42. ¿Seguiría siendo capaz de matarme? (2)

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¡¡Hola!! Esta vez no he tardado en subir, ¿no? Al menos eso espero. ><

A los que os gusta el Ereri, debo deciros que he subido un nuevo One-Shot sobre ellos, se titula Karaoke.

Bueno, pues os dejo con el capítulo. ^^ Que lo disfrutéis.

Un besazo para todos, amores. <3

Y una vez más, gracias.


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Guillermo.

Un hombre apareció frente a la puerta de esa horrible celda, en la que ya ni siquiera podías estar cómodo, llamó a Frank y le abrió la puerta para que saliera. Cerró de nuevo y los dos desaparecieron, dejándome solo.

Suspiré, intentando calmarme un poco por lo sucedido y me senté en el suelo, apoyando la espalda en la pared situada frente a la puerta. Si alguien pasaba por allí, tendría que verlo.

Me dio por pensar en los momentos que había tenido recientemente con De Luque, como intentando analizar algo para poder llegar a entender su comportamiento. La verdad es que era comprensible.

Siempre había estado de acuerdo con eso de que nadie es malo de nacimiento. Cada uno se comporta de una manera, y eso está vinculado con nuestro pasado. Y si de algo estaba totalmente seguro, era de que la manera de comportarse de Samuel y Luzu, era algo así como un mecanismo de defensa, donde se refugiaban y creían protegerse a sí mismos.

Una vez había empezado a darle al coco, no podía dejar de reflexionar sobre todo lo que había pasado desde que entré por la puerta de esta mansión. Y entonces recordé aquella vez que me dijo algo que, realmente, me asustó. Él hubiese sido capaz de matarme, eso estaba seguro.

Una sombra se hizo visible al otro lado de los barrotes, era él.

—Ho-hola, amo. ¿Qué le trae por aquí?

Me miró desde fuera, y luego sacó las llaves para entrar y sentarse a mi lado.

—He decidido algo, y pensé que tenía que compartirlo contigo. —Escuchar eso me hizo sentir... ¿feliz? No sabía si esa era la palabra. Pero me gustaba que sintiera que tenía que compartir algo conmigo.

—Oh. ¿Y de qué se trata, señor? —Vale, estaba empezando a temblar. Siempre me había puesto muy nervioso. Solía ser siempre por miedo, pero esta vez no era, para nada, eso. No era miedo, me sentía avergonzado por sólo mirarlo a los ojos, o incluso con oír su voz. Si ahora encima me decía aquello... no ayudaba en absoluto a que me calmara.

—He liberado a Luzu y a Frank. Mañana por la mañana se irán. —Sinceramente me alegré por Frank, él se merecía salir de aquí y volver a su vida anterior, pero una mayor parte deseaba que se quedase, por el simple hecho de poder seguir compartiendo cama con Samuel. Y sí, puede que esté enfermo, pero ahora se comporta mejor conmigo y, de una extraña manera me reconforta.

—Oh, qué bien. —Fue lo único que pude decir.

—¿Qué coño te pasa? ¿No querías lo mejor para tu amiguito? Lo he soltado, ¿sabes? ¿Acaso eso es algo malo? ¿Por qué mierda te sienta mal que ya no vaya a estar más aquí? —Su reacción me asustó bastante. No esperaba a que fuese a enfadarse así, ni siquiera sabía porqué se puso de aquella forma.

—No es que me siente mal que se vaya... Es que... —Bajé la mirada, sin saber qué decir, ni cómo mirarlo a la cara.

—Mira, Guillermo —Sus manos se acercaron, con brusquedad, a mi cuerpo, agarrándome con una de ellas, del mentón, y con la otra tiró de mi cabello, haciéndome daño—, si no me aclaras la situación, juro que te destrozaré la cara. —Entrecerré los ojos, e intenté separarme de él, automáticamente.

—¡No quiero tener que volver a dormir aquí! —Fue lo que dije, después de soltar una lágrima, que oculté, mirando hacia otro lado.

De Luque me soltó. Parecía sorprendido por lo que había dicho.

—Así que era eso...

—S-sí. —¿Por qué iba a ser? Me pregunté a mí mismo. Nuestros ojos volvieron a encontrarse. Yo lo miraba con tristeza. No quería que se enfadase conmigo. Sabía cómo era él, demasiado agresivo, y me asustaba cuando se ponía así.

—No te preocupes, te traeré todo lo que tenías, antes de que ese bicho estuviese aquí. —Bicho... Si tan sólo le importase, un poco, el resto del mundo.

—Ese no es el problema... No quiero volver a dormir solo... —Lo miré, esta vez de reojos, preocupado por la reacción que él podría tener ante lo que acababa de decir. Se levantó de golpe y me observó desde arriba.

—Creo que deberías comportarte como alguien normal, ¿sabes? No digo que no me obedezcas, porque eso te traería problemas, pero deberías evitar comentarios como esos. Cualquiera diría que padeces el síndrome de Estocolmo. —El síndrome de Estocolmo... La verdad es que eso me lo había planteado más de una vez. Me quedé en silencio, sin saber qué responder a eso. Tenía razón, y lo sabía.

Dio un paso hacia la puerta, pero di un tirón en la parte baja de sus pantalones, lo que hizo darse media vuelta.

—¿Qué es lo que qui...? —Antes de terminar la pregunta, cerró la boca y se quedó mirándome.

—Señor... he estado pensando en algo que me dijo hace tiempo... —Él puso cara de confusión, y yo desvié la mirada al suelo— Aquella vez me dijo algo... que supongo que lo decía en serio.

—No suelo bromear con nadie, Guillermo. —Volví a mirarlo al decir aquello.

—Entonces quiero saber si sigue siendo así...

—Suéltalo —habló—. No tengo todo el tiempo del mundo.

—Entonces... ¿seguiría siendo capaz de matarme?

En ese momento, se me hizo un nudo en la garganta. Me ardía la cara, y ahora me sentía más nervioso y asustado que nunca. ¿Quería oír la respuesta a aquella pregunta? No estaba preparado para recibir una respuesta afirmativa, pero ni ahora, ni nunca.

Aunque aquello lo pregunté, porque tenía esperanzas de oír un No, claro que no, sabía que había posibilidades de oír algo bastante diferente.

Bajé la mirada un par de veces, volviendo a mirarlo con cautela, esperando que abriera la boca en cualquier momento, pero él sólo me miraba, boquiabierto. No sabía si llegaría a responder a aquello hasta que...

—¿Realmente quieres que te conteste a eso? —Con sólo escuchar esas palabras, sabía que lo que iba a oír a continuación no iba a gustarme, pero aún así, asentí con la cabeza— Está bien... —Se sentó de nuevo a mi lado y me miró, en lo que respondía— Sería capaz de hacerlo —Y esta vez, fui yo el que se puso en pie—. Ven aquí. —dijo, tras suspirar.

Me quedé quieto, observándolo. Me hizo una seña y volví a sentarme, antes de que volviera a enfadarse por repetirme las cosas.

—Si te sirve de consuelo, no querría tener que hacerlo nunca. Lo creas o no, no es algo que me guste hacer... Pero si es cierto, que a veces se me puede ir la mano cuando me enfado... —Se puso en pie, de nuevo, quedando frente a frente conmigo— No es que tenga que darte explicaciones... pero bueno —Sonrió con tristeza y caminó hasta la puerta, mientras yo lo veía alejarse—. Luego te vendré a buscar.

—Claro... señor. —dije, desanimado.

Abrió la puerta y desapareció de allí.

No entendía porque me sentía así, era evidente que para él nada iba a cambiar jamás. Mientras que yo era un imbécil que creía que eso era posible.

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora