experimentar cosas nuevas, y bueno nunca lo había hecho en un tren. Se estremeció en cuando sintió repentinamente la mano de él sobre sus diminutas bragas de encaje, el calor pasó desde su vientre hasta sus mejillas. Sintió bocanadas de fuego en su interior y sintió la urgencia de que esas llamas fuesen aplacadas, claro que solo él podía hacerlo y quería que lo hiciera ya.



Sus gemidos aumentaban conforme las caricias en su entrepierna hacían lo mismo. Sin embargo ella quería jugar aún más antes de intentar calmar su incendio interno, así que tomó ambas manos de su compañero y con gran lentitud hizo que subieran a la altura de sus pechos, él le lanzó una mirada impregnada de lujuria y comenzó a masajearlos mientras sus pezones se endurecían a lo que él, casi de inmediato, decidió poner en acción sus labios sobre ellos.



Ella se arrepintió de haberlo conducido hasta sus pechos, ahora como consecuencia se retorcía una y otra vez poseída por el placer que cada lengüetazo que él le brindaba. Se maldijo a sí misma, estaba siendo dominada por un hombre, y su enfado aumentó aún más en cuanto recordó qué hombre era aquél que la mantenía sobre su regazo: Adler Wells. Controlada por su ira y su deseo decidió entrar aún más en acción, en un movimiento súbito subió ambas piernas para rodear la cintura de él.



–Por Dios, mujer – Adler habló con gran dificultad – estás a punto de hacerme perder la razón.


Ella sonrió satisfecha y decidió cumplir con lo que él dijo. Rodeó con sus brazos ese codiciado cuello, depositó con ferocidad sus labios sobre los de él y comenzó a explorar el interior de aquella boca que hasta hace unos momentos había blasfemado nada más que sandeces. El gemido que él lanzó atravesó hasta la garganta de ella, ahora ella estaba segura de que los roles se habían cambiado, algo que para nada le agradó a Adler. Dos autoritarios seres comenzaron entonces su lucha por someter al otro. Algo que para muchos sería un destino de locura total, pero para ellos, para ellos era diferente, era aumentar o perder completamente su poder, era simplemente dejar de ser ellos y pasar a ser un vil juguete.



Claro que Ivy no iba permitirse pasar a ser un utensilio más de esos que su jodidamente sexy amante actual acostumbraba a desechar cuando ya no le resultaban interesantes. Ella se propuso dejar un grato y excitante recuerdo en él, algo que lo hiciera recordarla hasta el último aliento que diera en su soberbia vida. Ideó en un instante entonces su maléfico plan y en otro instante más lo comenzó a efectuar, ante los desorbitados ojos de ese casi íncubo ella comenzó a bailotear sobre su erección, rozando muy lentamente con su entrepierna su descomunalmente crecido miembro con cada movimiento que hacía.



–¡Demonios, Ivy! – él dijo mientras intentaba controlar su temblor provocado por su insaciable deseo.



–Adler, ya era tiempo de que conocieras a tu delirio – su sonrisa aumentó en cuanto vio que él estaba a punto de entregarse completamente a su dominio – quiero que digas mi nombre – le susurró al oído, pero más que decirlo, quería que se lo tatuara para siempre en su mente.



Ivy bajó sus manos a lo largo de la espalda de él, hasta que llego a su miembro, paró su bailoteo y comenzó a masajear por encima de sus pantalones que cada vez resultaban más pequeños para él y más estorbosos para ella.



–Creo que ya es hora de que me des mi lección, Wells. Confieso que desde que te conocí me he portado muy mal – dijo mientras exhalaba en su cuello.



–Tú misma lo has pedido, Ransome – dijo y acto seguido la tomó bruscamente de su estrecha cintura, la retiró de su regazo para arrojarla hacia el otro asiento.



En cuanto ella cayó, abrió su boca sorprendida por la repentina rudeza de su mujeriego compañero, realmente no creía que él fuese así con todas sus queridas, estaba casi segura que con ella era con la única con la que se comportaba así y sin embargo, eso no la irritaba en lo más mínimo, contrario a lo esperado eso aumentaba su fuego interno.



–Estás insoportablemente buena, Ivy - él le lanzó una mirada que ciertamente la atemorizó. Deseó en ese momento escapar de sus garras y retractarse de todo lo dicho. No obstante, cuando él bajó nuevamente sus manos a su entrepierna olvidó de inmediato sus deseos y contrariamente abrió sus piernas para darle un mayor acceso a ese semental.



Él sonrió ante la rendición repentina de ella, honestamente había creído que sería más fácil de someter y vaya que le había costado, pero ahora que la tenía con ambas piernas abiertas y con total acceso a ella no se desalentó ni un momento, él normalmente se aburría con las mujeres y es que ninguna le oponía resistencia, sin embargo ella, la superficial heredera Ransome, había sido un gran reto pero, por supuesto, no lo suficiente.


Quiso saborear una vez más sus labios y comenzó a descender recorriendo con su lengua su vientre hasta sus provocadoras bragas... ¡joder! Ahora entendía por qué Seth Gardnel estaba encaprichado con aquella insoportable hembra... era el mismísimo paraíso en persona. Tocó sus bragas directamente en la parte más recóndita y ella se estremeció. Sonrió satisfecho, ya la tenía en sus manos. Contrariamente al modo en que la había llevado a ese asiento, ahora con toda la delicadeza posible tomó ambos lados de sus frágiles bragas y comenzó a retirarlas, dejándola únicamente en ese sostén que hacía perfecto juego con la prenda recién retirada. Le urgió ser retirado su pantalón, realmente comenzaba a dolerle la presión ejercida sobre su miembro. Y a pesar de ello, continuó con su cometido. Se colocó en cuclillas frente a ella y tras darle un beso en su vientre, se hundió en su entrepierna. Hecho ante el cual ella como inmediata reacción gimió como nunca y arqueó su espalda para ayudarle a maniobrar mejor a ese hombre.


Primero aspiró y exhaló dentro de ella mientras sentía cómo hervía su sangre, después procedió a poner a andar a su lengua comenzando a recorrer cada rincón de aquel lugar tan deseado por muchos. Mientras ella se contorsionaba como nunca. Sonrió contra ella al escuchar los imparables gemidos.

Señorita malcriada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora