66. No hay nada como los amigos

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Rubén.

Capítulo especial.

Aquella tarde había estado solo encerrado en mi habitación, recordando lo que había pasado anteriormente con Mangel, la persona a la que aún seguía amando como el primer día.

El timbre de mi puerta sonó. Recuerdo perfectamente, que creí que mi corazón se terminaría deteniendo, y mi cuerpo caería sobre el suyo en cuanto abriese la puerta. En cambio no fue así, aunque tal vez hubiese sido lo mejor.

Abrí la puerta, y, como siempre, él estaba radiante.

Sus hermosos ojos se encontraron con los míos, y me sentí el chico más afortunado del mundo, por tan sólo volverlo a ver.

Me había perfumado con ese perfume que tanto enloquecía a Mangel. Sabía que no serviría de nada, pero no perdía nada por intentarlo.

Él lo notó enseguida, y volvió la cara un instante. Luego entró, saludándole con un "Hola, Rubén. No tardaré nah. Créeme que quiero ehtah aquí menoh de lo que tú quiereh que ehté" Ni que él supiese lo muchísimo que lo echaba de menos...



—Puedes llevarte el tiempo que quieras, no eres ninguna molestia.



Creo que las palabras que articulé lo dejaron sorprendido.



—¿Quieres tomar algo? —le dije, cuando pasó por mi lado.



Cerré la puerta y me volví para buscarlo con la mirada.



—No, graciah —respondió—. No tengo ehtómago yo en ehte momento. —Eso último lo dijo en un tono apenas inaudible.

—Está bien —dije—. Te ayudo. ¿Qué estás buscando?

—No hace farta, graciah.



Sus palabras me hacían daño. Se comportaba como un idiota. Lo sentía tan distante, que mi corazón no lo aguantaría por mucho tiempo.

Lo vi entrar en un par de habitaciones y salir de ellas con rapidez, sin encontrar lo que estaba buscando.

Luego entró en mi habitación, y creo que encontró todo lo que venía a buscar.



—Eh raro ver tu habitación tan ordenah —dijo—. Parece de otra persona.



La verdad es que era raro. Lo había hecho por él. En una idiota esperanza de que volviese conmigo al ver que podía llegar a cambiar.



—Soy una persona ordenada ahora. —Él arrugó las cejas en señal de incredulidad.

—Déjate de tonteríah Rubén —Pasó de nuevo por mi lado, y, esta vez, fui yo quién pude oler su fragancia—. Bueno, me voy. Siento habeh interrumpioh er día con tu querido amigo Samueh... —Lo cogí del brazo, acercándolo a mí, y en un impulso, lo besé. Él, evidentemente, me apartó— Pero, ¿qué haceh? ¿Ehtah loco?

—Mangel, joder. ¿No te das cuenta de que sigo queriéndote? ¿De que haría lo que fuese para recuperarte? ¿Qué es lo que quieres?



Él se quedó impresionado, tanto, que no se soltó cuando volví a tomarlo de la mano.



—No quiero nah, Rubén. Bueno sí, que dejeh de torturarte con lo nuestro. Se acabó, ¿entiendeh?



Negué con la cabeza. Noté que estaba a punto de llorar.



—No puedo entenderlo.

—No quiereh entenderlo, que eh muy diferente.

—Te quiero Mangel. ¿Qué más quieres que te diga? No entra en mi cabeza que lo nuestro, que era maravilloso, haya llegado a su fin. Yo no lo creo.

—Pueh créelo. Ademáh sabeh que ya ehtoy con alguien, ¿por qué no lo dejah ehtah? —Reí sarcástico.

—Ni siquiera lo quieres —Él se quedó en silencio. Quiso llevarme la contraria, pero sabía que yo no lo creería. Al fin y al cabo era verdad—. No sé porqué estás con él.



Mangel parpadeó un par de veces. Me miró a los ojos y a continuación miró al suelo.

Se soltó de mi agarre y dijo algo más antes de desaparecer por la puerta.



—Tengo que irme.

[...]

—Gracias por venir, Samu.



Él no dijo nada, sólo asintió con la cabeza.

Había venido lo antes posible, después de que yo lo hubiese llamado.

Habían pasado unos cuantos días desde que vi a Mangel por última vez. Había intentado aguantar, pero llegó un momento en el que no podía más y tuve que acudir a mi amigo.



—Y siento no haber estado para lo de Luzu...

—Lo mismo te digo con lo de Mangel. Al final no pude quedarme contigo, tal y como te dije que haría.

—No tiene importancia, en serio. —Sonreí. Ese cabrón me hacía sentir mejor, sin ni siquiera darse cuenta de cómo. No es que él fuese una persona que demuestra demasiado. Pero lo conozco y sé que se sintió mal por mí.



Ambos nos quedamos en silencio durante un rato, hasta que no pude evitar hablar.



—Nunca encontraré a alguien como Mangel. Él me hacía sentir de forma que sé que nadie me hará sentir jamás. Y duele saber que... —Mi voz se quebró. Mi garganta no quería articular ninguna palabra más. Entonces Samuel lo hizo por mí.

—Puedes encontrar a alguien muchísimo mejor, Rubén —dijo—. Sólo que ahora no puedes verlo.



Lo miré y sonreí porque parecía que no hablaba del todo por mí.



—Sólo deja que el tiempo pase —Él miraba al frente. No era capaz de mirar a la gente a los ojos, mientras decía algo que tenía que ver con los sentimientos. Le costaba mucho hacerlo—. Confía en mí. Todo termina estando bien. Y si no lo está es que no es el final.



Aquella frase me resultaba familiar. Entonces recordé de qué me sonaba. Era algo que decía un músico que me gustaba. No sabía si Samuel también lo conocía, pero tampoco iba a preguntarlo. Aunque la frase fuese copiada, no perdía la razón de esta.

Asentí y articulé un ronco "Gracias".

De nuevo asintió sin decir nada.

Había algo que lo preocupaba. Lo sabía. Lo sentía. Conocía a Samuel, y no sólo porque fuese bastante predecible —al menos desde mi punto de vista

—, sino porque lo llevaba tratando  desde el tiempo suficiente como para comprender su estado emocional con tan sólo un movimiento suyo.



—¿Te pasa algo?

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora