59. Secuestro arriesgado

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Luzu.

Todo se quedó en silencio, y supe que ya podía salir de allí.

Me moví, y salí de debajo de la cama, tanteando con las manos el lugar. No se veía nada. La habitación estaba inundada por la oscuridad.

Coloqué ambas manos sobre el colchón, buscando el cuerpo de Alex, el cual localicé enseguida.

No se percató de que lo había tocado, así que imaginé que estaría dormido.



—Si creíste que Samuel podía protegerte de mí, estabas muy equivocado, Alex... —La respiración del chico era estable. No era consciente de nada en ese momento.



Me acerqué a la puerta, la abrí con cuidado, me asomé para ver si había alguien. Sólo vi a un par de guardias en la puerta principal, la cual estaban cerrando entre los dos. Antes de que se cerrase por completo, pude comprobar que afuera estaba lloviendo. Eso sí que despertaría al chaval. Bueno, ahora sólo tenía que pasar por algún sitio en el cual no hubiera nadie que pudiera pillarme.

Me volví a la habitación, cerrando la puerta, de nuevo, tras de mí y esperé un par de horas.

[...]

Cuando volví a asomarme, los dos hombres no estaban. Supuse que habría terminado su turno de guardia, así que antes de que volviesen los siguientes, sin pensarlo dos veces, cargué a Alejandro en mis brazos, con cuidado de no despertarlo y salí del cuarto.

Me di prisa, para salir cuanto antes de allí, pero unas voces, que provenían del pasillo por el que yo estaba pasando, me hicieron retroceder. 

Como todo estaba oscuro, se me ocurrió esconderme en un hueco que había entre las grandes escaleras que subían a la segunda planta de la mansión.

Las luces de sus linternas iluminaron el resto de su camino, mientras que yo me pegaba lo más posible a las escaleras, aunque aún así no creía que fuesen a verme.

Ambos hombres mantenían una charla en voz baja, parecían bastante animados, hasta que uno de ellos mencionó al dueño de la casa.



—Oye, ¿no has notado raro hoy al señor?

—Sí, la verdad es que sí —Las voces cada vez se oían más cerca—. Parece que ese chico ha conseguido ablandar su corazón de piedra.

—Eso parece... ¿Te has enterado de la historia? Por lo visto es un conocido del señor —Acababan de pasar por delante de mí, caminando con serenidad, alejándose de donde me encontraba—. De su pasado con el señorito Luzu.

—No llames así a ese engendro —Escuché decir al contrario. Si no fuera porque no podía permitírmelo, le rajaría el cuello—. Además ya no es nada. Sus padres lo abandonaron por completo. Imagínate que bicho raro tenía que ser, para que sus propios padres no lo quisieran...

—Tienes razón —Las voces seguían oyéndose en la lejanía—. Sé que el señor De Luque ha hecho cosas realmente horribles, pero él siempre fue...



No pude soportarlo más. Dejé de prestar atención a esos dos gilipollas y subí las escaleras a toda prisa, antes de que alguien volviese a pasar por allí.

Y de nuevo, luces de linternas a mi derecha, corrí hacia el lado opuesto y, sin saber qué hacer, me quedé paralizado, mirando hacia todos lados.

No recordaba cual habitación era cual. La única que reconocía, era en la que Samuel dormía, y, evidentemente, ahí no iba a ocultarme.

Los pasos se acercaban, y con ellas las luces de esas malditas linternas. Tenía que hacer algo, y debía hacerlo ahora. No podía permitir que me cogieran.

Entonces decidí salir por una de las grandes ventanas, que adornaban el gran pasillo. Puse ambos pies en la tejas y cerré la ventana, al menos lo suficiente para que pasara desapercibida, para que nadie pudiera saber que alguien había salido por allí.

Las gotas de lluvia comenzaron a mojarme, y al mismo tiempo al chico que llevaba en brazos.

Me moví de allí, buscando un sitio por el que poder bajar. Lo mejor sería, que bajásemos por la parte trasera de la casa. Me dirigí hacia allí y miré a mi alrededor. Localicé la forma en la que podríamos llegar abajo.

El cuerpo del chaval empezó a moverse. Sus ojos se abrieron, al mismo tiempo que su mano cubría su cara, lo suficiente, para que las frías gotas no entraran en sus ojos.  



—¿Q-qué está pasan...? —Al ver mi cara, se calló de repente, dejando sus labios separados el uno del otro.



Alex se movió, esta vez, violentamente, intentando zafarse de mi agarre. Me propinó varios golpes, que, sinceramente, me dolieron bastante.



—Estate quieto, inmediatamente, si no quieres que te lance ahí abajo —dije, acercándome al borde de las tejas. Él observó la altura, y me miró con los ojos muy abiertos—. Ahora hazme un gran favor, baja por esa tubería y espérame ahí abajo.

—¿Por qué tendría que hacer lo que tú me digas? Déjame en este lugar, no diré nada sobre ti, de veras... Sólo vete y déjame.

—¿Crees que puedo confiar en alguien como tú? —le dije— Eres el chico más problemático con el que he tenido la suerte de cruzarme. Sólo quiero enseñarte modales, luego podrás volver a tu casa... Eso sí... No podrás volver a ver a Lana...

—¡No quiero ir contigo a ninguna parte!

—Está bien... Allá vas... —Mis brazos se abrieron, lentamente, para asustar al chico, quién se aferró a mi cuerpo con todas sus fuerzas— ¿Vas a bajar por las buenas? —Él asintió.



Lo bajé, quedando el chico de pie, y, como supuse, intentó jugármela.

Sólo me basto, estirar la mano hacia adelante, para que este cayera desde el tejado hasta el suelo. Tuvo la increíble suerte de que pudo agarrarse con tiempo a la tubería, por la cual me encontraba ahora bajando.



—¿Cómo te encuentras? —le pregunté con una malévola sonrisa.



Alex no podía hablar en ese momento. Se había quedado mudo del susto que se había dado. Podría haberse roto las piernas, cosa que me habría venido bastante bien, pero no fue así.

Cuando lo cogí en brazos, ni siquiera se inmutó. Se había quedado inmovilizado y no dejaba de temblar en mis brazos.

Ahora lo importante era... salir de allí cuanto antes.

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora